≈ 5 ≈

2.6K 311 28
                                    

La mañana siguiente fue un desafío para Erick.

Renato se despertó a una hora impía e hizo mucho ruido en la cocina preparando el desayuno temprano. Erick se sentó en el mostrador, horrorizado ante el recuerdo del incidente de la noche anterior. ¿Cuánto había sido culpa de la hierba gatera realmente? El joven felino no podía negar un sentimiento de culpa ya que, de hecho, el había alentado al perro a acariciarlo.

A pesar de estar desmoronándose en el interior, el gato mantuvo su compostura sin vacilar, evitando el contacto con el humano y el perro idiota a su lado.

—¡Yo también quiero ir! —Joel renegó cuando Renato explicó el plan para llevar a Erick al veterinario.

El hombre de cara blanda arqueó una ceja ante la declaración, incrédulo.

—Odias al veterinario Joel —recordó Renato, pero con un gemido suplicante el perro se ganó a su dueño—. Bueno, supongo que está bien, no hemos salido a caminar en un mucho tiempo ¡pero ahora podemos ir todos juntos!

Erick retrocedió ante la idea, aplastando las orejas con la mención de "todos juntos". Una parte de él quería hablar y confesar que en realidad se sentía bien, pero tenía la sensación de que si lo hacía estaría obligado a pasar el día entero con el maldito perro. El sólo pensarlo lo hizo querer vomitar, pasar el día bajo la protección de Renato era mejor que estar solo con él.

.

.

Poco después los tres se marcharon y Erick siguió a Renato y a Joel por el pasillo hasta el ascensor arrastrando los pies a regañadientes. El gato se acordó de Ricky, como el hombre lo había acompañado por este mismo pasillo hace solo unos días. No había pasado mucho tiempo, pero Erick ya estaba teniendo problemas para recordar como era físicamente. Más preocupante aún, de repente, esa sonrisa lobuna del perro vino a su mente.

El pelo del felino hormigueo de forma no natural tratando de sacudir a la bestia fuera de sí mismo como un veneno, era horrible y Erick lo odiaba, pero no tenía otra opción más que pasar los días aguantándolo, armar un escándalo provocaría que fuera arrojado a una jaula.

Para cuando salieron a la calle Erick se sintió menos ansioso, sus orejas se arquearon curiosamente ante las vistas y los sonidos del exterior, las cosas olían mejor aquí, lejos del hedor abrumador del perro.

La caminata fue rápida, Renato prácticamente trotaba para mantenerse al ritmo de los dos. Les grito que bajaran la velocidad, pero Erick no escucho, era casi como un hijo corriendo del drama de su padre.

—¡H-hey! —Renato tartamudeo unos pasos más atrás—. ¡Joel! ¡Erick! ¡Espérenme!

En resumen, el viaje a la veterinaria fue más corto de lo esperado. El hombre llegó con dos híbridos y los registro en el escritorio de la recepción, jadeando ligeramente por la persecución.

Los nervios se le sobrepusieron a Erick que esperaba en la sala de espera cuando una chica entró y lo miró con ternura, con sus coletas de cabello delgado y las orejas blancas caídas.

La ridícula chica lo miró mientras tomaba asiento frente a los tres.

Erick no sabía cómo descifrar su intención, él solo sabía que después de cinco minutos incomodos la chica rastrillo sus encapuchados y lujuriosos ojos sobre su cuerpo. Ella iba a hacer algo, sus brillantes esferas azules brillaron peligrosamente justo antes de frotarse contra él ronroneado suavemente.

El felino instintivamente comenzó a ronronear también y sucedió rápido, antes de que nadie pudiera esperarlo, Joel dejó escapar un ladrido estruendoso, gruñendo amenazante a la pequeña criatura. La dueña de la chica se levantó, agarrándola y jalándola a su lado de manera protectora.

Híbridos [Joerick]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora