Capítulo 8

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 —Soy Sabina —Levanta una ceja completamente morada—. Una de las más jóvenes del grupo. Pero no soy ningún corderito, ya todas lo saben.

Su mirada aguamarina reluce rebeldía. Todas sonríen con ella. Me impresiona su imagen, tiene el rostro muy lastimado. ¿Qué brutalidad le ha ocurrido a esta muchacha, por Dios?

—¿Qué puedo decir de mí? —refunfuña. Lleva el cabello platinado intercalado con mechones rosados. Un maquillaje bastante teatral se confunde con los rastros de golpes en su cara. Su vestimenta evoca al punk rock, tiene el aspecto de una pequeña estrella musical rebelde.

Posa su vista en mí. Le sonrío, a pesar de mi preocupación.

—Bueno, voy a arrancar sin anestesia —Hace una pausa—. A los 16 años me sucedió lo peor que le puede suceder a una mujer... seis muchachos se entretuvieron conmigo de la peor manera y contra mi voluntad —acusa. Sus ojos explotan de furia y su rostro se amorata por completo.

Sabina parece asfixiarse de pronto, comienza a toser. Me acerco intentando ayudarla, pero me hace un gesto con la mano para que me vuelva a sentar. Sigo consternada por lo que acaba de decir.

—Tranquilízate, que no es bueno para tí, niña —apunta Cristina que está a su lado tomándole el hombro.

—Cada una de las marcas que llevo los representan —continúa mientras su rostro empalidece. Deja caer unos centímetros su camisa a cuadros y quedan al descubierto sus hombros llenos de cortes y marcas de cigarrillo. Su cuello se encuentra también amoratado.

Me tapo los ojos, la imagen es muy fuerte. Un bullicio de repudio recorre toda la sala. A pesar de que sigo sin entender qué es lo que está sucediendo aquí, comienzo a conectar de algún modo las historias.

—Pero hay algo peor todavía, ninguno de ellos era desconocido para mí. Podría decirse que eran mis amigos, compañeros de clase, muchachos que veía a diario en el instituto. Entre ellos estaba incluso en chico del que me enamoré. —Su voz se quiebra. Me entristezco mientras sus ojos se llenan de lágrimas.

—Sé que puedo confundir con mi aspecto. —Se toma la falda plisada y un mechón de cabello—. Puedo parecer una chica ligera, lo sé. Pero es solo una fachada. Mi corazón es muy reservado, soy una chica como cualquiera. En el fondo solo quiero que me quieran. —Encoge sus hombros.

Una lagrima brota de mis ojos. Por alguna razón me siento muy identificada con Sabina.

—Por su puesto ¿quién no? —Vero asiente entre lágrimas.

—¡No lo pude evitar! me enamoré del chico más popular del instituto. Aquel que nunca habría de mirarme. Yo no era ni siquiera de su gueto. Es más, odiaba a su grupo. Pero un día nos tocó hacer pareja en la clase de biología y me sorprendió con su humor, realmente era divertido ademas de lindo. —Su mirada brilla de repente—. Se pasó toda la clase intentando hacerme reír. Me sentí halagada.

Suspira.

—Y, no pude dejar de pensar en él.

La entiendo tanto.

—Me ilusioné de verdad cuando comenzó a llamarme. —Lleva una mano al pecho.

Su relato me llega profundo.

—Un día me invitó a salir y como una tonta accedí esperanzada. Nunca había tenido intimidad con alguien. Me invitó a una fiesta. Estaba muy nerviosa, fantaseando con la llegada de mi primera vez.

Siento una ansiedad tenebrosa por el final de esta historia. Comienzo a comerme las uñas. Se me eriza la piel y mi mente comienza a jugar con miles de imágenes propias.

—En el camino debí haber olido algo cuando me convidó un cigarrillo de marihuana, pero tampoco desconfié de la bebida que compartimos en el viaje.

Hace una pausa para recoger todo su cabello en un rodete y tomar aire.

¡Por Dios, no quiero saberlo, sé lo que va a sucederle!

—Cuando llegamos, no había autos, ni gente en la puerta. Pero a esta altura, estaba tan mareada que mis neuronas no conectaban. Cuando entré solo estaban ellos. Él y cinco muchachos a los que conocía.

Sé lo que viene. No lo quiero escuchar, algo en su historia tiene que ver con la propia.

—Allí fue cuando comenzó el infierno —sentencia agitada, y comienza a toser con fuerza. Repentinamente, su rostro se pone azul y cae al piso, inerte.

Me abalanzo sobre ella desesperada, me doy cuenta de que no respira. Intento hacerle maniobras de resucitación cardio pulmonar. Pero sigue pálida.

El resto simplemente nos observa con una tristeza sumisa, inactiva.

—¡Se está muriendo! —grito hacia el cielo. —¡Ayuda por favor! —imploro ahogada en desconcierto e impotencia.

Muñeca Trunca ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora