Nota para M.

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Escribí esto  en enero del 2017. Me hubiera gustado ser lo suficientemente valiente para hablarle, hablarle de verdad.


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 C R U S H

  La maestra de pintura había vuelto a faltar. Vaya, que no resultaba una sorpresa. Ni siquiera sabía porque seguía insistiendo en ir cuando, probablemente, me quedaría ahí tres horas sin hacer nada. No es la primera vez que brilla por su ausencia, debería estar acostumbrada. Sólo tenemos una clase a la semana con ella y no se ha presentado desde hace tres semanas, casi un mes desde que entré por primera vez a la preparatoria. 

Todavía no me acostumbraba del todo al nuevo horario, el vespertino; las personas eran agradables y creo que encontré a mi grupo de amigos correcto. Mientras que algunos escogían danza, fotografía o entraban a los equipos deportivos para los extra curriculares, yo había pedido pintura. Fue lo primero que hice apenas llegar por primera vez a las instalaciones del gran instituto. Ansiaba dibujar, pintar y cubrir mis dedos con el material. Lástima que todavía no iniciaran el taller. Creo que la profesora tenía permiso por incapacidad, aunque no estaba del todo segura. Pero ahí estaba, como cada viernes, puntual al medio día, fuera del salón, con la esperanza de que la maestra llegue a darnos indicaciones. Más vale prevenir que lamentar, porque, ¿a quién le gusta lamentar? Si faltaba, me arriesgaría a tener faltas y afectaría mi calificación, lo que es muy importante para mí. No sabía quiénes eran mis compañeros de arte, puesto muchos deambulaban en los pasillos y nadie se atrevía a entrar a un salón vacío, incluida yo. Tampoco llevábamos algo distintivo que nos identificara como estudiantes de esa materia, contrario a los de música, que se paseaban por ahí con sus guitarras, violines e instrumentos de viento. Los estudiantes de pintura no parecíamos estudiantes de pintura, novatos, en resumen. No por el momento, al menos.

 Tal vez la situación cambie cuando tengamos profesor y estemos cubiertos de pintura o cargando cuadros, pero resultaba difícil ubicar a mis compañeros. Terminé por tirarme en el suelo, recargada en la pared con todas mis cosas alrededor mío en un verdadero desastre. Desde la mochila con los cuadernos; hasta los pinceles y el godete. No me importó, estaba más preocupada en controlar mi respiración. Ya era costumbre mía correr para llegar a tiempo, el cabello se pegó a mí rostro y estaba sonrojada, nunca me había gustado el ejercicio, me declaro culpable. 

 Revisé mi rostro, brillaba un poco a causa del sudor y las pecas se perdían entre las manchas del rubor momentáneo. Mi labial se había corrido y no demoré en aplicar otra capa de aquel tono coral que me daba vida, pues era muy pálida cuando el ejercicio no se hacía presente. No estaba muy conforme con el reflejo del pequeño espejo de mano, pero no podía hacer nada. Observé con atención a todos los que se acercaban. El pasillo solo era una parada para algunos, mientras que otros se quedaban ahí, charlando animadamente. Farfullé entre dientes. Estaba sola. Mis amigos llegarían a eso de las dos y media. Los estudiantes vienen y van entre risas, cargando las mochilas y maletas como si fueran simples morrales de carga. Cuando estoy muy aburrida y no me apetece ir a la biblioteca, solo me coloco los audífonos e imagino que la gente camina al ritmo de la música. 

 Conforme pasan los minutos, el pasillo se va quedando más solo. Hay otros cuatro chicos que se sientan en el suelo. Y digo "chicos" en plural, porque hay más muchachos que chicas. Puede que sean mis compañeros, que también quieren saber qué pasará con las clases. Una de las chicas lleva grandes gafas redondas y un cabello sujeto en una coleta. Está escribiendo en silencio, y no se ve de esa clase de personas a las que puedas interrumpir, pero el resto eran niños y nunca me atrevería a entablar conversación con un niño sin un buen motivo, como preguntar por las tareas o dónde compró esa increíble camiseta. Tal vez es hora de empezar a preguntar. Me levanto con torpeza y los otros tres voltean a verme. No les presto atención.

 —Eh, hola—le digo, con una de mis mejores sonrisas. La chica levanta la mirada de su block. —¿Tú eres de la clase de pintura?

 —Depende— responde, sin darme mucha bola.— He de suponer que tú sí.

 —Pues sí...— no me apetece seguir hablándole—, no importa de todos modos.

 Mi intento de hacer "amigos de arte" fracasó tan rápido como el salto de un grillo. Siento la mirada de los demás en mi espalda, así que, con toda la pena del mundo me vuelvo a sentar en el suelo de mala gana. La chica de cabello esponjado no se veía interesada en socializar. Siempre me ha importado mucho lo que el resto de la gente piense de mí ¡Y ya sé que eso está mal! Porque cada persona tiene derecho a hacer lo que le venga en gana, pero resulta inevitable en ocasiones. Es algo que he ido corrigiendo con el paso de los años. Aún quedan rasgos y son ellos los que me hacen ruborizarme. El día de hoy parezco un tomate andante.  

  El sol se cuela por los enormes ventanales que rodean el pasillo a modo de cúpula. Los rayos solares pegan a mi cabello, estoy segura de que se aclarará un par de tonos y tendré problemas de nuevo. La gente siempre suele repetirme la misma pregunta: ¿Te tiñes el cabello? La respuesta siempre es la misma: No.¿Acaso es difícil creer que brilla igual que el fuego al sol sin tintes? Bah, esperar me pone a divagar en cosas sin importancia. 

Ya son las doce veinticinco. Ni huella de la profesora. Vuelvo a ver a mis compañeros.Dos de ellos siguen con lo suyo, están hablando y riendo sobre una clase de Lengua con un profesor que no conozco. Deben ser del turno matutino. El otro, un chico delgado con anteojos, se me queda mirando un par de segundos. No tolero el contacto visual. Evito su mirada lo más que puedo y él regresa a lo suyo. Resulta imposible no creer que me ha juzgado. ¿Será que se nota mucho mi timidez con los desconocidos? La chica de los lentes redondos se marcha al cabo de unos minutos. Los dos compinches, siguen sus pasos diez minutos después. Tal vez debería hacer lo mismo, pero no tengo nada mejor que hacer. El tercer chico también se queda, unos metros alejado de mi. Lo miro con curiosidad, esperando que se levante de un momento a otro. No se va. Vuelve a verme. Resulta incómodo. Será mejor que me vaya a preguntar a sala de maestros si la profesora asistirá.Guardo todo en la mochila y puedo sentir sus ojos clavados en mi nuca. Supongo que es normal, el aburrimiento hace que nos fijemos en cosas prescindibles.

 Tarareo una canción hasta llegar a la entrada del santuario privado de los profesores y uno de los asistentes se acerca a mí antes de que pueda entrar. 

 —¿Qué se le ofrece?—pregunta, con aire pomposo.

 —Quisiera saber si la profesora Victoria ha firmado sus horas.— Explico, aguantando la risa cuando levanta sus excesivamente delgadas cejas.

 —Espere aquí un momento.Entra al cuarto y revisa algo en su cuaderno de notas, regresa con semblante adusto.

 —No asistirá el día de hoy—informa. —Buen día. 

 Cierra la puerta justo en mi narices.¿Y ahora qué? La biblioteca llega a ser aburrida en ocasiones y eso que lo dice alguien que adora leer con locura. Finalmente decidí regresar a mi lugar frente al aula vacía. El chico de anteojos sigue ahí. Tal vez debería decirle que no tiene caso que continúe esperando, se nota que él sí tiene planes para las siguientes tres horas.No logro decirle. Prefiero observarlo. Su cabello se vuelve un remolino y sus dedos se mueven por todo el papel. Está pintando. 

De pronto, aquel chico adquiere una increíble sensibilidad atrayente. Sus ojos, de un avellana amarillento, se vuelven a posar en mi. Me resulta inevitable no ruborizarme más y él sonríe levemente. Si estuviera de pie, mis piernas temblarían.Tiene una sonrisa demasiado agradable. Así que sigo viéndolo, probablemente, con cara de acosadora. Continúa con el pincel sobre la hoja otros dos minutos y de nuevo nos miramos. Esta vez, trato de darle la mejor de mis sonrisas.Nunca he tenido amigos artistas, o que les interese pintar. Él podría ser el primero y nos podríamos pasar horas hablando sobre la increíble forma en la que los colores se mezclan.Sería divertido.  

Pero no me atreví, ni ese día, ni los siguientes...



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