vii.

3.3K 234 200
                                    


La música clásica suena un poco más fuerte de lo común y su cabeza se mueve lento y pausado ante un ritmo que parecía más acelerado y exaltado, tal como se sentía su estado de ánimo en ese momento. Un acordeón suena de fondo y Tae mueve sus dedos a su costado, en frente suyo, tal como si fuese un barco y su brazo una ola que se sacudía de manera rítmica. Cuando el acordeón deja de ser uno solo y pasan a ser dos, deja su rostro apoyado contra la ventana y permite que los suspiros salgan cuando no es necesario ocultar la pena ya evidente. 

Ya había llorado, ya había sufrido y ya se había enojado, y no podía hacer más.

Porque el día había llegado y las seis semanas infernales empezarían a avanzar desde hoy por mucho que hubiese intentado retrasarlas.

Tae suspira y los dedos de MinHo siguen acariciando su muslo, por sobre su pantalón, cuando el auto incluso ya se había detenido. Cuando ambos ya habían llegado al aeropuerto y los acordeones seguían sonando y el corazón de ella seguía acelerándose.

Tae intenta sonreírle a MinHo, pero sin lograrlo demasiado, y MinHo intenta lo mismo, lográndolo un poco más; convenciéndole que seis semanas no eran mucho. Eran solo... 

— Cuarenta y dos días. 

(Un exceso).

MinHo se acerca cuando los acordeones comienzan a disminuir y cuando el volumen ya comienza a bajar porque el CD había llegado a su fin. Tae no se mueve cuando su novio pasa su nariz por su rostro, sino que se encarga de recordar su olor, de recordar su respiración y de recordar lo que es tenerle así de cerca cuando en seis semanas solo se dedicará a estar —básicamente— sola.

MinHo le besa con cuidado una mejilla y ella suspira. MinHo le besa la comisura de su boca y ella sufre. Sufre mucho.

— Mañana ya serán cuarenta y uno —intenta convencerle—. No notaremos cuando ya serán treinta y...

— Lo notaremos.

Suspira, solloza, no sabe qué hace primero.

Tae abre la puerta cuando ya no hay más acordeones de fondo, y se encuentra con ese espantoso frío que se le había antojado llegar a Seúl cuando nadie le había buscado. Mete sus manos en su chaqueta y la cierra, mientras MinHo bajaba por el lado del piloto y caminaba hacia atrás para sacar su enorme maleta en la que parecía llevar su vida entera —menos a ella—. El sonido de la cajuela cerrándose suena seguido de su movimiento y su mano alcanzando la suya para entregarle la llave de su camioneta es lo siguiente. Tae ya podía escuchar los acordeones sonando de manera triste cuando tuviera que manejar de vuelta, sola y desconsolada, esperando que al menos se pusiera a llover para hacer todo más terrible y con un ambiente más dramático.

MinHo avanza a su lado en medio de un montón de personas que caminan con el mismo objetivo, arrastrando por su cuenta esa maleta que a Tae le daban ganas de quitarle y devolverla a su casa porque no quería que se fuera. Aunque no viera a sus papás hace meses y les extrañase, no lo quería lejos suyo. Lo quería cerca. Lo quería viviendo su primer mes de hormonas con ella, notando los primeros cambios juntos y no mediante imágenes que no demostrarían lo feliz que se hubiese encontrado como en realidad si él hubiese estado ahí. Lo quería durmiendo a su lado, estudiando su aburrida tesis con ella y no lejos, al otro lado del planeta porque sus papás se habían antojado de trasladarse allá y no con él cuando nadie debía dejar que viviese solo porque se lo podían robar.

Tae suspira cuando ve que MinHo entrega la maleta y muestra sus papeles, ya indicándole hacia donde debía dirigirse; hacia donde debía seguir para alejarse de ella.

Tae solloza cuando MinHo se acerca y niega cuando él intenta besarle como manera previa a una despedida. Tae niega y mueve su rostro y MinHo le sostiene de los hombros y luego de su rostro y le mira.

· Venus as a Boy ·Donde viven las historias. Descúbrelo ahora