El profesor de pociones

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—¡Estás demente o qué, Dumbledore!? —El grito de Snape se escuchó hasta por los pasillos más lejanos de Hogwarts; furioso, el profesor se paseaba de un lado a otro, frente a Harry que le observaba nervioso—. ¿Cómo crees que voy a desperdiciar mi tiempo siendo niñero de Potter? —Severus dijo eso último con asco, y el muchacho embozó un mohín ofendido.

—Profesor Dumbledore, creo que está conversación llegó a su fin —protestó Harry, mirando al pocionista con deprecio— Está claro que el profesor Snape, no está dispuesto a perder su valioso tiempo ayudando a «un tonto chiquillo con aires de grandeza», tal como él suele referirse a mí.

El muchacho se puso de pie indignado, y empezó a caminar hacia la puerta. «Y yo aquí pensando que se merecía una oportunidad, que debía pedirle perdón por todo lo que le había hecho o dicho», masticó Harry, mientras azotaba la puerta y emprendía rumbo por los pasillos.

—Severus, el chico de verdad necesita ayuda, y creo que sólo te escuchara a ti —dijo el hombre del retrato muy seriamente.

—No puedo, Dumbledore —replicó Snape con sutileza—. No después de lo que vi... ese... ¡ese muchacho necesita que lo atienda un profesional!... —indicó en voz baja—. Además, ¿qué podría hacer yo por él?

—Escúchalo... —«Siempre tan insistente», pensó el mago, en tanto se pasaba la mano a través del oscuro y espeso cabello— Severus... ese niño necesita de alguien que le brinde sensatez, que coloque sus pies sobre la tierra; lo escuche y le ayude a entenderse a sí mismo. Este es un momento muy difícil para él y, desgraciadamente, creo que Harry no está tomando las mejores decisiones para su futuro.

—¿Las mejores decisiones? —repitió Snape, indignado—. Albus, el niño, se convirtió en un... un maldito Chapero; uno frío y despiadado —prosiguió, con gesto impasible—. ¿Cómo podría ayudarlo? Apenas si puedo con mis propios fantasmas... —Entonces, Severus advirtió que esa conversación no les llevaría a ningún lugar—. Será mejor que me retire. Hasta luego, Albus...

Dumbledore sin más observó a su exprofesor de pociones salir de aquel despacho. Él sabía que Severus no dejaría solo al muchacho; sería un duro trabajo pero, él estaba seguro que llegaría el día en donde los dos se entenderían y apoyarían el uno al otro. El resto del día se lo paso con una marcada sonrisa en los labios, evadiendo el aluvión de preguntas de la nueva directora, con respecto a la pequeña reunión precedida esa mañana temprano.

Al salir del despacho, Severus, se preguntó: «¿Por qué diablos, ése maldito viejo, ni muerto puede dejar de meterse en los problemas ajenos?»

Snape salió del castillo y se enfiló hacia los límites de Hogwarts para desaparecerse y, ahí le vio; sentado, completamente solo, mirando a la nada. Potter se veía tan frágil, como si se fuese a quebrar con la más pequeña brisa y, en aquel momento, decidió lo impensable.

«Realmente estoy demente», se reprendió mentalmente.

Acercándose al muchacho, Severus, se quedó a sólo un par de centímetros de distancia y éste ni siquiera se dio cuenta de su presencia; pasados unos minutos él decidió hablarle:

— Señor Potter —soltó de pronto, provocando que el jovencito se asustara—, ¿cuál es su siguiente clase? Puesto que veo, se ausento a las dos primeras horas.

—Defensa, señor...

—Pues vendrá con migo.

Harry simplemente le miró con mala cara, mientras Snape sacaba la varita de su túnica para dirigirle un patronus a la directora McGonagall.

Noches OscurasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora