Dos semanas.
Dos semanas habían pasado desde que estaba en el hospital y aún no podía salir de allí, se estaba trastornando entre esas cuatro paredes blancas y la ventana que daba a una plaza donde niños jugaban todo el día.
Sí, recibía visitas, muchas al día, pero el necesitaba aire libre. Puntualmente, necesitaba su cama, su casa, su cocina, su silla, su sofá y sus libros.
—Sam, no deberías estar de pie.
—No lo digas, hermana, ni si quiera lo repitas ni hagas lo que quieres hacer. Ya me encuentro bien, si me duelen las costillas, pero estoy bien y ya podría irme a mi casa. —Su hermana sonrió divertida.
—¿Sabes que en este momento estás haciendo el mismo puchero que hacías cuando mamá se negaba a darte chocolate caliente con malvaviscos?
—No es cierto… ¿Lo hago? —Su hermana asintió y Sam solo se encogió de hombros.
—Si me van a tratar como un niño entonces no veo nada de malo comportarme como uno.
—Imbécil, hermano menor. No te preocupes, la enfermera venía a decirte que el médico vendrá a revisarte y quizás, solo quizás, te pueda dar de alta, así que es mejor que te encuentre en tu cama como te lo indicó.
—¡Al fin! —exclamó metiéndose a su cama—. ¿Dónde están mamá y papá?
—En tu casa, ya sabes cómo es ella, dijo que alguien tenía que mantener tu casa limpia. Liam se ofreció, pero ella prefirió hacerlo personalmente.
—Genial, dejaste que fuera a ordenar mi desorden.
—No exageres, ni que fueras desordenado. No te quejes y agradece que tengas una madre que se preocupa tanto.
—Sí, y hermanas, hermanos, amigos, novios, hijas de novios, empleados de novios, etcétera, etcétera, etcétera...
—Oh… —Zoe puso mala cara—. Entonces realmente volviste con Togo. —Sam asintió.
—Zoe… Somos adultos, ya no somos unos niños y las cosas que sucedieron antes…
—Lo dices porque no fuiste tú el que contuvo a un hermano desecho por la traición de quien estaba enamorado. Si estuvieras en mi lugar, entenderías por qué Henry Togo es la última persona en la lista de personas que agregaría a mis favoritos.
—Zoe… Sé que ustedes sufrieron mucho conmigo, pero te lo repito, las cosas cambian, las personas cambian… Además, lo que hizo no lo hizo pensando en dañarme.
—Claro que no, lo que lo hace peor… r a tener una hija con una chica cuando estaba contigo. ¿Quién hace eso?
—Ya dije que…
—Bien, comisario Montero, ¿cómo siguen esas costillas? —un hombre de bata blanca interrumpió la conversación.
—Uh… bien, perfectas, doctor.
—Yo no diría que perfecto, solo han pasado dos semanas.
—Sí, bueno, debo dar las respuestas correctas si quiero salir de aquí, ¿no?
—Esa, amigo mío, no es una respuesta correcta. Ahora, la verdad, por favor.
—Me duelen un poco, pero la banda elástica y la venda ayudan mucho.
—Bien, mucho mejor. Lo demás todo bien, ¿verdad? ¿Ha ido al baño?
—Sí, sin sangre en la orina.
—Perfecto, eso leí en su registro. Entonces, caballero, se puede ir. Le diré a la enfermera que le traiga los papeles para que firme el alta y ella le dará todas las recomendaciones. Nada de trabajo de campo al menos en uno o dos meses o hasta que esas costillas se regeneren. —Sam asintió.