—Háblame de tus sueños. —Hannibal le pide después de haber retirado el plato vacío y poner el postre frente a él.La boca de Will forma una recta, sinuosa línea al apretarla. Sus manos están sobre la mesa, a un costado de la última comida que le espera; tan sólo jugueteando con el filo de un cuchillo que ahí ha permanecido sin motivo toda la noche. Supone que el psiquiatra le da un poco de ventaja, pero sabe que no será suficiente.
—Se sienten como los recuerdos de alguien más —dice—. Como si yo sólo fuese otro para portarlos.
—¿Recuerdos de personas que conoces?
—No, de épocas pasadas.
—¿Tu infancia, tal vez?
—De años, de siglos antes —corrige—. Siempre estoy en la piel de alguien que luce como yo, pero lleva una vida distinta. La antigua Grecia, los años victorianos, la primera guerra... No importa dónde, o cómo; nosotros siempre nos encontramos. Es un final irreversible.
Un trago de vino corre presuroso por la garganta de ambos hombres.
—¿Debo creer que despiertas al conocerme?
—Despierto cuando tengo la sensación de tener que huir de ti.
—¿Lo haces, Will?, ¿puedes alejarte?
—Estamos... —su aliento se escapa en un amago de risa—. Estamos unidos.
—Pareces desalentado por saberlo.
Él niega lentamente con su cabeza.
—Sólo me pregunto si alguna vez uno de nosotros podrá sobrevivir sin el otro.
Hannibal no espera que la punta del cubierto finalmente arrebate de su compañía una mueca al pinchar su dedo. De éste, una gota carmesí surge, y se siente hambriento de ese vivo color. Los ojos de Will le observan con cautela, en el silencio de un miedo que ya ha sido olfateado en el aire, junto a esa chispa de una teoría dada por cierta. Entonces sus miradas se encuentran, porque el descaro de Graham se alza, se disfruta dulcemente cuando él liba su propia herida.
Su anfitrión no puede estar más complacido.