6 historias cortas

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Julia es una chica lista

Julia sabía que era inteligente. Era uno de esos niños brillantes, el tipo de niño que se da cuenta pronto de que los padres no lo saben ni lo pueden todo.

La primera vez que se dio cuenta de esto, fue cuando se asustó. Había escuchado un ruido en su habitación que vino desde debajo de su cama, o desde su armario.

Julia corrió por el pasillo, llorando:

—¡Mami! ¡Papi!

—¿Qué pasa, cariño?

—Esco... cuché un mo... monstruo —tartamudeó Julia.

Esperaba que ellos la reconfortaran, o que rodaran sus ojos, o que se molestaran. En su lugar, saltaron de la cama de inmediato y corrieron hacia su habitación, en donde revisaron debajo de la cama, dentro del armario e inspeccionaron el seguro de la ventana. Exploraron cada centímetro.

Julia lo comprendió rápidamente. Sabía lo que estaban haciendo. Al tomar sus miedos como algo serio, le demostraban a su niña pequeña que estaba a salvo y que era amada. Quizá lo leyeron en algún libro.

Pero la lección que Julia aprendió fue que tenía poder. De ahí en adelante, despertar a sus padres se volvió un evento diario. Julia lloraba y gritaba; ellos se lanzaban hacia su habitación y Julia escondía su sonrisa detrás de las lágrimas. Pero ellos no se quejaron ni una sola vez.

Una noche, ya no lo pudo contener y se echó a reír cuando su papá se cayó tratando de examinar la lámpara de techo, como si un monstruo pudiese caber ahí.

—¿Qué es tan gracioso? —le preguntó, sobándose la espalda.

—Tú —Julia sonrió—. Siempre me creen.

Su papá no estaba molesto. Solo volteó hacia mamá.

—Una vez —dijo, por lo bajo—. Solo una vez no le creímos a tu hermano.

Y Julia, hija única, no durmió bien esa noche.


Todos esperan un giro al final

Caminaban por el bosque fatigosamente. Henry Shears, un contador gordinflón semicalvo, ataviado en un traje gris arrugado; y Dylan, quien imponía un rifle en la espalda de su acompañante.

—¿Por qué haces esto? —preguntó Shears.

—Dinero —respondió Dylan.

—¿Este es tu trabajo?

—En ocasiones.

—No tienes que hacerlo —argumentó Shears; su voz se quebró.

—Lo sé. Quiero el dinero.

—Solo déjame ir. Te pagaré lo que quieras.

—No funcionaría —intervino él—. Fastidiaría a quien me pagó. Quizá me mate. Aun si no lo hace, la próxima vez que ocupe dinero, ten por seguro que no me va a contratar.

—¿Quién es?

—Alguien que conozco.

—¿Por qué me quiere muerto?

—Porque otro sujeto le pagó para que fuera así. O alguna chica. No sé. No importa.

La frondosidad del bosque se hacía más espesa, la luz se atenuaba. Conforme proseguían, el ritmo de Shears se ralentizaba. El de Dylan también.

—¡Tengo esposa! —soltó Shears—. ¡Dos niños! Mi mamá tiene Alzheimer... Me necesitan...

—Ya sé de la esposa e hijos —aclaró Dylan—. No de tu mamá. Una lástima, su enfermedad, pero no cambia nada.

Historias para no dormir, ¿te atreves?...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora