Steve no podría señalar un momento específico, aunque quisiera, porque no creía que existiera ninguno. No había sido un sueño, o una premonición, ni siquiera un escalofrío que le recorriera la espalda de repente para advertirle de un peligro inminente. Más bien había sido un proceso gradual, como un grifo que goteara y no te dieras cuenta hasta que el agua se había derramado de la pica y te había puesto el suelo perdido.
Era una sensación rara, al principio. No sabía muy bien cómo describirla: a veces estaba en una situación completamente normal, tal vez en el sofá viendo una película con Tony, o en la cocina charlando con Nat o en su entrenamiento matutino con Bucky y Sam, y por un segundo el presente parecía desdibujarse, como si no fuera real, como si estuviera en un sueño, en esos instantes en los que tu consciencia comienza a despertar y tratas de aferrarte a ese sueño aun sabiendo que es una batalla perdida.
Otras veces la sensación era como si las personas a su alrededor estuvieran fuera de su alcance, incluso cuando las tenía a su mismo lado. Extendía su brazo y hasta que sus dedos no se aferraban a la piel de quien estuviera con él estaba casi seguro de que se cerrarían en torno al aire.
Eran sensaciones breves, lo suficiente como para dudar de si no eran más que un producto de su imaginación. A lo mejor estaba cansado, se decía a sí mismo, auto-convenciéndose de que no era nada. Tal vez lo único que pasaba es que trabajaba demasiado.
Podría haber sido eso si no fuera porque seguían repitiéndose con cada vez más frecuencia. Llegó a temer que fuera un efecto secundario de la reprogramación a la que le sometió HYDRA; fue a chequear su memoria, con la excusa de hacer un seguimiento por si acaso, pero estaba bien. ¿Sería entonces una secuela de cuando entró en contacto con la droga experimental de A.I.M. y casi perdió los efectos del suero? Bruce le hizo un reconocimiento completo y le aseguró que estaba perfectamente. ¿Qué podría ser entonces?
Se despertaba agitado. Se iba a dormir con un ladrillo en el estómago. Eventualmente reconoció qué era lo que estaba sintiendo: miedo. Pero ¿de qué? Eso era lo peor, que no lo sabía. ¿Quizás pensara que todo iba demasiado bien, que era tan feliz que la propia naturaleza de la existencia humana lo hacía algo insostenible? ¿Era la felicidad una anomalía y por eso sentía ese miedo, para mantener el equilibrio dentro de los parámetros que se consideraban normales?
No. Algo terrible estaba a punto de pasar. Lo presentía.
Trató de fingir lo mejor que pudo, aunque no evitó preocupar a Tony, y eso le hizo sentir todavía peor.
Empezó a aquejarle un insomnio similar al de los primeros meses de vivir en el siglo actual. Todas las noches tenía la tentación de despertar a Tony, pedirle que hablara con él, que le tranquilizara con aquella voz que le había proporcionado consuelo durante tantas veladas eternas. Todas las noches se contenía. No quería preocuparle más.
Le preguntó a Thor si sabía algo más del asunto de las gemas. Su amigo le aseguró que no había recibido noticias de Asgard, por lo que no debía preocuparse. La ausencia de noticias eran buenas noticias, convino Tony.
Tony dormía. Steve observaba su rostro relajado, veía los ojos moverse bajo los párpados. ¿Estaría soñando algo bonito? ¿Estaría soñando con él? Esperaba que sí; Tony ya había padecido demasiadas pesadillas. Se inclinó para besarle el hombro por encima de la camiseta. Tony suspiró, cambió de postura, dándole la espalda, y siguió con su apacible dormitar. Qué envidia, pensó Steve.
Se levantó con cuidado, cogió su ropa para hacer deporte y se dirigió hacia la sala de entrenamiento, donde se pasó las siguientes horas atacando el saco de boxeo con furia. Un golpe tras otro tras otro tras otro, pum pum pum, intentando no pensar, intentando cansarse lo suficiente como para hacerlo.
No funcionó, como no lo había hecho las anteriores noches. Apoyó la frente sudorosa en el saco, dando grandes bocanadas de aire, sintiéndose todavía peor si cabía.
—Steve.
Se sobresaltó al oír la voz de Tony.
—Oh. Tony. No quería que te despertaras, lo siento.
—Siempre duermo más inquieto cuando no estás en la cama, ya lo sabes. —Su marido se acercó a él con expresión preocupada—. ¿Qué tienes? —quiso saber.
Steve se esforzó por sonar natural.
—No es nada, solo un poco de insomnio —mintió. Tony sacudió la cabeza, era obvio que no había sonado nada convincente.
—Creo que el saco de boxeo no opinaría lo mismo. Cuéntamelo.
Steve vaciló. Quería contárselo, pero ¿qué ganaría con eso? Cogió una toalla y se limpió el sudor de la cara para ganar tiempo. Después suspiró, se la quedó mirando y le contó a Tony lo de su mal presentimiento, consciente al oírse a sí mismo de lo absolutamente ridículo que sonaba.
—No podemos vivir así, Steve, pensando siempre en qué peligro pueda estar acechando en las sombras.
No era forma de vivir su vida, le dijo, y con razón. Steve estuvo de acuerdo, le dijo que él mismo sabía que era irracional y que estaba seguro de que se le acabaría pasando con el tiempo, aunque lo tenía menos claro de lo que le gustaría.
—Te sentirás peor si te quedas aquí tú solo. Vuélvete a la cama, va —le pidió Tony con suavidad. Steve asintió pesadamente y se inclinó para besar a su marido, pero este levantó una mano y se lo impidió—. Ah, no. Primero una ducha, caballero.
Steve no se sentía con fuerzas ni para protestar. Alargó los brazos para que Tony le quitara las vendas. Vio la desaprobación en sus ojos al comprobar el pobre estado de sus nudillos, aunque tuvo la consideración de morderse la lengua.
Dejó que Tony le llevara de la mano hasta su habitación. Le preguntó si no quería meterse en la ducha con él; más que nada porque no quería otra cosa que estar cerca de su marido, de sentir su piel, su aliento cálido, de oír sus promesas de que todo iba a ir bien. Tony le dijo que no, que necesitaba descansar y que le prepararía una infusión para que se sintiera mejor. Se duchó rápidamente y ya estaba en la cama cuando Tony volvió.
Se bebió la infusión mientras Tony le tocaba la frente para comprobar que no volviera a tener fiebre. Steve le aseguró que se sentía mejor y apagaron la luz.
—¿Me das ahora el beso que me has negado antes? —le suplicó, odiando lo vulnerable que sonó. Tony ni siquiera le contestó, se acercó él y le besó. Steve se entregó de lleno a aquel beso, como si necesitara desesperadamente retener la sensación de los labios de Tony en los suyos.
Tony le acarició el pelo, el brazo, la mano, y lo acunó con sus brazos hasta que, esta vez sí, Steve se quedó dormido.
Soñó con Peggy. Soñó que bailaban, y que ella le decía que por fin había terminado todo y podían estar juntos, como tanto habían deseado. También soñó que Tony se escapaba de entre sus dedos, como si le dejara atrás para siempre.
No quería dejar atrás a Tony. No podría soportarlo. Tony le aseguró que no pasaría, que pasara lo que pasara siempre, siempre le encontraría y le traería de vuelta. Quiso creérselo.
Y entonces, después de aquella noche, también de forma gradual, esa sensación tan horrible fue desapareciendo. Empezó a dormir con normalidad, a ser feliz sin más.
Tuvieron unas Navidades fantásticas en familia y una entrada a un año que se presentaba prometedor. Aliviado, lo achacó a un bajón pasajero, tal y como le había dicho Tony. Al estrés por la vida que llevaban sumado a todo lo que había acaecido antes de la boda, agudizado en un momento determinado.
Pero ya estaba. Las malas vibraciones se habían esfumado y no había pasado nada fuera de lo normal. Nada del nivel de Ultrón o Zeke, vaya.
Y en cuanto Steve se olvidó del todo de ello, justo entonces, Tony empezó a verla a ella en sueños. Solo que no eran realmente sueños, como pudieron comprobar muy pronto.
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[Avengers Fic Stony] Universos Infinitos
FanfictionSecuela de Algo Para Recordar/Incondicional y Pedacitos de Ti. Steve y Tony disfrutan de su vida como casados mientras su familia sigue aumentando. ¿Qué enemigo empañará su felicidad y amenazará con destruir el mundo esta vez?