Capítulo 7

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ALENA


Al día siguiente desperté más tarde que de costumbre, y esto se debía a que Anne no había pasado por cada una de las habitaciones de mis hermanos y mía, tocando repetidas veces y anunciando que era hora de ir al instituto. Puesto que hoy, era sábado por la mañana.

Los fines de semana en la mansión eran calladas, en cambio, los días de semana, era un poco caótico. Percy buscando sus zapatos por todos lados, Leah peleando con su maquillaje, Adara pidiendo orden, Kirsten gruñendo como un toro y yo, con los ojos casi cerrados por el sueño.

Gracias a los lujos que teníamos no habían peleas para los baños, pues cada uno tenía el suyo propio lo suficientemente grande para que no haya conflictos.

Ese sábado, había despertado a las diez de la mañana, no me dispuse a tomar un baño y me quede en pijama todo el día, al igual que mis hermanos, exceptuando a Adara y a Leah. Hasta que se hicieron las cinco de la tarde y decidí tomar una siesta.

Una siesta que duró más de lo que debía.

Abrí mis ojos y vi que un pequeño rayo de luz se colaba por la cortina que cubría la ventana. No le hice mucho caso y volví a cerrar los ojos, dispuesta a conciliar el sueño nuevamente. Sin embargo, un portazo hizo que me despertara abruptamente.

— ¡Es hora de despertar, Alena!—escuche la voz de Anne, agitó mis sábanas en un intento de que despertara.

— ¡Anne! —me quejé—. Son las cinco de la tarde, y es fin de semana. Los sábados son para descansar.

—Alena, haz pasado todo el día durmiendo.

Intenté cubrir mi rostro con la sábana al momento en que Anne abrió la cortina, permitiendo que no solo entrara un rayito de luz, si no que todo el sol inunda mi habitación. Sin embargo, al pensar que ya estaba cayendo el sol, era más como un atardecer y no el sol candente del mediodía.

— Tengo una razón lógica. Si, es fin de semana, pero tu padre me ha dicho que te despertara porque hoy los acompañaran los O'Connor a la hora de la cena —me quitó toda la sabana, provocando que me acurrucara para evitar que el frío chocara contra mi —. Y, por cierto, son las seis de la tarde.

—¿Las seis de la tarde? ¿Tanto dormí? —comencé a cuestionar en qué año estábamos, en que mes y que día.

— Sí, levántate, cepillate los dientes, mientras que yo preparo tu atuendo.

Me levanté con pereza, arrastré los pies hasta el baño y me di una ducha fría, no sin antes lavar mis dientes y agarrarme un rodete desordenado en el cabello.

Cuando salí del baño, encontré una falda azul celeste y una camisa blanca sencilla, y mi peor pesadilla reposaba en el suelo, unos tacones.

Anne me conocía muy bien para el poco tiempo que llevábamos aquí, y sabía perfectamente que yo odiaba cualquier cosa que tuviera que ver con el mundo de la belleza.

Visualicé un post-it pegado a la caja en donde venían los zapatos. Estaban recién comprados. La leí en silencio.

"Alena, lo siento, tu madre fue la que dijo que debías usar tacones

-Anne"

Soltando un bufido, me quite la toalla y me coloqué la ropa que me habían dejado.

Cuando estuve lista, veo mi reflejo a través del espejo.

¿Por qué dejé que Natasha decidiera por mí el atuendo de esa noche?

Las hermanas ThyssenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora