Ella era fría, gélida. No agradaba a cualquiera. Tenía un humor demasiado peculiar.
Se preguntaban el porque de sus actitudes, de sus enfados, y de sus gestos.
Se preguntaban por que tan agresiva y porque ser tan fuerte.
Ella no lloraba. Ella no sonreía. Pero siempre era ella.
Recuerdo la primera vez que me hablo de sus problemas, que confío en mi y me sonrío.
Os juro que nunca he visto tanta magia, tanta bondad y tanta sinceridad.
Un día tuve las suficientes fuerzas de preguntarla porque era tan arisca con la gente. Ella me miró desafiandome y a los segundos me sonrió mientras decía: "No permito que cualquiera me haga daño".
Yo me quedé pensando en que podría significar la frase. Y supuse que la entendí.