El diario de Mariel: La que ríe primero... se arrepiente

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Al final creo que fui yo quien terminó evitándolo a él. Detesté la frialdad con la que me trató la última vez. No iba a permitir que me trataran así... tan... tan duramente y menos cuando yo no le había hecho nada. No me lo merecía, para nada, aunque eso era lo que quería ¿cierto? Ya el jueguito del buen hermano me estaba aburriendo, supongo que a él también... o eso creí.

En los últimos días he estado hablando con mi papá sobre los libros que me recomendaba leer. Para Paulino ese era un muro impenetrable entre él y yo, debido a que él apenas de leía los libros de la escuela. El pobre nunca entenderá que la película nunca superará el libro, pero con tal de no leer...

Si algo tenemos en común es sentir horrible cuando no encajamos, en ese caso es mejor solo alejarse y eso es algo que Paulino y yo hacíamos y mucho, aunque él lo estaba realizándolo más.

Después de comer el almuerzo, mientras mamá recogía los servicios, mi papá y yo todavía nos quedamos en la mesa y hablábamos. Con lo parlanchín que es Paulino, él había de estar más perdido que Adán en el día de la madre para no decir ni pío, y como que no se podía meter en la conversación.

—Aún no puedo creer que haya encerrado a su propia hija solo para que no case con el hombre que amaba—me quejaba con mi padre acerca de la historia.

—Ellos solo podían casarse entre sus parientes, no debían perder la pureza —respondió mi papá con tranquilidad, cosa que me hartaba más en mi euforia.

Nada ni nadie podía justificar el cometido de aquel padre, era un miserable de doble moral. Sin embargo, con recordar el final pude suspirar de alivio.

—Menos mal que el heredero al trono acabó con todo ese drama y al fin pudieron estar juntos —continué con alegría.

—Tuvo su final feliz, aunque creo que, si no fuera ficción, no lo hubiera tenido. Hasta pareció un deus ex machina.

—Shh —siseé—, no lo arruines —le dije y mi padre se río.

Volteé a ver a mi hermano y tal vez su brazo estaría tan adolorido de soportar el peso de su cabeza —le estoy diciendo cabezón, no es la intención—. Era idea mía o hasta se estaba quedando dormido.

—Yo... yo me voy —Fue todo lo que escuché de sus labios antes de irse.

Se sintió tan bien cómo su ida no dirigió mi mirada hacia donde iba. Para mí, hasta esa charla tan banal era más importante que cualquier cosa que tuviera que ver con él.

'Ni tú te lo crees, no me hagas reír ¿sí?'

Mentiría si dijera que esa voz siguió haciéndome indiferente.

Ya terminada la cena, o bueno, la conversación, me fui a mi habitación a hacer mis tareas —de acuerdo, esa ni yo me la creí—. Y juraría que casi grité de la ira cuando lo vi bien echado en mi cama con mi diario en frente.

—Deberías cerrar tu habitación o metiches entrometidos pueden entrar y hacer un desastre —me dijo con altanería, pero sin mirarme—. ¿Cómo abres este cuaderno? —preguntó mientras manoseaba mi diario—. No le veo ningún candado y no lo puedo abrir.

P-pero ¿qué clase de palabrerías eran esas?

—¿Qué quieres?

—La última vez que hablamos me dijiste que querías decirme algo. Ya no estoy ocupado y veo que tú tampoco así que habla ¿qué querías?

Me quedé estupefacta, de solo recordar lo que quería decirle en ese momento me ponía los pelos de punta. En serio creí que no lo importaría, ¿por qué deseaba saberlo?

Mi último deseo [NUD#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora