Catarina comenzó a anotar sus pesadillas en hojas que encontraba en la prisa por retener las imágenes. Algunas veces buscaba evadir al sueño por temor a las apariciones que insistían en visitarla por las noches, pero pocas veces lo conseguía. Fue así que se dispuso, entonces, a registrar todo lo que recordaba, con los detalles que lograba memorizar a la fuerza y las sensaciones que quedaban recorriéndole desde los pies hasta las puntas de los pelos. No tenía a nadie con quién pudiera hablar de aquellos sueños, y aunque podría haber recurrido a Perla en busca de socorro nunca lo hizo.
Sus horas de descanso eran pocas. Desde muy niña se había acostumbrado a dormirse tarde, pero desde que había ocurrido lo de Aurelia ya no jugaba con las sombras ni leía cuentos fantásticos, sino que pasaba noches en vela, tendida en su cama o sentada en el balcón con el paquete de cigarros como compañía. La forma podía variar, pero la neblina de recuerdos e inquietudes que le nublaba la vista era siempre la misma.
Después de unos días abandonó sus reseñas y sus estudios profundos, sus anotadores quedaron yaciendo sobre algún mueble o debajo de la cama junto a la caja de recuerdos, y se olvidó de los autores que la habían inspirado. Tuvo, otra vez, la amarga resignación de quien no tiene la voluntad para detener una adicción, una mala costumbre, un amor que no es amor. Pensaba en Aurelia, en Ingrid, y hasta Bécquer aparecía de a momentos en su mente, y sonreía al reconstruir su imagen de gato flaco.
Perla la confundía. No tenía idea de por qué, y aunque sucediera continuaba escribiéndole de tanto en tanto. Pero cuando lo hacía, sus nervios se tensaban y no existía modo de que pensara en otra cosa hasta que recibía la respuesta, y entonces la historia era la misma de siempre. Fue en medio de su divagación, mientras se cuestionaba el efecto que las palabras de su abuela generaban en ella, cuando se percató de que la única persona que había conseguido abducirla de aquel letargo tenía cara de incógnita, carácter manso y lengua de letrado.
Tuvo entonces un instantáneo e imponente antojo de volver a verlo. Sin embargo, aquella sensación surgió dentro de ella como un anhelo de origen desconocido, como cuando se sueña con alguien y luego al encontrárselo en la calle uno, sin saber por qué, percibe que lo ha visto antes en otro lugar. De esa manera, abrupta y confusa, en el interior de Catarina una consciencia traviesa la burló gestando la exigencia de ir en busca de Octavio lo antes posible.
Se quedó quieta unos segundos, pero luego se decidió a llamar. Acordaron reunirse en una dirección determinada, y al colgar Catarina sintió, por alguna razón escondida, que había satisfecho una llamada de sus adentros. No se cruzaba por su cabeza la idea vaga y remota de que, mientras tanto, Octavio experimentaba la misma sensación.
Esperó con el torso apoyado sobre la pared de la entrada a un edificio, miró su muñeca y notó que había olvidado su reloj, pero calculó que habían pasado al menos diez minutos desde que el colectivo la había dejado allí. Observó a su alrededor; nadie permanecía sin moverse y todos hablaban casi a los gritos. Estaba acostumbrada al bullicio de la ciudad, pero nunca había estado en ese barrio. Estaba minado de comercios, uno al lado del otro y destinados, la mayoría, a la venta al por mayor. Podía conseguir desde ropa interior hasta herramientas y repuestos, pensó. Pasaban delante de ella hombres con sombrero, barba larga y frondosa, vestidos de atuendos oscuros o camisas, y tomaban de la mano a sus niños que lucían exactamente como ellos.
Comenzó a impacientarse cuando vio a Octavio mirarla sonriente mientras atravesaba el portón de hierro y vidrio de uno de los edifcios de en frente.
—Disculpá la tardanza...—dijo burlón una vez se hubo aproximado hacia ella—...ahora estamos a mano.
—¿Vivís acá?—preguntó ella luego de dirigirle una mirada de reprimenda.
—No te lo imaginabas, eh.
ESTÁS LEYENDO
El peso del reflejo
General FictionDesde muy pequeña Catarina aprendió a resignarse a una vida de soledad y valerse por sus propios medios se convirtió en su única opción. Durante el transcurso de los años se escondió en las sombras de la conformidad y llevó consigo la carga de una p...