El Pasado de Patrick

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Mientras Bernardette preparaba el café en la carpa de Fabrizzio y miraba  a través de una pequeña ventana que tenía la tienda, vio a Patrick conversando con D'Artagnan quien parecía ser su único amigo en todo el circo.

Desde hace días ella había tenido la inmensa necesidad de perderse en sus ojos tristes. Cuando él hacía su presentación en el escenario, ella lo aplaudía más entusiasmada que nunca y cuando algún león le rugía de cerca, ella solía gritar, lo cual la delataba ante sus amigos, pero en ese instante la voz del Monsieur la sacó del ensimismamiento...

—¿Qué haces? Deja ya de espiar por esa ventana, que afuera no hay nada que te interese —luego golpeó suavemente la mesa con el bastón—. ¡Necesito mi café!

Bernardette se apresuró entonces a cumplir el encargo y una vez que hubo terminado de servir el desayuno, se despidió pensando que ya podía irse, pero Fabrizzio se lo impidió.

—¿A dónde crees que vas? —inquirió con vehemencia.

—Terminé de servirle, Monsieur, me dirijo a mi carpa —respondió ella sosteniendo la bandeja vacía.

—Jack debe estar ensayando un nuevo número con los elefantes —dijo Fabrizzio.

—¿A esta hora? —preguntó Bernardette con sorpresa—. Creo que es demasiado temprano para él.

—Fue una orden mía —respondió su interlocutor, luego de tomar un sorbo de su amargo café—. Debes ensayar con él siguiendo todas sus instrucciones, pues serás el complemento de ese nuevo número.

—¿Solo lo voy a adornar?...  —protestó la muchacha, dejando caer la bandeja vacía al suelo cuyo ruido llamó la atención de Fabrizzio que estaba mirándola con el ceño fruncido.

—¡Trabajo como esclava para usted sin recibir un solo franco siquiera! Anhelando presentarme como artista algún día ante el público, esa sería mi única paga, pero nada más consigo ser el relleno o complemento de un número. Además, usted sabe bien lo que me sucede con los elefantes, bastante hago con asearlos —dijo con rabia mientras se secaba las lágrimas que se le escapaban.

Bernardette se giró con violencia hacia la salida, dispuesta nuevamente a marcharse, pero un estruendo la sobresaltó...

Fabrizzio, en un arrebato de rabia, arrojó su desayuno al suelo y luego sujetó con fuerza el brazo de la chica, girándola violentamente para que le diera el frente. Ella gimió de dolor porque le hizo daño.

—¡Maldita sea! —gritó furioso—. Dices que no te he dado nada, pero ¿esto qué es? —se refería a la peineta que adornaba su cabello—. Tienes hermosos vestidos de seda, muselina y de encaje, también sombreros, pero al parecer son perlas para un cerdo.

Al decir esto la soltó para tomar el bastón con el cual hizo un gesto amenazante. Ella se cubrió la cabeza, creyendo que la golpearía, pero él se contuvo.

—¡Eres una malagradecida! Lo poco que haces por mí no es nada comparado con todo lo que yo he hecho por ti, después de todo he podido dejarte en un orfanato cuando compré el circo después de la muerte de tu madre y la huida de tu padre. Sin embargo preferí hacerme cargo, incluso continué pagándote aquella institutriz con la cual aprendiste todas las estupideces que hoy sabes y que no te sirven para nada. ¡Ah! Y te informo que me importa un soberano rábano si le temes o no a los elefantes, ése es tu problema, solo encárgate de cumplir mis órdenes.

Luego arrojó el bastón al suelo.

—No debería darte explicaciones pero escúchame bien: no eres una estrella porque no mereces serlo —continuó—. Pretendes ser como la fracasada de tu madre, ¿acaso quieres terminar como ella?

Detrás del Telón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora