Alimentar al Cerdo

34 5 0
                                    


Abrí los ojos lentamente. Un dolor sobrio envolvía mi garganta y tenía sed. Eso fue lo primero que noté. Me lamí los labios secos mientras mis alrededores se enfocaban. Mi cuerpo dolía y me di cuenta de que era porque estaba sujeto con firmeza a una silla de metal en medio de un cuarto vacío. Los muros de hormigón estaban manchados y sucios, y el suelo bajo mis pies desnudos estaba frío y un tanto húmedo.

Una bombilla solitaria iluminaba el cuarto, colgando del techo por una cuerda. Delineaba sombras en movimiento. Una puerta abierta yacía adelante mío, pero no podía ver nada más que la pared de un pasillo.

Traté de aclarar mi mente, de recordar cómo llegué ahí. Fruncí mis ojos e hice un esfuerzo por no entrar en pánico. Respiré aún más hondo y concentré mis pensamientos, tratando ansiosamente de invocar alguna memoria del porqué estaba ahí.

No podía recordar nada.

Abrí mis ojos y exhalé; mi garganta seca palpitaba. Podía oír la conmoción de ecos a través de las paredes del pasillo más allá de la puerta. Gritos, estruendos y aullidos efervescentes en la distancia, pero nada que ayudara a calmar mis nervios.

—¡¿Hol... —me desesperé, pero la palabra se volvió añicos en su asenso por mis cuerdas vocales. Sentí que mi pecho se encogió de dolor.

Aclaré mi garganta y lo intenté de nuevo:

—¡¿Hay alguien ahí?! ¡¿Hola?!

El pasillo oscuro permaneció silencioso, excepto por los ecos constantes. Cerré mi boca y traté de zafarme de mis ataduras, pero la cuerda estaba ajustada con demasiada fuerza. Luché contra mi imaginación en tanto mi mente se inundaba de escenarios horripilantes, confecciones de lo que estaba por venir. ¡Si tan solo pudiera recordar!

De repente, pasos estallaron afuera de la puerta —un patrón rápido de pies pequeños—. Mis esperanzas crecieron y lancé mi atención en la puerta, rezando por que fuera auxiliado.

Un niño corrió dentro del cuarto vestido con un mameluco rojo de pies acolchados. A lo largo de su cara había una máscara de plástico del Diablo. Los agujeros en los ojos dejaban ver unos ojos azules que me recibieron con curiosidad. Abrí mi boca para hablar, pero ahí fue cuando me di cuenta de que algo estaba mal. Sus ojos eran enormes, imposiblemente redondos y de órbitas hinchadas. Arrojó un escalofrío de malestar por mi espina dorsal, pero lo ignoré. Ese niño podría ser capaz de liberarme.

—¡Oye! —siseé, apremiante—. ¡Oye, niño! ¿Puedes sacarme de aquí?

El niño dio un paso adelante, ladeando su cabeza, pero manteniéndose en silencio.

Sacudí las ataduras en mis brazos contra la silla.

—Libérame, por favor. No debería estar aquí, ¡esto es un tipo de error!

El niño me miró detrás de su máscara extraña y se paró directamente frente a mí. Se inclinó y su voz murmurante fue como seda mojada:

—Hiciste algo malo...

Confundido, sacudí mi cabeza.

—¡No! ¡Esto es un error! ¡No hice nada!

De repente, los enormes ojos azules del niño se llenaron de tristeza.

—Oh, hiciste algo muy, pero muy malo...

Sacudí mi cabeza otra vez, ahora con violencia.

—¡No! ¡Lo siento! ¡No lo recuerdo! ¡Por favor, solo sácame de esta silla!

Antes de que cualquiera de los dos pudiera hablar de nuevo, un hombre irrumpió en la habitación. Era obseso y estaba vestido con un sobretodo; su rostro canoso se veía deformado por una ira hirviente. Estaba sosteniendo una escopeta en sus brazos.

Historias para no dormir, ¿te atreves?...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora