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Se siente horrible y para colmo su pelo rizado campa a sus anchas por su cabeza. Jamás lo había dejado así, ni siquiera cuando era pequeña, su madre siempre le mandaba a su nany que se lo secara con secador y cepillo para alisarlo.

–¿Tienes un peine? –le pregunta resignada.

–Puede que Kana tenga uno.

–¡No! No te molestes, da igual, lo dejaré así –contesta preocupada por no coger piojos o algo peor de esa gente tan sucia. Por suerte no hay ningún espejo en la habitación, lo que menos desea es verse.

Seth la sujeta de nuevo a la cama y se marcha. Valentina esta exhausta, toda esta situación la está desbordando y ya no tiene fuerzas ni para quejarse. Echa de menos muchas cosas y piensa en lo que estarán haciendo en casa. Si su madre estará bien y si estarán como locos buscándola. Se le saltan unas lágrimas desesperadas y trata de secárselas con la manga de la sudadera gris que lleva puesta. Mira hacia la puerta y se sorprende al ver a la niña mirándola con cara de asco.

–¿Qué quieres? –le pregunta Valentina devolviéndole la mala mirada.

–¿Por qué estás aquí?

–Buena pregunta, créeme que no estoy por gusto, eso pregúntaselo al psicópata de tu padre.

La niña abre mucho los ojos sorprendida, se da media vuelta y se larga sin decir nada más.

Que niña más borde

Sus tripas empiezan a rugir de nuevo, tiene hambre. No ha comido nada desde la manzana del desayuno y ya es por la tarde.

Que buena forma de hacer dieta, tendré que patentarlo. Me acordaré de esto cuando quiera perder peso para entrar en una talla menos de un súper vestido para alguna celebración. Quizás pueda decirle a Luis que me secuestre...

Y nada más pensar en eso se echa a llorar de una manera desconsolada. Llama a Luis entre lamentos, sabe que él jamás sería capaz de hacerle algo así, nunca le haría sufrir de esta manera.

Quiero irme a casa... Luis... mamá... papá... Elías... Samuel... Oscar... os quiero, os quiero mucho a todos...

Murmura entre lágrimas recordando en su cabeza sus rostros, sus frases típicas, sus bromas, sus riñas y lo lejano que le queda todo ese mundo.

Maldice a Seth, maldice la noche que salió a la discoteca, maldice el haber mandado a Oscar a cuidar a su amiga despechada, maldice el haberse despedido de Luis y no haber ido a casa, maldice la rabia de su mejor amiga, se maldice a sí misma y pega patadas en la cama enrabiada y estira de las bridas con todas sus fuerzas y se da cabezazos contra la pared llorando al mismo tiempo, envuelta en una nube de tristeza, impotencia e ira.

De pronto Seth entra en la habitación alertado por el ruido, se acerca a ella que no ha sentido su presencia y trata de pararla. La sujeta por los hombros, pero sigue en su enajenación, en su locura momentánea, hasta que él la abraza con todas sus fuerzas. Sus fuertes brazos la rodean y sus piernas atrapan las de ella inmovilizándola, obligándola a calmar de golpe toda esa energía. Valentina llora sobre su pecho, llora sin consuelo, sin importarle que sea el causante de su desdicha el mismo que la acuna ahora calmando su llanto.

–¿Por qué me haces esto? –Pregunta de pronto –¿porque no pides de una vez mi rescate y me dejas marchar? Quiero volver a casa, necesito regresar, déjame irme por favor –suplica con la voz ahogada en su pecho.

Seth se separa de ella y coge el cuchillo que ya había usado antes y corta sus bridas. Las dos.

Valentina no puede creérselo, se frota las muñecas sorprendida y aliviada, mira la marca roja que le han dejado y la recorre suavemente con el dedo analizando lo que está pasando. Se sorbe la nariz y se seca las lágrimas con la manga de la sudadera.

Flores rarasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora