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-Muevete de aquí, chico zombie...

La vida de Will fácilmente se resumía en una rutina.

No hacía nada fuera de otro mundo, simplemente iba a la escuela y volvía a su casa para dibujar y jugar con sus amigos si era la ocasión. Podría decirse que luego de lo pasado en el Upside Down, tal vez su vida habría cambiado un poco, pero no solo se agrego a su semana unas cuántas visitas al doctor. Y una cálida bienvenida llena de insultos y burlas cada vez que entraba a la escuela. Concentrémonos en este pequeño e insignificante detalle de su rutinaria vida.

Era raro y aquello no era ninguna novedad. Todo el mundo se lo decía o al menos lo notaba con solo verlo caminar por las calles de Hawkins, pero en su mayoría era bueno, ser raro era bueno. O eso era lo que quería creer. Claro que, luego de los acontecimientos en el Upside Down y con el monstruo Sombra, se dió cuenta de que entre ser raro y estar muerto, lo mejor era estar tres metros bajo tierra en un ataúd. O al menos así era en su escuela, o al menos así era si eras gay... Y raro.

Los insultos habían existido desde que había entrado a esa maldita escuela. Pero lo había soportado, no era el único y sinceramente era muy inocente para comprender lo que sucedía a su alrededor. Sin embargo, luego comenzó a hacerse algo más personal, a pesar de que se molestará al grupo en su totalidad, parecía que había un fetiche de molestar a Will, pero aprendió a superarlo, a penas. Con lo sucedido hace un año, el castaño se consideraba un experto en la materia. Lo mejor era ignorarlos, seguir tu camino, y guardar tus lágrimas para la oscuridad de tu cuarto en donde nadie podía oírte. Y eso le estaba sirviendo muy bien. Hasta ahora.

-¿Eres sordo o que? Te dije que te movieras Byers. Lárgate.

¿Qué había cambiado ahora?

¿Por qué ahora sentía esas inmensas ganas de largarse a llorar? ¿Por que sentía ese famoso nudo abrirse paso por su garganta? ¿Por qué ahora todo aquello le afectaba tanto? En el fondo lo sabía, y era un simple número. Tres. Tres años en donde había soportado todo aquello sin mostrar señal de que le importaba. Pero hasta el tenía un límite, y finalmente Troy Harrington lo había encontrado.

-Muy bien niños, saquen sus libros en la página 32 y harán todos los ejercicios de la página. William, debo pedirte por favor que tomes asiento.

El problema es que su límite había sido encontrado por la causa más insignificante del mundo. Un estúpido asiento del salón de arte.

Will era bueno, era bueno en muchas cosas pero en la que más se destacaba era en el arte, lo cual, su madre y sus amigos no dejaron pasar y prácticamente lo obligaron a asistir a clases de arte aparte para que mejorará. El castaño había aceptado, feliz de que tal vez podría haber encontrado un lugar en el que podría ser el mismo sin necesidad de que estén sus amigos. Aunque en realidad, era el mismo infierno que en las clases normales. En realidad, era el mismo infierno en que se basaba su vida.

Sin saber de dónde saco sus fuerzas, tomó asiento junto a una chica de la clase llamada Valery Tompson. Una chica que según el valía oro. Era bonita, inteligente y muy amable con todos. Obviamente a él no le interesaba en lo más mínimo, pero era consciente de que todos se morían por ella. Era perfecta. Claro, o al menos eso pensaba hasta que vio la cara de disgusto de la mencionada cuando vio que se iba a sentar junto con el más pequeño. Y en ese momento Will se dió cuenta de algo...

Estaba solo...

Vivía con ese sentimiento a diario, pero nunca lo había sentido con tanta intensidad como en ese momento. Con sus amigos mostraba la sonrisa más radiante que su cuerpo podía formar. Pero en el fondo, sabía que ni ellos soportaban estar con alguien tan raro como Will. Tal vez solo era pena y compromiso por conocerse desde Jardín de niños y que sus madres fueran amigas. Estaba solo, solo contra el mundo, solo junto todo aquello que él temía. Y fue demasiado para el.

Hugging and Kissing {Byler & Foah}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora