El Misterio de Monsieur Buonarotti

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Cuando la función de esa noche terminó, el mago alegre volvió a ser el mismo hombre hostil de siempre, se dirigió hacia su cama, retiró de debajo de ella la caja de madera que había revisado antes, la contempló por un instante y acto seguido la abrió...

En el interior de aquella caja, además de la vieja nariz de payaso, se hallaba también un anillo de oro, un cáliz del mismo material, y una regla de veinticuatro pulgadas. 

Él tomó una bolsa de terciopelo rojo para introducir en el interior el cáliz y un candelabro fino de tres brazos que sacó de un estante que estaba cerca de la cama. Se puso el anillo en el dedo anular de la mano derecha y salió de la carpa para dirigirse a la de Jack Robinson.

Una vez allí, le hizo saber que debían partir en ese momento. El joven miró al mago con timidez y le preguntó si el atuendo que había escogido para sí mismo era el adecuado para la ceremonia. Fabrizzio asintió con la cabeza con satisfacción al contemplarlo de hito en hito. 

Era casi media noche cuando se fueron.

Se subieron al coche que condujo el mismo Jack, anduvieron un rato hasta llegar a una iglesia, contemplaron por un breve momento las gárgolas aterradoras de la fachada y enseguida se dirigieron a la parte posterior del templo donde ocurrió algo extraño.

 Fabrizzio hurgó en el bolsillo del saco y tomó una llave para abrir la puerta de la verja que conducía a un jardín, posteriormente caminaron con sigilo a través de él hasta llegar a una puerta, la cual estaba abierta. Esta conducía al despacho de los monjes del templo.

 En ese momento Fabrizzio le ordenó a Jack quedarse afuera mientras comprobaba que todo estuviese en orden, al tiempo que el pobre muchacho dudaba si realmente estaba haciendo lo correcto.


El despacho de los monjes era imponente, estaba lleno de imágenes religiosas, Fabizzio sacó el candelabro que llevaba consigo en su saco para encender las velas una por una, luego caminó en dirección a un estante atestado de libros antiguos, en donde además se encontraba una horrible gárgola, pero ésta era mucho más pequeña que las que «adornaban», si se podía decir así, los muros más altos del templo. 

La espantosa figura tenía cara de dragón y los brazos extendidos a cada lado, como si ofreciera un abrazo mortal, también unas fauces completamente abiertas que mostraban unos dientes terriblemente afilados. En su lengua tenía un pequeño orificio redondo, donde se notaba claramente que faltaba alguna pieza. 

Fabrizzio se quitó el anillo que llevaba en el anular de la mano derecha, lo observó por un momento para luego colocarlo en el orificio de la lengua de la gárgola. Al instante se escuchó un leve chasquido, e inmediatamente el estante, con todo y libros, se hizo a un lado revelando una escalera que conducía a los sótanos de la iglesia.

El sótano era enorme y constaba de varias salas. El hombre caminó un rato atravesando un corredor lúgubre donde se podía ver a cada lado los retratos de muchos caballeros ataviados de forma elegante.

Fabrizzio se detuvo al final del corredor para contemplar su propio retrato, posteriormente abrió una puerta grande y pesada que llevaba a una habitación que parecía un salón de conferencias. Al final del pasillo estaba otra puerta de doble hoja, también enorme, que accedía a otro lugar igual de extraño y sombrío, pero al mismo tiempo elegante. Sobre el marco de esta puerta, con los ojos muy abiertos, reposaba un búho de tamaño natural elaborado en piedra.  

En la sala, justo en el medio, había una mesa bastante larga, frente a esta imperaba un pódium, sobre el cual descansaba un pequeño mazo de madera como los que usan los jueces en las cortes, pero lo que más llamaba la atención era una figura hecha de oro al relieve que adornaba la pared posterior al pódium, en ella se distinguía en la parte superior un compás, en la inferior una escuadra de veinticuatro pulgadas y una letra «G» en el medio.

Detrás del Telón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora