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La situación local se encontraba cada día peor que el anterior hasta el punto que la mente racional de los hombres se fue extinguiendo ante el miedo que generaban las guerras civiles y paramilitares. No fue de extrañar que al cabo de días, semanas o incluso meses el estallido o el ruido de derrumbes y gritos ya fuese por ver un arma o al caer en el temor paranoico pintara las zonas urbanas que décadas atrás apenas si tenían un poco de ruido de familias comunes y corrientes.

Muchos inocentes morían en diferentes ciudades, pueblos y demás locaciones sin siquiera haber cometido un acto que justificara el accionar de los armados. Fue una caería de brujas, algo que Cedric podía decir que vivió en carne y huesos.

Desde las ventanas del segundo piso que colindbaban a la zona urbana podía visualizar como para el último rayo de luz que pintaba con tonos anaranjados y rojizos las copas de los árboles y los techos de sus vecinos, algunos hombres armados empezaban a caminar apuntando con sus armas o se paseaban lentamente con una camioneta con un arma expuesta por las ventanas abiertas, ante siquiera una sola mirada soltaban del seguro del arma y acababan con quién fuese el dueño de esa mirada; hombre, mujer, niño o anciano.

El caos y el miedo tiño el aire de una forma tal que nadie se atrevía a salir después del ocaso. Muchos preferían no salir en lo absoluto hasta que, claramente y bajo una forma ya anticipada, se acaban los suministros y raciones.

Salir por comida era un reto que a muchos les recordó los momentos de la gran guerra. El miedo y el hambre que habían vivido sus abuelo o quizás sus padres.

Cédric no conocía de ese miedo tal como los demás habitantes. Él respetó el horario y supo trazar caminos entre los lugares más lúgubres del pueblo para evitar la detección para ir por suministros de varios tipos.

Su casa tenía tanta carne seca como alimentos no perecibles para aguantar el crudo invierno. Tenía mucho resguardado, y que aseguraría no pasar por un hambre mortal. Aunque claro, su otro tipo de suministro se hizo escaso y a la vez abundante.

Podía salir en la noche y alcanzar algunos tragos ya coagulados de los muertos en las aceras, como un animal rastrero esperando el momento justo para tomar su ansiado tesoro. Lo descartaba por el momento.

Ante su eventual encierro, ordenó sus suministros y arreglo su huerta personal para no depender de otros ni tener que arriesgarse más de lo necesario. Podía dar o intercambiar con algún vecino, pero realmente sabía que la voz se extendería y no quería delatarse.

Lidiar con saludos cordiales eventuales en la entrada de su casa era una cosa, tener que escuchar a sus vecinos aterrados y que pudieran más o que amenazan para obtener algo más, no estaba en sus planes.

Pero poco debió de pensar sobre ello. Muchos de sus vecinos estaban tan incomunicados y alejados por temores propios que nadie siquiera pensó en la posibilidad de ayudarse. Otros fueron más inteligentes y ocuparon su tiempo en arreglar el vehículo con lo máximo posible de posesiones antes de huir pisando el acelerador a fondo.

La verdad es que la migración en situaciones de guerras era muy común, una de las mejores, si es que no la mejor, opciones para seguir con vida.

Cédric lo pensó por un tiempo determinado mientras vagaba por las habitaciones de su hogar, si se marchara, ¿A donde iría? Tendría que iniciar nuevamente, ¿y si ese destino era todavía peor? Tenía muchas dudas, y que son las dudas ante la mente humana que nunca está satisfecha y nunca lo estaría.

𝐊𝐫𝐚𝐯𝐚𝐯𝐨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora