Capítulo 13

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No pude evitar cerrar los ojos después de mi abrupta declaración esperando la llegada del huracán que habría de llevarse todo de mí. Pero ya no sentía sus manos moverse a su antojo. Es más, no estaban en mi cuerpo. Abrí rápidamente los ojos y allí estaba él moviendo la cabeza de un lado a otro.

—¡No puede ser! Tú estás bromeando —soltó con cierto estupor desde el suelo.

Solo moví mi cabeza negando. Me sentí avergonzada de repente.

—Realmente no esperaba esto. —Su mirada parecía incrédula.

Puse mis manos en su cabello sin saber qué hacer, con temor a que todo se cortara aquí. Mi cuerpo era un volcán humano y no me perdonaría que ello sucediera.

—¡Pero está bien! Imagínate que estoy más que decidida a que sea contigo. No soy una niña —entoné decidida fijando mi vista en sus ojos turbios. Temblaba todavía.

Su temple pareció cambiar de repente y ascendió hasta llegar a mis ojos.

—Desvístete y métete en la tina que sigues ardiendo —resopló mirándome de reojo. Pareció reprenderme. Abrió con vigor la canilla de la bañera y en cuestión de segundos estaba llena a la mitad. Se volteó mirando hacia el placard que estaba detrás, esperando a que me desvistiera. Apoyó ambas manos sobre los estantes, como si los fuera a empujar y bajó la cabeza, todos su músculos se marcaron.

—¡Ey, puedes mirarme....no me he convertido en santa de repente! —Intenté bromear para descomprimir.

—Solo déjame pensar unos segundos y entra ya en ella —contestó con voz turbada.

Me sentí un poco extraña, pero decidí acatar sus órdenes a pesar de no estar muy conforme con el tono. Quería seguir adelante, mi cuerpo me lo pedía a gritos como nunca antes en mi vida. Me gustaba demasiado, como ningún otro hombre en la faz de la tierra, así que levanté lentamente la remera con timidez y el roce de la tela me produjo un escalofrío. El seguía de espaldas. Vi que había metido una mano en su bolsillo para tomar su celular. Parecía chatear con alguien. No era muy oportuno, sentí que nuestra intimidad desaparecía. Me alarmé un poco.

—¿Con quién hablas? —pregunté torpemente sintiéndome indiscreta y temiendo un poco por su respuesta. Achiné mis ojos esperando un ladrido pero me desprendí el corpiño, sintiendo el alivio de las ballenas retirarse de mi piel. No sabía dónde dejarlo y lo dejé caer al suelo.

—¡Oh, perdón! tienes razón. No es momento de contestar mensajes —Se disculpó tosiendo —Le respondía a Santi. Era una urgencia —agregó. Seguía de espaldas.

¡Oh, Lola debía haber pasado la noche con él seguro! Mi casilla debía estar llena de sus mensajes. Quise ir a ver mi teléfono de repente, pero en ésta posición no estaba en condiciones de corretear por la casa.

—¿Urgencia? —carraspeé. Volví a pensar en Lola.

—Si, Santiago es residente, trabaja conmigo en el hospital. Me consultaba por un paciente —dijo en tono lavado y me relojeó de costado como apurándome.

Metí los dedos dentro del elástico de las bragas titubeante con temor a que se diera vuelta y me viera completamente desnuda. Tomé aliento y la empuje dejándola caer al piso. Respire profundo, tiritaba de frío y me zambullí en la tina. ¡Al fin!

Miré al patito que estaba en el borde y volví a pensar que algo no cuadraba ahí. El sonido del agua lo hizo darse vuelta por completo. Me lanzó una mirada intensa, voraz, sin ocultar su avidez por mí.

—¿Qué voy a hacer contigo, niña? —dijo metiendo sus pulgares en el borde del pantalón.

¡Por Dios, esos abdominales me ponían estrábica!

—Lo mismo que si no te hubiera dicho nada —solté con cierto atrevimiento aunque un poco tensa a la espera de su reacción.

Se quedó un instante en silencio observándome. Parecía que estaba tomándome una foto con sus ojos. Finalmente sonrió.

¡Respiré aliviada!

—¿Qué es lo que quieres tú, pequeña? —sonó intenso y me recorrió con su mirada. Metió una de sus manos en el bolsillo del jean.

—No lo sé, solo guíame —aventuré excitada.

Sonrió de costado y se agachó hasta quedar a mi altura, poniendo una mano en mi rostro para comenzar a recorrerlo con su pulgar. Ardía nuevamente.

—¡Sí que eres bella niña! —dijo un poco ronco y repasó con sus yemas mis labios. Mi respiración volvió a acelerarse. Pero el patito, interfería con mis pensamientos, a esta altura, lascivos.

—¿Qué hace ese patito ahí? —solté haciendo un malabarismo con mis manos sin poder reprimir mi curiosidad. No pude completar la frase porque sus manos comenzaron a descender hacia mi cuello.

Sonrió artero.

—¡Excelente pregunta, pequeña! Es una buena manera de comenzar —contestó enigmático y me incorporé expectante. Tomó el patito, lo puso en la palma de su mano y me miró corroborando que seguía sus movimientos. Lo dió vuelta y accionó un interruptor. Ahora sí, lo puso en mi mano.

¡El patito vibraba!

Sus ojos brillaron traviesos y agregó: —Aunque yo creo que te preguntaría ¿para qué crees que sirve ese patito?

¡En unos segundos me dí cuenta y mi cara se incendió!

—Creo que lo sé —solté tímidamente.

La verdad, es que no sabía nada de nada.

Octavio sonrió endiablado y volvió a tomar el patito. Ésta vez, lo hundió hacia el fondo de la tina. Mis ojos se expandieron cuando sentí el contacto del hule con mi pierna. Las pequeñas vibraciones que emanaba me generaron unas cosquillas y volví a reír.

El me miró entretenido y excitado con su experimento.

—¡Pues yo te voy a enseñar! —exclamó ladino, dejando su rostro a pocos centímetros del mío. ¡Creí que iba a estallar! Sentí el camino zigzagueante del patito sobre mi muslo y arqueé la espalda. Cerré los ojos, exhale profundo, las vibraciones se aproximaron a mi entrepierna. Un gemido escapó de mis labios, ¡Deseaba que ese patito llegara de inmediato a su destino!

 Volví a abrir los ojos y ahí estaban los suyos, tan profundamente oscuros y ardientes como el mismo infierno. La cabeza del patito llegó a mi centro de placer y me sacudí ávida por el contacto. El juguete comenzó a moverse hacia atrás y adelante, haciendo más y menos presión sobre mi vagina. Otro gemido escapó al sentirlo dentro de mí. Llevé la cabeza hacia atrás, sentí el vaivén del hule rozar una y otra vez mi pequeño punto de locura entre las piernas. Sin aviso, una pequeña explosión se propagó por todo el cuerpo y abrí los ojos extasiada. Octavio me miró concentrado y excitado. Continuó moviendo sus manos, variando la intensidad como si manejara mi placer a control remoto. Volví a cerrar los ojos conteniendo toda la energía a punto de estallar. La velocidad iba en aumento, ¡Lo que hacía se sentía verdaderamente delicioso! Empecé a jadear ¡Por Dios, algo dentro mío estaba por explotar! Sentí irme al cielo en una escalera ascendente de sensaciones completamente desconocidas para mí. Estaba a punto y de repente.... detuvo por completo sus movimientos.

—¡Oh, no, no,no, por favor, sigue! —supliqué a gritos sin aire.

—Niña...quiero que esto sea muy especial para ti —contestó agitado poniéndose de pie, mostrando una erección superlativa.

—¡Vístete! te espero en la habitación —agregó más imperativo aún, solo para arengar mi desesperación y llevarla a niveles inaudítos.

Muñeca Trunca ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora