Preparatoria.

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Es la recta final.

El tiempo ha pasado volando, todo parece irreal. Faltan unos pocos días, unas pocas tardes en aquella escuela que me vio crecer para convertirme en una mejor persona que aprendió mucho pero que todavía está a la espera de seguir creciendo.

Ni siquiera parece posible y, sin embargo, lo es. Fue igual a un parpadeo, de esos donde no quieres abrir los ojos rápido porque sientes que el tiempo se escurrirá de entre tus dedos si lo haces.

Esto se ha terminado, de manera tan veloz como una estrella fugaz, que antes se veía tan lejana o imposible de alcanzar. No sé qué expectativas tener al respecto, no tengo idea de qué esperar, pero tengo un buen presentimiento, esto irá bien, las risas, las bromas, los retos, las experiencias nuevas, los descubrimientos, el llanto, las decepciones, las pérdidas o traiciones, todo ha valido la pena y me ha ayudado a ser quién soy. Incluso en esos días donde me sentía fatal, donde creía que todo era un desperdicio de tiempo, extrañaré esos momentos.

Cuando llovía y los charcos eran lagunas donde bien podía entrar para nadar o los pies se llenaban de lodo.

Cuando llovía y las personas usaban el RTP por que no querían mojarse y el metro estaba hasta la madre. Lo que me lleva a recordar que todos sumábamos los números del boleto del camión para ver si conseguíamos ese afamado 21, que según las viejas leyendas escolares, si tienes un 21 puedes canjearlo por un beso de la persona que quieras. Los atesorábamos, nunca los ocupamos.

Cuando atardecía y todos sacaban sus celulares para tomar fotografías del momento que parecía sacado de un documental.

Cuando nos saltamos nuestra primera clase por accidente para ir por helado y sentimos una culpa voraz.

Cuando fuimos al centro de Coyoacán por primera vez y compramos un chocolate del jarocho.

Cuando ayudamos a amigos de otras escuelas a entrar a la nuestra.

Cuando nos pasamos horas frente al espejo tratando de elegir el mejor outfit para el día, para una primera cita, para una reunión con amigos.

Cuando un examen nos revolvió tanto el estómago que nos sentimos paralizados.

Cuando tuve que aprender a nadar y vencer muchos miedos.

Cuando nos sentimos perdidos y sin razón de ser, cuestionándonos qué carajo haríamos con nuestras vidas o qué carrera elegiríamos.

Cuando corrimos con vasos al tope de tequila alrededor de la cuadra en la noche para que los policías no nos vieran. Las risas que eso causó, la confidencia que sentimos luego de eso.

Cuando organizamos fiestas secretas para celebrar el cumpleaños de nuestros amigos más apreciados que fueron desapareciendo con el paso del tiempo...

Cuando me regalaron flores por primera vez... Y que nunca habría imaginado que llegaran más, siempre girasoles.

Cuando las canciones comenzaron a enviarse diariamente con ayuda de pequeños papelitos y que ahora son imposibles de escuchar sin recordar esos momentos.

Cuando un ex se volvió un amigo. Cuando un amigo se volvió un ex.

Cuando nos enamoramos por primera vez. O cuando no fuimos correspondidos, tampoco olvidar aquel amor platónico que nunca se enteró de nuestra existencia, pero del que nosotros sabíamos todo. Incluso esa vez en que nos rompieron el corazón y, por unos días, nos sentimos incapaces de volver a enamorarnos de verdad. 

Cuando esas miradas fugaces entre clases estaban cargadas de emociones. 

O los vanos intentos por sentirnos mejor ahogándonos en alcohol, yendo a esas fiestas donde todos se besaban con todos y bailaban hasta el piso. Esas típicas fiestas de adolescentes que se proyectan en películas nunca muestran la verdad, siempre son mejores en la vida real, la locura se desborda, la adrenalina nos hace sudar, las carcajadas y las voces uniéndose en un coro de voces no se hacen esperar. Todo es caótico y excitante por unas pocas horas. Sin preocupaciones, ni culpas, las verdades salen a la luz y a quienes menos esperas ver juntos... De repente caminan de las manos. De repente se vuelven amantes apasionados que tienen sus secretos al fondo del salón y que se apoyan el uno al otro en la más grande adversidad.

También es imposible olvidar como nos desvelamos para entregar un trabajo a tiempo o esas conversaciones de madrugada que estaban repletas de honestidad sin censuras.

Cuando ese primer mensaje diciendo "Te quiero" nos hizo sonreír como idiotas o cuando ese "Ya no puedo seguir con esto" nos hizo llorar hasta caer dormidos. Júbilo y aflicción. Todo en uno.

O esas discusiones que ya no tuvieron conciliación.

Vale la pena mencionar esas notas anónimas que nos hicieron sentir valiosos de manera espontánea o aquellas que nosotros mismos enviamos. "Eres esa persona en toda la preparatoria que me hubiera encantado conocer mejor..." Sin firma, sin remitente, sólo un destinatario.

Llegaron personas nuevas listas para ayudarnos a levantarnos y se fueron otras que habían prometido hacerlo. Y dolió, pero ¿acaso es egoísta buscar felicidad? ¿Acaso lo es?

No tengo ni idea de cómo describir todo lo que siento, estoy emocionada, nerviosa, melancólica... Es un gran cóctel de emociones que ordené sin recordar el gran efecto que tendría. Estoy experimentando una dolorosa resaca que no durará mucho tiempo antes de que tenga que enfrentarme a la realidad. Hay cosas que nunca imaginé que ocurrirían, la antigua yo se reiría en mi cara si le dijera que todo eso pasaría, que viviría su propia historia digna de una película. Y me siento feliz, satisfecha, fue tan bueno mientras duró que me gustaría parar el tiempo un momento para perderme entre todos esos recuerdos un poco más.

No me queda más que esperar que la universidad sea mejor, que los obstáculos no sean nulos, pero sí los necesarios y que las personas que valga la pena conservar se queden por mucho tiempo más.

Es inevitable, todo es parte de un ciclo... Y al llegar el final no nos queda más que aceptarlo con la mayor gracia posible.

Gracias, preparatoria, por ser mejor que todo eso que las personas cuentan y enseñarme que las mejoras cosas son esas que no te esperarías jamás...

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