Capítulo 1

8.6K 339 39
                                    


Escapar, correr, picar hasta que el corazón arda sin temor a perder la vida en esa carrera. Eso me pide mi cabeza a gritos, porque es justamente lo que me va a salvar. Pero no puedo. No hay un puto musculo que me responda.

Lo he intentado de mil maneras. Lo cierto es que aquí todo se ha apagado. No hay luz, gente, ni ángeles; ni siquiera insectos podridos.

Aunque no siempre ha sido así. Solía estar y bien encendida, como una bengala intermitente en el océano más solitario de esta tierra.

...

—No mamá, pues, no necesito de tu "preciada" ayuda —exclamé autosuficiente pegada al teléfono.

Mis ojos chequearon frenéticos las torres de libros que tambaleaban y me topé con un título: "Lo personal es político". Comencé a jugar con el orden de la frase mientras otros libros comenzaron a caer sobre él. Parecía la casa de una acumuladora serial.

—Pronto los estaré recibiendo en mi hermosa morada —silabeé burlona. Resoplé con satisfacción el humo del cigarrillo.

Por primera vez en la vida me sentía una jodida abeja reina.

—¡No, novios por lo pronto, no! Ya lo sabes. —Uf, detestaba contestar esa pregunta.— Bueno tal vez me veas con una novia....

Se escuchó una tos nerviosa del otro lado, mi madre cambió de tema. Esbocé una sonrisa. Si había algo en lo que me había especializado era en parecer una chica ruda. Era mi manera de protegerme. Lo cierto es que nadie sabía, ni siquiera mi madre sospechaba, que en el fondo era de cristal. Estaba claro que el amor no era mi materia predilecta, de haberla cursado me hubiera hecho repetir una y otra vez. Portaba un riesgo enorme, tenía el corazón de bambi, sentía un terror inexplicable a que alguien se lo comiera de forma voraz. Y no erraba, la poca experiencia que tenía me llevaba hacia allí de forma inevitable.

Apuré la despedida y corté. Me paré frente al espejo para perderme en las sombras de mi perfil anguloso. Noté que había perdido curvas y me puse eufórica ¡Sola y flaca! ¿Qué más podía pedir? el combo codiciado de toda muchacha recientemente emancipada. El primero del resto de una prometedora vida llena de éxitos y propuestas amorosas...No podía para de reír ahogada en mi propia ironía. Acababa de mudarme sola a un pequeño departamento que elegí haciendo malabares con un acotado presupuesto. No era muy exigente, solo necesitaba un edificio en donde fuera bienvenido el humo, que estuviera cerca de mi trabajo y que ladeara bares.

Me había convertido en la abogada de una editorial independiente. Había tomado un puesto en "V media". Allí, donde tres loquitos como Lola, Marcos y Javi podían pagarme un sueldo digno y al mismo tiempo creer que íbamos a hacer una revolución.

Estaba soltera y aunque llevaba el título con hidalguía, no perdía la tonta ilusión de conocer al hombre de mi vida. Pero había un problema, portaba una innata capacidad de ahuyentar novios. ¡Sí! los perdía sistemáticamente.

—¡Hoy me apetece un joven empresario! —vociferó una Lola irónica oteando el lugar. Con frenesí batió su abundante cabellera platino. Siempre lo hacía cuando se disponía a empatar.

Habíamos salido con mi amiga y "jefa" a tomar unas copas después de un día encabronado. Nos metimos en una especie de cueva, un típico antro irlandés, el perfecto refugio para dos chicas listas para emborracharse sin juzgamientos a la luz del día.

—¡Ah! eso sí que es una verdadera declaración revolucionaria. Debería grabarla y subirla a uno de nuestros canales —entoné divertida y vacié mi pinta.

—¡De verdad lo digo! estoy harta ya de los "chavitos" antisistema —resopló —. Al final son todos unos cobardes que solo quieren justificar su inutilidad —gritó ronca como un castor cansado de roer madera. Casi hace estallar su vaso contra la barra.

Lola es de las mías, no es ninguna doncella de cuentos. Aunque mucho más desquiciada que yo. Es demasiado impulsiva, la sangre le hierve muy rápido. Más de lo necesario para no incendiar todo a su paso. Se refería directamente a Marcos y Javi, sus socios. Habían tenido una discusión tremenda aquel día.

—Bueno, no creo que aquí justamente lo encuentres —dije con una mueca lateral.

En la panorámica, unos ojos intensamente negros interrumpieron el recorrido, como si hubieran estado ahí desde hace décadas. Un viril contorno los acompañaba para dejarlos impresos en un lugar de mi cabeza reservado para aquellos ojos que nunca habría de olvidar.

Para sorpresa propia, quedé sin aliento ni ideas por unos segundos ¿Lo conocía? Busqué torpemente algo dentro de mi bolso y nada encontré. Por alguna razón que no lograba entender, ya no podía sostener la mirada ahí, a solo dos mesas de nosotras, en ese grupo de tres chavales que bebían y vociferaban.

Me sentí levemente desorientada.

Lola le hizo señales al muchacho de la barra para que nos sirviera dos cervezas más.

—Aquí solo encontrarás piratas o más de lo mismo —afirmé un poco turbada, mientras intenté no volver a esos penetrantes ojos.

—¡Qué más da! ¡Venga pirata! uno más no va hundir este barco —ecualizó Lola con su risa de camionero. Alzó su porrón para brindar.

Los ojos se acercaron cada vez más, pero no los podía mirar. Me inquietaban. Sentí como si ello ya hubiera sucedido alguna vez.

Chocamos nuestras pintas, pero sonaron tres cristales.

—¡Encantado de conocer a la madre de mis hijos! —irrumpió su inconfundible voz vibrante. Era él. Mi corazón me lo advertía con un golpe de Box. Esos ojos negros tenían un dueño que podía partir la tierra en dos, además de paralizarme a mí y de ser un ostentador mentiroso serial.

Debería haber escapado. Mi alarma interior se activó aunque sin una razón. Nunca por un hombre y menos todavía por los de su estirpe.

—Octavio Rivera, encantado —entonó con una seria picardía oculta. Nos dió la mano a ambas mirándonos fijamente.

Sentía cada vez más certeramente que esto ya había sucedido.

Lola me clavó una sonrisa cómplice, mientras otro chaval acercó una silla para sentarse a su lado. Parecía articulado como un muñeco.

—Lola Castillo....—Inyectó su mano como una espada para abrir el tablero con la primer jugada.

Yo seguía muda, disponiéndome a escuchar a Lola y su inolvidable discurso ahuyenta charlatanes, pero el cuerpo me pedía a gritos darle una oportunidad y al mismo tiempo huir, no sé porqué.

—Eva Santana —dije abruptamente antes de que Lola vociferara —. Pues, en la clínica me han dicho que el donante era anónimo —sentencié tocándome la barriga con una sonrisa obradora.

Lola aplaudió, sacudiendo sus tacones de la risa, mientras intercambió miradas con el otro chaval intentando decidir si darle una oportunidad. A diferencia de mí, ella sí que era una auténtica captadora de hombres. Era de esas suertudas a las que la buscaban, le devolvían los llamados y hasta le pedían casamiento. No sé cómo lo lograba, pero siempre tenía muchachos a disposición.

—¡Tú sí que eres mejor que yo en esto! —sonrió todavía más confiado —. Te traigo una pinta —agregó con aire triunfal mientras señaló la pizarra del bar.

Sin entender todavía concretamente dirigí para allí mí mirada y logré leer:

"Consigna del día: Una mentira por una pinta"

Pues parecía que aquí, las únicas tontamente predecibles habíamos sido Lola y yo.

Octavio partía confiado hacia la barra y por alguna razón, sabía que estaba perdiendo algo más que la consigna del día. Lo sabía, del mismo modo que mi sangre, gritando como una chicharra viajera e insomne con un loco despertador en su mano, intentaba recordarme algo verdaderamente importante.

Algo que, definitivamente, podría evitar lo que hoy parece inevitable.   

Muñeca Trunca ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora