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Da una encogida al escuchar voces, distingue la voz de un hombre y una mujer. Trata de gritar, solo que su voz sale ahogada por culpa del trapo y no tiene apenas fuerzas para más, quiere estirarse y no puede por más que lo intenta. Le duele todo el cuerpo, está sudando, ahora el maletero parece un horno asfixiante. El pequeño habitáculo se está quedando sin oxígeno, sabe que si no la sacan pronto de ahí morirá. Aun a pesar del miedo que eso le produce reza para que no la saquen, eso le da aún más miedo que la propia muerte. Esta aterrada por lo que pueda pasar, sabe que lleva mucho tiempo encerrada pero ha perdido por completo la noción del tiempo y en varias ocasiones hasta la consciencia.

De pronto siente como alguien se acerca y al fin abren la puerta del sofocante maletero. La luz la ciega, el aire frio la envuelve y siente un tremendo escalofrió que le recorre el cuerpo erizándole la piel en una terrible sensación de extraño alivio.

No consigue distinguir nada, tiene la vista nublada por el sudor y las lágrimas, unos brazos fuertes y decididos la rodean y la sacan en volandas.

–¿Qué es esto Seth? –dice con sorpresa la voz de una mujer.

–Un animal herido que encontré por el camino ­–explica la voz del hombre que la lleva en brazos. No puede dejar de temblar, y no es capaz de moverse voluntariamente para frotarse los ojos en busca de aclarar la mirada.

El tipo entra, cargando con ella, en algún sitio, en una especie de casa o cabaña. No consigue distinguirlo bien por más que parpadea.

–No vas a dejarla aquí –le advierte la mujer de antes, con voz preocupada, siguiéndoles apurada por no poder impedir que entren en la que parece ser su casa.

El hombre no se detiene un instante a escuchar las protestas de esa mujer que trata de detenerle, entra con su víctima en brazos en lo que parece una habitación, una habitación bastante extraña, lo cierto es que todo es bastante singular, parece una casa hecha de retales. Telas, lonas, planchas de madera y de metal...

De pronto y sin previo aviso la lanza sin cuidado sobre lo que parece un viejo y mugriento camastro. Se golpea la espalda contra la pared al caer y no tiene más que encogerse asustada en un rincón.

El tipo sale de ahí, con la voz de su conciencia quejandose todo el tiempo por lo que ha traido a su casa.

Donde se supone que tendría que haber una puerta hay una cortina que corren para dejarla sola, muerta de miedo, sin poder dejar de temblar, sin saber que pensar, sin saber que está pasando.

–¿En qué pensabas? –Le pregunta la mujer nerviosa en voz baja para que no la escuchen cuando salen de la habitación a otra sala.

–Joder, no lo sé... –contesta sirviéndose un vaso de agua de una jarra que hay sobre una mesa. –me pisaban los talones, esta vez han estado más cerca que nunca, por eso he venido aquí. Sé que es el único sitio donde no me encontrarán.

–Estas herido –murmura al darse cuenta de la sangre que le cubre el brazo.

–Me dispararon, pero solo me rozó –asegura restándole importancia.

–Van a por todas... –murmura apenada– voy a buscar algo para lavarte la herida.

–No me matarán, al menos no por ahora, pero van en serio.

Mientras tanto Valentina mira a su alrededor observándolo todo, ha podido aclarar la vista secándose los ojos con la falda de su vestido de seda rojo. Busca con la mirada una vía de escape. Se encuentra en una estancia parecida a una cueva hecha con desperdicios. Hay ropa amontonada por todos los rincones, maderas, trastos y más trastos... no hay ventanas, pero se cuela algo de luz por pequeñas rendijas que hay entre las chapas y maderos que delimitan el cuchitril aspirante a habitación.

Flores rarasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora