6.

14 1 8
                                    

Vuelve a estar en la misma posición de antes, su captor le pone de nuevo una brida que engancha a la cama y cuando va a ponerle la mordaza ella le suplica que no lo haga.

–No gritaré te lo prometo.

–Si haces un solo ruido, por pequeño que sea, te la vuelvo a poner –le advierte mirándola fijamente a los ojos.

Para ella es un ser aterrador, cuando la mira fijamente quiere ocultarse y desaparecer, con solo una mirada le hace sentir que es capaz de hacerle sufrir la mayor y más cruel de las torturas, más cruel incluso de lo que está siendo ahora.

Es alto, mucho más que ella y que cualquiera de sus hermanos, debe medir por lo menos un metro noventa. Es muy fuerte, se le nota a simple vista, parece un asiduo al gimnasio y a las pesas, es capaz de levantarla sin apenas esfuerzo, recuerda cuando su novio en un arranque romántico y caballeroso, la tomó en brazos para que no pisase unos charcos de barro, recuerda que le costaba llevarla, que no aguantó mucho y se le saltan unas lágrimas al visualizarlo en su mente, al echarlo de menos, al recordar cómo se reirán, como comparten tantas cosas, como la respeta y la adora, siempre le pregunta antes de acariciarla o de darle la mano, si le incomoda algo hace lo posible por mejorarlo, jamás se enfada con ella y lo echa de menos.

El demonio que la ha secuestrado tiene la mirada oscura, penetrante e intimidante, jamás nadie le ha mirado con la rabia y el odio con que la mira él. Tez morena y rapado. Lleva varios tatuajes que no ha podido identificar bien, tampoco ha tenido tiempo de observarlos. No puede mirarlo tranquila para poder memorizarlo y poder describirlo si consigue escapar. Piensa que debería hacer como en las películas, que la víctima guarda a buen recaudo en su mente todos y cada uno de los detalles para luego usarlos en su contra, pero esas víctimas ficticias siempre tienen las ideas muy claras y sus mentes no son embrollos borrosos por culpa del miedo y los nervios. Si ahora mismo entrase la policía por la puerta sabe que no sería capaz ni de recordar su nombre.

El tipo vuelve a irrumpir en la habitación y ella se pone en guardia, se había relajado un poco, todo está a oscuras, ya no se cuela luz por las rendijas y se da cuenta que debe ser de noche. Ahora al verlo iluminado con la luz de una vela que lleva en las manos, su corazón vuelve a latir aterrado.

Le trae agua y otro plato de arroz.

–¿Vas a comer esta vez? –le pregunta muy serio.

–¿Puedes soltarme? –le pregunta ella otra vez negándose a que le den de comer.

–No voy a soltarte.

–Pues entonces no como.

–Haz lo que quieras.

Y se marcha por donde ha venido, llevándose el vaso y el plato.

A pesar de los nervios, sus tripas empiezan a rugir. No es muy comedora, nunca suele picar entre horas y su madre siempre ha tenido problemas para alimentarla correctamente, pero ahora se comería hasta un elefante.

Las fuerzas la van abandonando poco a poco, necesita dormir, pero tiene mucho miedo y no quiere cerrar los ojos a pesar de que los tiene casi cerrados. La luz de la vela tintinea dando un color anaranjado a la estancia que así parece incluso aún más cargada.

Empieza a preguntarse cómo va conseguir dormir con el dolor de brazos que tiene, así como está atada será complicado, además tiene frio y mucha sed.

Tan solo unos minutos después el tipo entra de nuevo en la habitación, se dirige a la cama y Valentina se vuelve a encoger asustada. No le dirige la palabra y casi ni la mira cuando de pronto apaga la vela de un soplido y se tumba a su lado dándole la espalda.

Flores rarasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora