Capítulo 10

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Sabina tosió y se incorporó como si nada hubiera sucedido, resucitando como en un episodio bíblico.

¡Estoy perdiendo la cordura o algo paranormal digno del realismo mágico está sucediendo aquí! ¡Hace unos instantes ella no respiraba!

Me exaspera la falta de respuestas, el rol de la voz sin cara, las historias terribles que estas mujeres, mis compañeras, cuentan. Nada de esto tiene claridad para mí, a pesar de los recuerdos que llegan.

—Por favor, ¿alguien me puede explicar? Lo que está sucediendo aquí no tiene ningún sentido —reclamo intentando encontrar un rostro dispuesto a explicar.

Todas vuelven a ocupar sus lugares de manera circular, en silencio. Nadie me mira, solo la niña, que siempre ha permanecido callada, vuelve a hacerme otra vez un gesto con los dedos de silencio.

—¿Cómo te llamas pequeña? —desciendo en cuclillas hasta llegar a su altura.

La niña no habla. Lleva un vestido blanco con florecillas coloradas y unos zapatitos guillermina color natural. Unos bucles acaramelados caen sobre su rostro pálido. Una mujer con aspecto de alta sociedad se posiciona detrás de ella y la toma por los hombros.

—Se llama Micaela, es mi hija —apunta con la nariz bien alta. La mujer lleva un vestido estilo Jaquie, de corte clásico, con detalles en blanco y negro. El cabello está recogido con un batido sobre la base. La niña la mira con respeto. Parecen de otra época.

Miles de preguntas se vienen a la mente y antes de que dispare Cristina interviene interrumpiendo mis intenciones.

—Mira muchacha, era mi turno de contar. Pero la verdad, es que no lo creo importante a esta altura —mira hacia el cielo, supongo que se dirige a la voz—. Lo único que diré es que mi nombre es Cristina: ama de casa, casada con un alcohólico y golpeador. Es el que me ha dejado así y aquí—Se señala a sí misma. Su comportamiento ha cambiado de repente.

¿Aquí? ¿Cómo? Su rostro está completamente marcado. Uno de sus ojos morado y abultado. Es muy fuerte la imagen, me cuesta observarla sin voltear la vista.

—He comprendido, en todo el tiempo que llevo aquí y sé que no me queda mucho más —Vuelve a mirar hacia arriba—, que el amor de una mujer supera en potencia al odio del hombre. Los hombres podrán traspasar los cuerpos con balas y puños, pero nunca serán capaces de atravesar el alma como nosotras lo hacemos con la palabra.

¡Wow! Todas aplauden y vitorean de repente.

—¡Bravo! —grita Mercedes.

—¡Lo ha hecho otra vez! —Sabina alza un brazo festejando.

La frase llega hasta el fondo de mi corazón. Esta mujer pequeña, tan sencilla, de cabello suelto con ondas largas y canoso lleva adentro una gran sabiduría y todas lo saben.

—Pero ni él importa, ya. No quiero siquiera venganza, porque sé lo que va a sucederle... —agrega sin rencor habiendo masticado toda su terrible historia.

Son demasiadas las preguntas que se acumulan en la punta de mi lengua.

—¿Cómo que lo sabes?¿Qué es lo que puede sucederle? —pregunto inquieta.

Me observa por unos instantes sin decir palabra, parece que fuera a decir algo revelador y continúa.

—Mira niña, solo dos de todas las lágrimas que existen en el mundo nos pertenecen a nosotras las mujeres: la del verdadero dolor y la de la piedad.

—¡Vamos Cristina! —se escucha detrás de mí.

—¡Oh, esta vez sí que me has matado! —agrega Sabina golpeando con su palma el corazón.

—Eres nuestra líder, definitivamente —dice Vero sonriendo.

—Lo mío y lo de todas las que estamos aquí tal vez sea irreversible, no tiene vuelta atrás. Pero tú......

Un sonido metálico interrumpe el relato. Todas tapan sus oídos. El ruido me llega hasta la última neurona haciéndome sacudir.

—Mercedes, por favor, ha terminado tu tiempo aquí. Dirígete a la puerta.—Irrumpe fría la voz que detesto y temo.

La madre de la niña mira hacia arriba aterrorizada. El jolgorio termina, se hace un silencio atroz de unos segundos.

—¡No, por favor! —grita Mercedes con un gesto disimulado de horror. La niña comienza a llorar. Mercedes cae al piso de rodillas junto a una lágrima que golpea el suelo con la fuerza de una bola de billar.

¿Qué está sucediendo ahora, por Dios? Comienzo a sentir el mismo terror que todas, pero sabiendo mucho menos que ellas.

— ¡Díme, quiero saberlo! —mira hacia la puerta con un gesto dramático.

Todas los rostros se ven aterrados como nunca antes.

¿Qué hay detrás de esa puerta? ¡Ahhh, voy a enloquecer del miedo!

Verónica cae al piso. Sabina comienza a caminar frenéticamente de una pared a la otra. Cristina se toma la cabeza y mira hacia el suelo. El resto llora.

—¿Qué está sucediendo? —grito como si estuviera en el medio de un terremoto. La niña se aferra a su madre en un llanto atroz.

—Por favor, cuiden de ella —lanza entre lágrimas acercándose resignada hacia la puerta, —. Y tú —me mira—, toma la decisión correcta, eres nuestra última esperanza —finaliza mientras la observo irse todavía más desorientada y perdida que cuando llegué.

Muñeca Trunca ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora