Recuerdo III

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Steve Rogers es el hombre del cual te enamoraste



Son pocos los instantes en los que el Capitán América se ha sentido realmente nervioso, circunstancias en las cuales, aún con toda su valentía no ha dejado de sentirse ansioso. Ése era uno de esos momentos.

Había reservado en un restaurante ubicado en el último piso de un rascacielos inaugurado por todo lo alto hace menos de dos meses, el cual había sido reseñado como uno de los mejores de la ciudad. Escogió una mesa al aire libre que estuviera apartada. Quería que ése aniversario fuera especial. Había planificado todo con minucioso detalle. Ni aún ese día podía dejar de ser un hombre de clásicas costumbres.

La velada transcurrió apaciblemente, llegaron poco antes de las nueve de la noche y cenaron algo sencillo, ligero, levemente picante. Para el postre el soldado ordenó un diminuto pastel de chocolate para el ingeniero.

Dos años eran tímidamente disimulados con temas de conversación banales, sonrisas contenidas y significativas miradas. Hasta que, mientras hablaba sobre su día, el exitoso héroe de negocios mordió una porción de aquel diminuto pastelillo.

El tiempo se detuvo para el supersoldado. En un segundo se quedó sin aliento.

El capitalista se sacó un pequeño aro dorado de la boca extrañado, alzó una mano con dirección al mesonero que permanecía alejado.

— ¡Disculpe alguien ha dejado un anillo en mi...! —exclamó elevando la voz.

El joven se acercó, colocándole un segundo postre en la mesa. Escrita de forma estilizada en su delicada cobertura estaba la frase: «Te amo».

El capitalista observó la dedicatoria, luego le dirigió una larga mirada a su acompañante con una ladeada sonrisa, sin embargo aquel pequeño dulce frío fue seguido por otro. Aquel, también decorado, preguntaba: «¿Quieres casarte conmigo?».

El moreno bufó y levantándose de su asiento se acercó a él para susurrarle suavemente al oído.

—Por supuesto que no —tras lo que, sin siquiera mirar atrás se retiró del lugar.

El rubio se levantó confundido por su respuesta intentando detenerle, pero el anterior mesero se interpuso en su camino colocando una pequeña tartaleta sobre la mesa. No entendió que sucedía ni porqué aquel chico estaba tan interesado en hacerle leer una nota hasta que bajó la mirada y observó detenidamente.

Escrito sobre un cristal de chocolate decía: «Sí».

Y la tarjeta a un costado del platillo decía: «Estimado Capitán, casualmente soy dueño de este restaurante, así como del hotel al que piensas llevarme, siempre lo supe, ya sabías mi respuesta por adelantado, los ataques de nervios pueden causar un trastorno de ansiedad generalizada. Te esperaré ahí, quizás pueda darte tu regalo de bodas por adelantado». 

Se llevó la manos a la cara, conteniendo un gruñido sin poder reprimir su eufórica alegría. Se había enamorado de un demonio. Ese hombre lo volvería loco.



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Steve Rogers es un esposo perfecto | StonyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora