Prólogo

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Siente cansancio. La energía escapa de él como si fuese una presa; una presa muy rápida que no deseaba ser atrapada.

Siente dolor. La morfina lo mantiene a ralla, pero no lo hacía desaparecer. No se puede hacer desaparecer algo que siempre está ahí.

Siente asco. El olor a comida, el solo hecho de pensar en ella le repugnaba y si tuviera fuerza se quejaría de ella, pero no las tiene y no lo hace.

Siente ahogo. La maquina que le proporciona oxigeno parece ser suficiente para mantenerle vivo, pero no para evitar su sufrimiento.

Siente que ha perdido. Su ego herido. No ha sido una pelea justa. Él lo atacaba sin avisarle, no le daba ningún tipo de advertencia. Solo lo hizo cuando estaba segura que iba a ganar, cuando ya se había propagado por su cuerpo, cuando ya nadie ni nada le podían detener.

Fue rápido al menos. Ni siquiera hubo quimioterapia. No serviría de nada.

Miró a los que allí estaban. Familiares y amigos, más bien solo amigos. Tres amigos, cuatro si contamos al gato. Cuatro amigos llorarían su muerte, solo ellos, nadie más, y eso le hacía feliz. No había dado nada al mundo, no había dicho nada relevante, no había marcado el suelo con el peso de sus buenos actos. No había dado nada bueno, pero al menos no daría nada malo. No daría sufrimiento, no daría llanto. Su muerte sería olvidada y nadie más que tres personas y un gato la sufriría. Y aun así le pareció mucho sufrimiento.

Siente más cansancio.

Siente más dolor.

Siente más asco.

Siente más ahogo.

Siente más miedo.

Siente, al fin, la muerte.

Y allí apare. Negra, enorme y eterna, como el universo que reina. No se parece a lo que comúnmente se imagina. No es un esqueleto terrorífico, no lleva una larga capa raída que llega hasta el suelo, no tiene maldad en sus actos. En realidad, es hermoso. Luce una larga gabardina negra, la capucha esta levantada escondiendo su rostro que nadie puede ver. La tela de la gabardina llega al suelo, pero no tapa los pantalones llenos de gruesas cadenas para los condenados, ni tampoco las botas. En su mano, el arma más temida, su guadaña. Brilla y reluce, no parece haber sido usada, pero tanto tú como yo sabemos que la ha usado en incontable ocasiones.

La muerte observa lo que trae. Allí están llorando por el alma que ha venido a buscar. Se acerca a la cama, las cadenas chocando las una con las otras sin ser oídas por nada ni nadie. La muerte es silenciosa incluso cuando hace ruido. Mira el cuerpo sobre la cama. Es largo, los pies están tocando el final. Es delgado por la enfermedad. Es pálido por el frio que trae consigo. Se inclina hacia delante observando su rostro.

La mortalidad hace que la belleza dure poco, que cuando él llegue ya no exista. Si la mortalidad es así de cruel ¿Por qué veía belleza? El hombre que allí estaba, esperando a que se lo llevara era bellísimo, más de lo que él pudiese imaginar. Quiso saber quién era. Y lo vio. Todo lo que había sido, todo lo que era y todo lo que hubiese sido. Y lo amo.

Amo a ese mortal más de lo que jamás nadie ha amado.

Lo decidió. Cuidaría de él, lo mantendría a salvo y lo amaría en secreto.

Le devolvió la vida. Maquinas pitando, gritos de ayuda y sorpresa, y un corazón latiendo.

La muerte devolvió una vida y entrego la suya. Vio como se sentaba en la cama, quitándose todo lo que le molestaba sin ser capaz de creer que sucedía. Médicos entrando, y sin saber cómo diciéndolo en voz alta: "No hay leucemia. Estas curado."

Se marchó, dejando la felicidad y a su amado allí disfrutándola y volvió al Nim.

Cruzó la puerta de su morada con la guadaña recargada en su hombro y una visita en su salón.

-Me falta algo Muerte.

-No. Él no era para ti Lucifer.

Vida. Muerte ||Malec-AU||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora