I

27 3 4
                                    

Parada, como mirando a la nada, se encontraba ella hermosa, de cabello brillante y ondulado, negro como el azabache; ojos azules, almendrados y sombríos, con un brillo extraño que reflejaba una especie de misterio, como una luz entre la oscuridad casi absoluta, como si entre la desolación de su alma tuviera escondida una gema de esperanza. Sin embargo no era eso lo que más destacaba en ella, no, eran esas hermosas alas, ¡sí alas!, grandes frondosas y negras que no estaban adheridas a su cuerpo, parecían flotar detrás de su espalda, desvaneciéndose mientras se acercaban a ella. Ese día tocaban el suelo, estaba melancólica.

Lo único que se interponía entre Ellie y el acantilado que se erguía sobre el agua, eran sus botas de caña alta, marrones, con una hilera de hebillas plateadas del lado exterior y correas de cuero que abrazaban los tobillos. Estaban sucias, llenas de barro, había llegado ahí caminando desde el pueblo, simplemente a mirar. El ruido de sus alas abriéndose me alertó y voltee a mirarla, inhalaba lo más que podía ese olor a mar, esa brisa fresca, con los ojos cerrados tiro al viento una leve sonrisa. Yo la miraba desde el suelo, dijo algo a la nada, un par de palabras se dio media vuelta y camino de regreso mientras la brisa hacía que su blusa blanca rozara sus pantalones de cuero. La seguí, como siempre. Subió la capucha de su sobretodo azul oscuro, metió las manos en los bolsillos de este y siguió caminando mientras sus botas se ensuciaban todavía más.

Entró al pueblo por una de las calles más concurridas y llenas de ruido, las casas estaban hechas de madera y piedra bastante bien construidas para ser, a su parecer, de la época medieval de su propio mundo, si no fuera por la repugnante cantidad de excremento de caballo que había esparcido por el suelo, no estaba tan mal. Aquí ella era una extraña, las personas que se percataron de su presencia se apartaban de su camino, algunos la miraban con curiosidad, otros ya estaban acostumbrados y simplemente la ignoraban. Ella no les daba ni una pizca de atención, simplemente quería caminar un poco entre la gente, que, a pesar de que no se llevaba bien con ellos, le gustaba su presencia, la hacían sentir que estaba menos sola. Miro como salían un grupo de personas de un bar, unos cinco hombres y otras dos mujeres, tomadas de la mano de sus respectivas parejas; de diferentes edades pero todos jóvenes, bromeaban y reían; sintió una puntada en el pecho que me dolió hasta a mí, la soledad se hizo presente una vez más, agacho la cabeza y simplemente siguió caminando.

Llegó hasta una tienda, saludo al hombre que la atendía quitándose la capucha, -Señor Robinson- le dijo con voz calmada, él le lanzó un pequeña sonrisa y le alcanzó una bolsita de cuero muy delgado, la tomó y le dio dos monedas de plata a cambio, dándole las gracias salimos. Para ser sincero, le gusta presumir de ser el único ser humano en este mundo que posee alas, las estiro lo mas que pudo, abrió los brazos para buscar equilibrio, flexiono las rodillas y levantó vuelo delante de todos los que la miraban, algunos gritaron de susto; eso me hacía reír, otros simplemente la miraron y empezaron a murmurar entre ellos, preguntándose qué tramaba y reprochando la decisión del rey de mantenerla viviendo ahí, ella lo agradecía a regañadientes, sabiendo que lo hacía simplemente porque creían que ella tramaba algo, la acusaron de espía de personas que no conocía, de ser algún tipo de agente del mal enviado desde lugares extraños que ella no entendía ni donde quedaban ni de qué naturaleza eran. Simplemente aceptó quedarse, y realizar algunos trabajos para el rey, por que no sabía a dónde ir, ni mucho menos donde estaba.

Abrió la bolsa que le había entregado el bonachón y corpulento comerciante, sacó una manzana verde, sus favoritas y le dio un mordisco enorme haciendo que el jugo de la manzana cayera por una de las comisuras de sus labios.

-Mmm, Jugosha- dijo con una sonrisita de satisfacción mientras se limpiaba con el dorso de la mano, sacó un pañuelo para secarse y continúo engullendo la manzana como, ella misma decía, un animal salvaje.

MoldavitaWhere stories live. Discover now