Steve Rogers es un esposo preocupado

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—Tony —le palmeó ligeramente el hombro para despertarle, inclinándose sobre él.

El multimillonario se había quedado trabajando hasta tarde en un proyecto de seguridad nacional durante la últimas tres semanas, apenas y había descansado un par de horas. El agotamiento había podido con su determinación.

— ¿Qué hora es? —murmuró somnoliento viendo el reloj en el panel frente a él sin poder distinguir un número de otro.

—Son las cuatro y media de la madrugada —dijo colocando una taza de té caliente en el escritorio frente a él.

—Tengo que terminar con esto, Steve, sólo un poco más —dijo al darse cuenta de las intenciones del americano al llevarle té y no café—, terminaré en un par de horas.

—Vas a terminar colapsando, sólo toma una siesta, sé que podrás terminarlo antes de tiempo de todas formas —apoyando ambas manos en sus hombros para darle un pequeño masaje.

—¿Sólo una hora más? —bebiendo de la taza de té sabiendo de antemano la respuesta.

No obtuvo respuesta.

—Bien —refunfuñó tras alargar las vocales—, me haces sentir como si volviera a tener doce años y me escapara de casa para ir a meterme en problemas —rodó los ojos, dirigiéndose a la habitación.

Entró en la nada modesta recámara arrojándose sobre la cama.

—Y tu té sabía horrible, por cierto —añadió.

El té no era la bebida favorita del capitalista pero si era preparado por Rogers, se lo tomaba sin protestar. Anthony Stark había sido consentido por la vida, exceptuando la pérdida de sus padres, él había tenido todo lo que había deseado, por lo que dejar salir su lado infantil no le era del todo desagradable aún más con alguien que estaba siempre al cuidado de él.

El americano lo cubrió con una sábana, se acostó a su lado y le atrajo hacia sí para abrazarlo, su matutina rutina podía esperar. A fin de cuentas él no tenía ningún problema con cuidar de ese narcisista hombre que en momentos como esos se quedaba entre sus brazos resignado murmurando insultos hasta quedarse dormido.



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