Steve Rogers es un esposo apasionado

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Sobre la cama dos cuerpos se fundían mutuamente, sin prisas. Sus bocas se unían al igual que sus caderas, saboreando cada segundo de ésa deliciosa e íntima invasión. Ambos habían llegado a un punto de éxtasis que no podría ser interrumpido ni por una bomba nuclear.

El heredero del imperio Stark se apoderaba completamente de su boca. Su lenguas se rozaban, enredaban, empujaban entre sí. Sin embargo, el Capitán Rogers se hacía valer de sus cien kilogramos de músculo para dominarlo, manteniendo el torso del capitalista levemente elevado de la cama con un brazo y sosteniéndose con el otro de la cabecera de la cama para profundizar cada penetración.

Sus voces habían quedado mudas por el placer. Los dedos del moreno se hundían en la espalda baja del otro, ordenándole continuar. No podían definir la línea que los separaba, no querían hacerlo, pretendían sólo derretirse, colapsar sus sentidos.

El superpatriota alejó su boca de esos dientes, de esa respiración hirviente, de esa voraz hambre que quería consumirlo entero, para fijar por un segundo sus miradas. Podía presentir en la piel y en la sangre como ése momento no terminaría pronto. Ése hombre era completamente adictivo, embriagante, desquiciante, mostrándole aquella oscura expresión de placer, esbozando una ligera sonrisa de lúbrica locura.

Anthony Stark no iba a dejar que su boca se sintiera sola, deslizó la punta de la lengua desde la clavícula del soldado hasta su cuello y succionó con lascivia, mordiendo suavemente, poniendo en juego aquel autocontrol que pendía de un hilo.

Sucedía siempre que el empresario tentaba su suerte, el hombre sobre él terminaba rindiéndose a su concupiscencia. El rubio se sostuvo con ambas manos de la cabecera de la cama para, sin previo aviso, embestir al otro con fuerza, con morbosa crueldad.

El dolor en el arrogante Ironman se entretejía junto a la sensación de ser completamente poseído, su mente no dejaba lugar para pensar en otra cosa más que en el frenético movimiento entre sus piernas. La pasión, el deseo y la desesperación se habían apoderado de cada uno de sus nervios.



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