Un nuevo miembro en la logia

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Al finalizar la función, todos se retiraron como de costumbre a descansar, sin embargo, Jack se encontraba impaciente en el interior de su carpa, cabizbajo, preguntándose si sería correcto lo que estaba a punto de hacer. Alzó la vista un instante para posarla sobre un reloj que estaba en su cómoda. 

Se trataba de una pieza muy fina, era redondo y estaba sostenido en ambos lados por querubines de plata. Era un regalo de Lord Williams, su padrino y amigo de la familia.

Jack se percató de la hora y comprobó que era cerca de media noche, entonces respiró profundo y se miró en el espejo que tenía en frente para arreglarse el corbatín.

Casi inmediatamente escuchó algunos pasos que se aproximaban, tomó entonces el sombrero de copa alta y la gabardina que colgaban del perchero para ponérselos y corrió la cortina. Allí estaba Monsieur Buonarotti, con su mirada gélida y esquiva, abrigado también con un capote oscuro debido al intenso frío de la noche. 

El muchacho le dijo que ya estaba listo y el hombre lo condujo al carruaje que yacía frente a la fachada del circo, carruaje que el propio joven debía conducir, pero cuando Jack quiso quejarse, Fabrizzio le manifestó:

—Debes ser tú mismo quien conduzca hacia su destino, no quiero que alguien más sepa a donde vamos.

Jack asintió resignado y rápidamente emprendieron la marcha.


Las calles estaban oscuras, vacías y silenciosas, tanto así que únicamente se escuchaba el sonido de los cascos de los caballos al impactar contra el suelo. El muchacho se sentía tenso y nervioso, pero emocionado a la vez, no se atrevía a hablar, solo se limitaba a conducir, llenando su cabeza de expectativas. Fabrizzio también permaneció en silencio, sosteniendo con celo en las manos enguantadas, una caja con forma rectangular hecha de plata, bellamente adornada, mientras que a su lado, sobre el asiento, se encontraba un pequeño fardo de terciopelo rojo. 

El hombre miraba por la ventanilla del coche mientras pasaban por el majestuoso cabaret Moulin Rouge, observando con detenimiento como un par de atrevidas bailarinas, enviaban besos que Jack simulaba atrapar en el aire para luego llevarlos a su boca. 

Al dejar las llamativas luces del cabaret atrás, Jack volvió a sumergirse en sus cavilaciones y continuó el camino, pero al rato, casi sin darse cuenta, ya estaban a las puertas de la iglesia.

Abrieron la reja y pasaron al jardín donde Jack se quedó observando un árbol de acacia en cuyas ramas, pese a sus espinas, yacía un búho con los ojos abiertos, mirando fijamente al muchacho. Él bajó la mirada mientras el maestro le explicaba el significado de la presencia de aquel árbol en el lugar.

—Este es uno de los símbolos de la masonería, es un árbol de hojas caducas —expuso con solemnidad—: nace, vive, muere y vuelve a nacer.

Posteriormente lo condujo al despacho de los monjes, el cual abrió con la misma llave que utilizó para la reja del jardín.

No se veía nada en el interior debido a la oscuridad, lo cual les indicó que no había nadie y esto a su vez era bueno para ellos.

Fabrizzio buscó dentro del saco que llevaba consigo, extrayendo de él aquel candelabro de tres brazos que usaba cada vez que visitaba ese lugar, posteriormente encendió las tres velas y se lo dio a Jack para que lo sostuviera por un momento. El muchacho lo tomó con manos temblorosas al tiempo que abría los ojos para examinar lo que pudiera del lugar donde se encontraba, pero con aquella luz tan tenue apenas pudo advertir lo que estaba más cerca de él, como un escritorio, algunas imágenes religiosas y un estante con libros enormes. 

Fabrizzio colocó la caja de plata sobre el escritorio mientras se quitaba el anillo del dedo anular de la mano derecha ,y luego le quitó el candelabro a Jack para alumbrar el estante.

Detrás del Telón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora