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La soledad le permitió entender y tratar de descifrar su enfermedad, su resurrección y demás. Y todas sus conclusiones empezaban o terminaban en una sola palabra; sangre.

Se suponía que la sangre era algo simple. Un grupo sanguíneo de células que necesitabas para funcionar. Era esencial, pero fue fácil. Lo que no se suponía que era algo que debía buscarse y ocultarse como un secreto vergonzoso. La sangre no era algo que condujera a alguien a la locura por el deseo. La gente normal no tenía que decidir entre retorcerse en agonía y matar a un hombre. Cedric, sin embargo, claramente no era una persona normal; Esto fue más que obvio cuando lo trajeron de vuelta a la vida como un monstruo. Él no era un monstruo; eso es lo que se dijo a sí mismo de todos modos, pero solo podía negar lo que realmente era por tanto tiempo. Podía admitir que había hecho cosas terribles, pero la necesidad de matar y devorar era deplorable. Pero los antojos eran mucho más grandes que él. No era como el ansia de cigarrillos; Fue agonía física.

Era como si alguien sacara su intestino y lo pasara por un escurridor mientras aún estaba adherido. Era un hambre que rara vez se saciaba e incluso cuando lo era, el pensamiento se deslizó fácilmente en su mente a menos que se mantuviera ocupado. Así que se mantuvo ocupado haciendo todo lo posible para mantener a raya el hambre y la ira.

Por el momento, Cedric estaba tan saciado como podía estar con la carne animal parcialmente cruda. El sabor de la sangre animal y la bilis se aferró a su lengua al igual que pequeños trozos de carne gomosa atrapados en sus molares posteriores.

Había intentado con diversos animales, como los corrientes hasta los ciervos, venados. Incluso excéntricas carnes pero nada era suficiente. Lo más cercano de una sensación de alivio eran aquellos invertebrados negros, gordos y retorcidos, llenos de sangre hasta el borde; sanguijuelas. Tal para cual, él era una especie de sanguijuela.

El dicho de eres lo que comes nunca había sido tan acertado hasta ahora.

Si no se controlaba a sí mismo, devoraría a todo aquel que se encontrará a su paso con la desesperación sacada del infierno, como un hombre que no había comido en días.

Al principio ese había sido su idea, aterrorizar, gozar del miedo que causaba ser un monstruo. Pero, ahora tras años de lo mismo se dio cuenta que la gente más temía de lo normal.

Sus pocos vecinos, a los que escasamente saludaba desde la entrada de la casa, eran gente tranquila. Con mil y un problemas en sus vidas pero sin un gramo de maldad ante él. Gente, que con el tiempo empezó a envejecer y él no.

Con el tiempo su hambre fue tan grande, que temió que todos sospecharan de él tras sus salidas nocturnas, y que en la mañana, por el radio y el periódico informaran de un horrible hallazgo en las cercanías.

Una epidemia de gente encontrada muerta o al borde de la muerte en lugares remotos, con heridas sangrantes en zonas donde las venas eran notables y de vital importancia. Los cuerpos eran encontrados en su mayoría con el cuello o antebrazos lastimados. Otros pocos cuerpos, estaban carentes de aquel vital líquido. Secos, como si toda su vitalidad y nutrientes les hubiesen sido arrebatados a más no poder.

Cuando ya su autocontrol cesara se encerraba por semanas en su nuevo hogar. Fingiendo él que todo era ireal, que prontamente despertaría como antes con su familia reunida. Pero la realidad era decepcionante al final. Sumando al hambre voraz, su cordura y humanidad prendían de un delicado y frágil hilo que al más mínimo roce se rompía.

𝐊𝐫𝐚𝐯𝐚𝐯𝐨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora