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Los días buenos y placenteros de una vida, por más cortos que sean, siempre se mantendrán en la memoria de quien los sueña y los revive una y otra vez. Y aquel amor y el éxtasis alguna vez sentidos permanecerán intocables aún en el más profundo y escondido de los recuerdos, y volverán cada tanto a su dueño como una suave brisa primaveral a modo de conmemoración. Quienes fueron queridos y deseados, quienes fueron tocados por esa vida se encontrarán en los rincones de la mente y del alma, y aparecerán, también, entre sombras y rostros borrosos. Las palabras y las oraciones dichas se oirán y se repetirán aún en el más turbio y agobiante de los silencios. Aquellas melodías tarareadas adornarán nuevamente con colores las canciones más tristes, y las transformarán en un bonito y agridulce regalo.

Los labios no olvidarán la vez que tocaron otros labios, y esa piel sentirá siempre cómo fue rozar a esa otra piel, esos ojos sabrán siempre lo que vieron y las manos y los dedos no negarán jamás lo que hicieron cuando se extraviaron sumidos en aquellos espasmos de júbilo. Ese corazón no se arrepentirá de las cosas que ha vivido, querrá regresar muchas veces a donde alguna vez se sintió cómodo y acogido y se sentirá apenado y nostálgico, pero será sabio y reconocerá las circunstancias, sabrá a qué lugares ya no puede volver y verá, a lo lejos, en un haz de luz, el camino por el que debe continuar su recorrido. Y cuando se crea perdido, aún en la melancolía, será capaz de reconocer su reflejo entre la multitud.

El peso del reflejoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora