ix.

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Cinco horas más fueron las que alcanzó MinHo a estar dentro de la comisaría antes de que Kim KiBum apareciera a buscarlo sin un ánimo muy digno de replicar. Cinco horas que las pasó sentado en una fría banca o en ese frío piso que cambió de color cuando una sombra se cruzó delante suyo, ya dispuesto a retirarle.

Porque "¿en serio eres lo suficientemente idiota y orgulloso como para no aceptar su ayuda en una situación en la que sí le necesitabas? ¿Eres idiota o qué?".

Pero sí. Lo era y lo era con ganas.

Lo era con vergüenza, con un orgullo con el que sentía que no debía alardear y con una cabeza gacha que no fue capaz de decir gracias ni cuando llegó a su casa ni cuando intentó dormir ese día en su cama que por primera vez no parecía tan confortable. 

MinHo recuerda pocas veces en las que fue capaz de ver a sus papás de mal humor o enojados con él y al otro día, al despertar, supo que las veces anteriores no habían sido nada comparadas con ésta. Con ver a su madre, llegando cansada luego de un eterno viaje en avión, para verle ahí, con ojeras enormes, un cansancio notorio y un ánimo de rebeldía agotada que él tuvo que aguantarse porque él era el único que había provocado todo esto.

Todo esto y más.

Había provocado un viaje apurado de parte de ella, el rompimiento de más planes antes de su graduación y al ánimo calmado de una progenitora psicóloga que por esta vez, no se pone de su parte ni le entiende.

— Porque tienes veinticinco años, Choi MinHo, sabes perfectamente lo que haces y lo que ibas a provocar con una actitud rebelde e ilógica actuando de esa manera tan irresponsable en su escuela. ¿De verdad creías que no me iba a enterar? ¿Que ella no me iba a llamar o que tus amigos no lo iban a hacer? 

(¿Sería muy ingenuo si respondía que sí? ¿Que creyó que no se iba a enterar?).

Pero MinHo no dice nada y escucha. Escucha un sermón al que no está acostumbrado a acatar y escucha unas palabras que suenan como un castigo hacia un adolescente que no quiso ordenar su habitación y que ahora tenía que pagar por su comportamiento.

MinHo está cansado y agotado, pero no lo dice. Escucha las palabras de su madre, escucha el dinero que tuvo que derrochar en un pasaje carísimo de avión, y escucha esas oraciones que le advierten que el castigo que le daría el juez por haberse involucrado en una situación así podía ser una pena tan alta de dinero como de un trabajo social que seguramente no tendría ni ganas de hacer.

Pero MinHo escucha y asiente. No se cree capaz de más.

Porque admite que le da flojera el pensar en una situación así ahora y no antes. Admite que la culpa le pesa, que el cansancio le pesa y sus propias palabras le pesan cuando su madre le deja solo en un ambiente cargado de pesimismo y culpa porque las cosas que le dijo a Tae no salen de su cabeza en un solo segundo y sabe como se debe sentir.

Como ella o él se debe sentir. Con su rechazo en la comisaría, con su rechazo al llegar, con su rechazo en todas partes.

Sin embargo, ahora no hay rechazo cuando él se levanta de su cama a la hora de la comida y va hacia donde su madre que por esta vez, no se aleja ni le mira con el ceño fruncido, sino que solo suspira y le abraza. La conciencia le pesa tanto y la culpa le asfixia tanto que cuando su madre le abraza, lo único que se siente capaz de decir lo dice y lo dice de todo corazón.

(Porque ahora la necesita. Porque ahora cree que ni siquiera él, pueda consigo mismo).

— Gracias por no dejarme solo, mamá. 

Con la culpa, con la conciencia, con sus errores.

(Y sin siquiera un poquito de Tae para poder sentirse mejor).

· Venus as a Boy ·Donde viven las historias. Descúbrelo ahora