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El poblado de Darkholme, en la actual Checoslovaquia, país cuyo nombre no era conocido hace mucho, antes fue parte de un imperio. Cosa del pasado, al igual que el nombre original del poblado que vulgarmente fue llamado así por los olmos oscuros que habían plantado al rededor del pueblo hace siglos, se encontraba en la estación que la hacía lucir aún más pintoresca; otoño. Y este otoño resultó ser el más helado de la década hasta la fecha.

La brisa fría contra las hojas marrones y de un peculiar tono anaranjado similar al del cielo en el ocaso daba una sensación de tranquilidad en las ajetreadas vidas de las personas. Había pobreza como cada cierto período de tiempo, la mayoría por problemas económicos que no querían cesar por las relaciones internacionales, y más con aquellas guerras que no querían cesar de ninguna forma. Las guerras civiles eran peor que una externa por destruirse unos a otros, vecinos y hermanos contra otros, y ello llevaba años, décadas, incluso siglos.

Ese resentimiento y odio a lo diferente, a lo sin fundamento válido, al temor de unos débiles que emplearon armas y no con diálogos civilizados.

Muchas historias conocidas para la población nacían así, del odio, del miedo, de chismes y temores infundados o mal dados.

Y bien, el final de todos ellos fue el derramiento de sangre de inocentes. Eso siempre ocurría y al parecer, el tiempo no hacía grandes cambios. Solo cambiaba el arma pero no la víctima o la intención.

Ahora bien, el pueblo para cualquier turista parecía ser un pintoresco pueblo con detalles antiguos, como los puentes de piedra y acueductos, algunas casas y edificios viejos que fueron arregladas con el paso del tiempo. Un pintoresco pueblo europeo con una mezcla entre lo rústico y lo moderno, que combinaba perfectamente con el actuar de la gente.

Muchos seguían estancados en el pasado, arreglando ciertos defectos y otros, otros por el contrario, eran nuevos, con ideas e ideologías erradas en sólo su idea como victoriosa, sin respeto ni cultura propia, como la nueva juventud que se dejaba ver en los parques, senderos y estacionamientos y canchas de la escuelas.

Eran una plaga interminable e inquebrantable, que no cedía ni con la autoridad local.

El pueblo sufría de una crisis económica, como todo el país y como toda Europa, y unos terremotos, sismos de mediana intensidad extraños e impropios de esta tierra no aportaron a la situación.

En sí no fue un gran terremoto, incluso causaba burla en los habitantes del Pacífico que aquel sismo fuera apodado con el complemento de mediana intensidad, pero como algunas de las estructuras eran viejas causó un mayor daño.

Muchas propiedades viejas estaban deshabitadas y el daño del sismo hizo que sus precios fueren en descensos. Muchas constructoras rápidamente actuaron para apropiarse de las mejores propiedades. Si las compraban baratas e invertían un poco podían sacar diez veces su precio en el mercado en pocos años.

Así fue el caso de una gran casona en lo alto de una colina, rodeaba de densos olmos que habían plantado hace pocos años pero que habían crecido lo suficiente para dar una imagen imponente, sus rejas negras altas y ya oxidadas daban el aire de casa embrujada, más aún con la vieja iglesia a menos de trescientos metros que había cedido con el sismo. Lo cual para algunos era mal presagio pero para otros significaba un cambio finalmente.

Bajo la cuadra la vieja iglesia que antiguamente, hasta hace 17 años era la única, se usaba para los velorios del cementerio. La mitad de la estructura cayó matando al viejo cura, las estatuas de destruyeron por completo, y se incendió una parte de la iglesia, dejando algunos muros del fondo caídos, y dejando como evidencia una puerta que conducía al sótano que conectaba a una catacumbas. Ni la policía ni nadie quisieron bajar a investigar por temor a que la estructura cediera por lo inestable que se encontraba.

𝐊𝐫𝐚𝐯𝐚𝐯𝐨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora