Parte 31

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Creo que nunca he corrido tanto ni tan rápido en toda mi vida. Ni siquiera la vez en la que escapé de milagro del altillo de los Spencer.

Salí disparado de mi casa y me dirigí hacia el hospital.

El cuerpo de Chelsea, aún con un pequeño y esperanzador hálito de vida, fue encontrado a horas tempranas  de esa misma mañana por dos cazadores que preparaban su habitual batida de caza.

Inmediatamente, avisaron a los cuerpos de seguridad y a los servicios médicos locales, y Chelsea fue trasladada de máxima urgencia al centro sanitario más cercano.

Estas palabras fueron las últimas que alcance a escuchar de mi madre antes de lanzarme en picado por las escaleras de mi casa.

Recuerdo que me gritó algo, algo como que la esperara, que ella también quería ver a Chelsea.

Pero yo estaba demasiado conmocionado con esa noticia como para prestar atención al mundo que me rodeaba.

Llegué a las puertas del hospital al cabo de unos minutos. Me faltaba el aliento y el pecho me agraciaba con fuertes punzadas de dolor. 

Sudoroso y con la garganta reseca me aproximé a recepción y pregunté por la habitación donde se encontraba Chelsea.

La oficinista me informó, muy amablemente, de que en ese momento la señorita Turner estaba siendo intervenida en el quirófano. En cuanto terminara la operación sería trasladada a la cuarta planta, la última, habitación 213.

Sin más preámbulos, me encaminé hacia las escaleras y comencé a subirlas con velocidad. 

Al llegar a la tercera planta, un hombre ceñudo y poco amigable me espetó que estaba terminantemente prohibido correr por el hospital.

Sinceramente, después de ser interrogado como presunto autor de un secuestro, de entrar en un instituto con un arma de fuego y de amenazar a un compañero, la advertencia de este buen señor me importaba más bien poco.

En cualquier caso, llegué a la cuarta planta y busqué con ahínco la 213.

Torcí un pasillo a la derecha y me encontré de frente con dos rostros familiares.

Los Turner aguardaban preocupados enfrente de dicha habitación. Me acerqué a ellos y les pregunté por el estado de salud de su hija.

Me dijeron que no disponían de mucha información y que todo había ido muy deprisa aquella mañana. 

No obstante, aunque Chelsea no estuviera  completamente fuera de peligro, todavía respiraba.

Y eso era más que suficiente para mí.  

Me llevé las manos a la cabeza y cerré los ojos. Luego me alejé paulatinamente de los Turner. Necesitaba sentirme aislado, solo, en silencio.

Solo quedaba esperar a que Chelsea saliera de quirófano. Me senté en una silla y aguardé el tan ansiado momento.

Mis padres hicieron acto de presencia poco después, también vinieron algunos compañeros de instituto y otros miembros de nuestro vecindario.

Al cabo de un par de horas aproximadamente, la policía se personificó ante nosotros. Vinieron a interesarse por la situación y a dar fuerza a los padres y demás conocidos.

Tras los pertinentes protocolos sociales, se me acercaron y me preguntaron si podían hablar conmigo en privado.

Abandonamos la cuarta planta y nos dirigimos a un rellano situado en el piso inferior.

Fueron directos al grano. 

Me dijeron que este nuevo y sorprendente acontecimiento no me eximía de las sospechas que recaían hacia mí persona, sino todo lo contrario.

La Casa de los SpencerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora