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Escucho su nombre en murmullos lejanos hasta que los escucho claramente, señal de que no estaba muerta. O al menos no por ahora. Un pequeño consuelo.

No había tanto dolor físico como creyó tendría si es que él no la mataba, pero el abrir los ojos era extremadamente difícil. Enfocar sus ojos fue menos difícil, ya que tenía a Cedric a los pies de su cama.

Esa escasa distancia se caló los huesos.

-Te encontré en la entrada, -Habló con la voz tranquila, y dejando la bandeja de plata con el desayuno sobre el edredón. Como un caballero educado atendiendo a su damisela herida, aunque claro que bajó este contexto, no había nada de caballeroso. -Deberías descansar más en tu condición.

Selina lo siguió con la mirada mientras un frío recorría su nuca. Sus ojos no eran para nada discretos ante su disgusto y temor al hombre que tenía al frente.

- ¿Que eres?

Su pregunta fue lo suficientemente fuerte para ser escuchada, pero no más para ser tomada con valentía.

Su sonrisa fue una pista más amplia, el hombre se enderezó contra el estribo y lucio una amplia sonrisa como si esto, todo este embrollo, no fuera más que una broma.

-Creo que ya sabes la respuesta. -Respondió sin cuidado.

Él metió su mano al bolsillo derecho y sacó los papeles de su chaqueta, alzo los papeles que ella había encontrado en su escritorio y los miró en menos, cual papel de escritorio barato fuesen.

-Y por si no quedó claro, son reales. Todos. -Miro los pasaportes y se los arrojó a las piernas para que los examinará como gustara. Cada sello y cada palabra era auténtica, cada fibra de papel y cada rastro de tinta contaban una historia, varias historias mejor dicho. Cada una con un nombre diferente pero con una similitud poco original, todos con la misma persona siendo fotografiada, no importaba la fecha con la que estaban emitidos.

Y ahora no tenía dudas de la razón de ello.

El pasaporte austriaco, al igual que el polaco tenían más de quince años, y la fotografía era idéntica al hombre que tenía frente a ella. Los otros, con misma o más reciente fecha eran la misma historia.

Cedric Kravavo tenía mil y una historia bajo su nombre, y seguramente mil y una muerte tras ello.

¿Que nacionalidad tenía tenía realmente este hombre? Aunque la verdadera pregunta era cuántos años tenía este ser de mitos que había jugado muy bien su papel.

Selina sintió su pulso acelerar y un nudo en la garganta que empezó a apretarse cada vez más mientras lo miraba. Parte de ella no creía todo, era demasiada información que procesar. Pero sobre todo era el miedo.

El miedo la consumió. Había vivido por días, semanas, meses con una criatura de mitos. Un ser repulsivo en varios folclores, alguien temido, un ser del horror que se nutre de sangre y de muerte... Pará peor, le había gustado la persona que fingía ser.

Ahora sabía su secreto, y temía por ello.

- ¿Y qué pasa ahora? ¿Me vas a dejar ir? -Pregunto aún acostada en la amplia cama. Los ojos de Cedric parpadearon al escucharla como si se preparará a delatar su respuesta más evidente. -Sabes que no correré para contarle a nadie sobre esto, ¿verdad? Así que...

Por un momento él solo la miró, todavía sonriendo, todavía un poco divertido. Se arrastró más cerca a lo largo de la cama, hasta que estuvo justo a su lado, ahora sonriéndole a la cara. Sus dientes eran realmente blancos y demasiado afilados para ser normales. Aunque claro, él no era normal.

𝐊𝐫𝐚𝐯𝐚𝐯𝐨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora