Laberintos de papel

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Ambos se llenaban, ambos se querian con locura, ambos se temian...

-Miguel...

-Hola Ruben...

Ya no hubo más palabras, no eran necesarias ya que con la mirada se decian todo aquello que guardaban en lo mas profundo de su ser.

Aun con la mojada chaqueta de Miguel de por medio, no tardaron en darse un abrazo demostrado asi cuanto se ansiaban; demostrando asi su mayor debilidad ante el otro.

-Pense que ya no vendrias, que te habrias arrepentido de la decision que tomastes...

-Eso nunca Ruben, y es que... aunque no nos hayamos visto nunca siento que eres lo mas importante que tengo

El castaño no podía pensar con claridad y, rápidamente, se dejo llevar por el tornado de emociones que sentia en su interior y se volvió a fundir con el pelinegro en un fuerte y desesperado abrazo mientras lagrimas traicioneras escapaban sin poder ser contenidas.

-Ruben- dijo en un susurro

Este le miró a los ojos, aquellos enormes y brillantes ojos marrones que resplandecian intensamente y provocaban que el joven se quedase ensimismado mirandolos.

-Te quiero...

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El castaño se despertó angustiado, su respiración agitada resonaba en sus oidos a la vez que apretaba un cojin entre sus brazos.

No todo habia sido un sueño, las lagrimas eran verdaderas y, valientes, caian por sus mejillas sin pudor alguno.

El joven rápidamente se limpió como pudo con su antebrazo, espantado ante la idea de que un simple sueño le hubiese afectado tanto.

No tenia explicación.

Pero tampoco tenia sentido quedarse así, por lo que en un abrir y cerrar de ojos se levantó y abrió su maleta, sacando de ella un viejo abrigo negro y una pequeña cajita de música que no tardo en guardarse en el bolsillo del anterior después de ponerselo.

Tras ir al baño a intentar lavarse la cara se vió obligado a resignarse pues todavía no tenía agua en el apartamento.

Asique cogió las llaves y, con los ojos rojos por el llanto, salió por la puerta principal del piso cerrandola tras de sí; dejandola igual que en un pricipio.

Triste

Vacía

Oscura

En las frías calles de Madrid solo se podían escuchar sus pasos o, al menos, es lo único que lograba escuchar él.

Pues con la vista clavada en el suelo y ajeno a todo cuanto le rodeaba, el unico sonido que llegaba a percibir era ese; el producido por el seco y continuo golpeteo de las suelas de sus zapatillas contra el suelo que, a su vez, producía un eco que se perdía sin escapatoria entre los susurros del viento.

Andaba con paso decidido hacia ningún lugar.

O puede que a algún sitio escondido donde pudiese encontar soledad.

No lo sabía.

Lo único que tenía era su pequeña cajita de musica y su mirada triste, eran sus unicos acompañantes en una rutina que lo esclavizaba desde hace tiempo.

Noche tras noche.

Creía que Miguel iba a ser un cambio para bien en su rutina, un cambio en su vida al fin y al cabo pero, aunque todavía no había podido comprobar la veracidad de aquella suposición, se sentía totalmente desganado como para querer averiguarlo.

Estaba saliendo de la zona urbana y se estaba dando cuenta aunque poco le importaba.

Los edificios poco a poco se transformaban en árboles desarropados,en bancos destartalados y en tierra humeda.

Aminoró la marcha y levanto la vista al cielo nocturno esperando encontrarse con un brillante firmamento decorado con mil y un matices de radiante azul.

Pero lo que se encontró no tenía nada que ver con sus recuerdos.

Las estrellas se escondían en las profundidades del amarillento cielo y la luna lloraba por ello.

La sentia triste, rota, grisacea, la soberana de la cupula celeste habia pasado a ser la reina de la nada.

La reina de un reino vacío en constante burla a lo que alguna vez pudo llegar a ser.

Ruben lo comprendía, sabía perfectamente lo que significaba estar así de contaminado, así de corrupto.

Así de perdido.

Desvió la mirada de aquel infinito que rebosaba contaminación lumínica y se dirigió a un banco cercano.

Poco después de sentarse en el, saco el pequeño objeto que habia traido consigo y empezó a darle cuerda.

Una...

Dos...

Tres...

Cuatro...

Cinco...

Y seis veces, tal como lo habia hecho siempre.

Una a una, las notas le envolvian y lo arrastraban a un sinfín de coordinados compases melancólicos que le hacian estremecerse en su maxima armonía a la par que se abrazaba.

Al poco tiempo de que la caja de música hubiese dejado de sonar, Rubén salió de nuevo de su trance y el brillo volvió a sus apagados ojos verdes.

Se dió un par de palmadas en los mofletes y se levanto del banco con energias renovadas.

-Rubén, recuerda que no estas solo; tienes a gente que te apoya- se dijo a si mismo para después corregirse rápidamente.

-Tienes a Miguel, el te apoya y no te dejara a la deriva.

Y, con una pequeña sonrisa, continuo la marcha de vuelta hacia su nuevo apartamento.

Hacia su nueva vida.

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Hola chicos, al final he vuelto, perdon por desaparecer...

¿Que os a parecido?

Notas de cristal...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora