Capítulo 10

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Consultorio.



Al final me había decidido ir al hospital días después del accidente. No estaba muy seguro de como funcionaba la medicina en este lugar, así que le pedí ayuda al señor Robby, además porque aún seguía teniendo los hilos en mi cabeza por la costura y no sabía como quitármelos.


Pero, por lo que pude haber entendido, al no tener seguro debía levantarme muy temprano e ir al hospital para sacar un turno y que me atiendan. Lo cual también podría tardar hasta que dispongan un día para mí.


Sabía que debía haber ido al hospital desde el primer momento que me atropellaron. Pero no, según el "doctor" yo estaba muy bien y no necesitaba ir a uno porque solo tenía unos moretones.


Seguro ni era médico y solo estaba fanfarronando para librarse de mí y de cualquier denuncia que podría hacerle en su contra. No era algo que estaba en mis planes, pero no confiaba en mí y por eso me dio su "diagnóstico".


Yo fui tonto también por creerle, fui demasiado confianzudo por hacerle caso a un extraño que me atropelló. Pero ya era tarde para hacerle cualquier reclamo, había perdido todo contacto con ese tipo, además parte de la culpa fue mía por haber cruzado repentinamente la calle. En eso también fui demasiado idiota.


Solo esperaba que todo saliera bien en el hospe, había colocado el despertador muy temprano esa mañana, por lo menos para intentar ser uno de los primeros en ser atendido. Al bañarme pude ver todos golpes amoratados que tenía mi cuerpo. Definitivamente, debí haber ido a que me revisarán desde el primer instante del accidente.


Al salir del hotel caminé las cuadras correspondientes hasta llegar a la parada de bus que me llevaría al hospital. Hacía mucho frío, así que me asegure de ir bien abrigado, no quería que además de todo pescará un reafriado y me enfermará.


Ya tengo suficientes dolores al intentar levantarme por las mañanas, ni hablar del esfuerzo físico que debo hacer, antes no me molestaba, pero ahora se sentía como si levantará camiones o si arrastrará kilos de cemento con zapatos de plomo.


Me sentía desganado y desanimado, habían momentos en que todo parecía ser extraño para mí, como si una burbuja me cubriera y todo lo que hay alrededor fuera ajeno a mí.


No puedo hablar con nadie sobre lo que siento, ni abrazar a alguien. Ni siquiera puedo recordar la última vez que fui abrazado y yo necesito tanto uno, sentir seguridad, algo de afecto, de consuelo, de ayuda, de que me digan que todo va a estar bien, de tener a una persona a mi lado que me de su apoyo y no me deje solo.


Miro a las personas en el bus pensando que cada uno vive su propio camino, uno que también puede estar lleno de tristezas o alegrías, de dolor o sonrisas, a ninguno de ellos les importa si alguien sufre o necesita ayuda, quizás una de esas diez personas se levanté para brindar algo de ayuda.


Pero no se sabe quien podría ser porque la mayoría de ellos te dejaría solo, pensando solo en sus problemas, o en las repercusiones de sus actos, o porque tienen algo que hacer y no se pueden retrasar, o por miedo; hay tantas razones por las que no se levantarían para ayudar a una persona.


Sin embargo, alguien que quiere ayudarte lo hace dejando todos esos pensamientos de lado, esas personas son pocas comparados con todas las demás que no lo harían, pero es una alegría que todavía existan, para una persona que las necesita, serían su milagro en carne y hueso.


Bajé del autobús al llegar a mi destino, pero apenas ingresé al hospital tuve dudas sobre donde ir. Me acerqué a recepción y allí me indicaron que dirección tomar, que por suerte no estaba muy lejos. Vi a pocas personas haciendo fila, lo cual me alegró, ya que eso significaba que no llegué tan tarde y que quizás pueda ser atendido pronto.


Libertad Condicional. (Harco)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora