Se llama polifagia o hiperfagia a una extraña enfermedad que provoca en quien la sufre un hambre exagerada que no se calma aunque se lleve a cabo una ingesta constante de alimentos. Puede deberse a una medicación pero cuando es natural suele originarse a causa de otras patologías, como la diabetes mellitus, hipertiroidismo, bulimia o una depresión, por ejemplo, provocando en el paciente continuas diarreas y aumento de peso.
Ahora bien, hubo un caso histórico (en realidad más de uno, como veremos) en el que el afectado no sólo no engordaba sino que era considerablemente enjuto y combinaba su extrema polifagia con otro trastorno alimentario denominado síndrome de pica, consistente en no sólo ingerir de de forma desmedida sino que casi cualquier cosa puede ser objeto de ese ansia, desde madera a papel, pasando por utensilios diversos. A este hombre se le conoció con el nombre de Tarrare.
¿Apellido o apodo? Nadie tiene la respuesta porque hay muy pocos datos anteriores a los hechos que le otorgaron fama. De su infancia no se sabe nada, salvo que era hijo de un campesino del entorno de Lyon, donde habría nacido en una fecha indeterminada, aceptándose comúnmente como referencia 1772. Y que ya de pequeño mostró aquellos inauditos síntomas que en la adolescencia le llevaban a devorar casi su propio peso en carne, razón por la cual sus padres, incapaces de mantenerlo, lo echaron de casa.
Los testimonios dicen que era de talla media pero muy delgado (cuarenta y cinco kilos a los diecisiete años), con pelo lacio rubio, labios extraordinariamente finos, una boca enorme que dejaba ver la dentadura estropeada por la dieta y una piel arrugada tan anormalmente flácida que, según se contaba, la del abdomen podía estirarse hasta envolver el torso. Además, su temperatura corporal estaba por encima de lo normal, provocándole un sudor continuo que se reflejaba en el hedor que despedía.
Por lo demás, aparentaba gozar de buena salud y únicamente resultaba llamativo el cambio que experimentaba cuando comía, en que se le hinchaba la barriga y se le intensificaba el mal olor junto a estentóreos eructos y violentas flatulencias que originaron para la posteridad expresiones como ¡Bom-bom tarare! y ¡Tarrare bom-de-ay" para referirse a explosiones o ruidos fuertes. La exhalación de un extraño vapor por los poros y el coloreo sanguíneo de ojos y mejillas eran otros efectos. Asimismo, sufría una diarrea crónica especialmente maloliente, a decir de los informes, pero no solía vomitar demasiado ni engordar. Tampoco parecía estar mentalmente desequilibrado, aunque no destacaba ni por ingenio ni por iniciativa.
Tras la expulsión de su hogar adoptó la clásica vida de delincuente juvenil, asociándose a bandas de maleantes y prostitutas. Robo y mendicidad caracterizaron aquellos años hasta que un feriante le contrató para su show ambulante, en el que el espectáculo de Tarrare consistía en demostraciones de alotrofagia, es decir, comer todo tipo de cosas; si algunos yoguis son capaces de ingerir cristales o clavos, o de tragar sables, él ampliaba el espectro y lo mismo caía una cesta entera de manzanas que piedras o incluso animales vivos, siendo sus favoritos, por cierto, las serpientes.
En las actuaciones callejeras encontró, pues, una forma de ganarse la vida y en 1788 estaba en París alcanzando cierta popularidad sin mayores inconvenientes, salvo un ingreso hospitalario un día debido a una obstrucción intestinal; un tratamiento con laxantes solucionó el problema. Pero la entrada de Tarrare en la Historia con mayúsculas vino por un episodio bélico. Como sabemos, en 1789 había estallado la Revolución Francesa y en 1793 el rey Luis XVI y su esposa María Antonieta eran ejecutados, lo que llevó a varios países europeos a formar la Primera Coalición y declararle la guerra a Francia. La Convención movilizó a la población y Tarrare fue enviado al frente.
No era un buen sitio para alguien que necesitaba comer al nivel que él lo hacía, por lo que se ofrecía continuamente a realizar trabajos para los demás soldados a cambio de comida hasta que el agotamiento hizo mella y tuvo que ser ingresado de nuevo. Fue ahí cuando el mundo científico de percató de su problema sin encontrarle explicación. A pesar de que cuadruplicaron sus raciones, seguía hambriento y de noche se escapaba de la cama en busca de todo lo que pudiera saciarle, de manera que lo mismo le valía el alimento de otros pacientes que rebuscaba en la basura, rescataba desperdicios de las alcantarillas y hasta saqueaba los armarios de las medicinas.
Intrigados por aquel desmedido comportamiento, los doctores Courville y Didier decidieron estudiar el caso. Primero le dejaron comer cuanta comida quisiera para ver hasta dónde llegaba su capacidad; Tarrare dio cuenta de lo que habían preparado quince encargados de las cocinas. Más tarde probaron ofreciéndole animales vivos que también mató y devoró: gatos, perros, serpientes, lagartos, ratones... Incluso se tragó una anguila entera.
Resulta extraordinariamente curioso que en ese mismo contexto, pero alistado en las tropas prusianas que estaban sitiando la ciudad alsaciana de Thionville, se diera un segundo caso prácticamente igual que el del Tarrare: un soldado polaco de menor edad, mayor estatura y aspecto más sano llamado Charles Domerz, que padecía una polifagia similar y que ante las escasas raciones que le daban desertó, pasándose al Ejército Revolucionario Francés. Tuvo más suerte que el otro y le alimentaron mejor, aunque aún así era insuficente y lo completaba con todo bicho viviente que pillaba; por suerte para él, las zonas de guerra eran pródigas en ratas pero, si no encontraba, se dedicaba a comer hierba. Su momento culminante fue cuando, enrolado en la fragata Hoche, trató de devorar la pierna amputada que un cañonazo había arrancado a un compañero.
Volviendo a Tarrare, su singularidad llamó la atención del general Alejandro de Beauharnais (el primer marido de Josefina), que pese a ser aristócrata militaba en las filas jacobinas y estaba al mando del Ejército del Rin con el objetivo de frenar la invasión desatada por prusianos y austríacos. Beauharnais tuvo la idea de usarlo como correo militar y lo sometió a una prueba introduciendo un mensaje escrito en papel dentro de una pequeña caja de madera que él se tragó para realizar el trayecto correspondiente; al llegar a destino tenía que recuperarla de sus deposiciones. El éxito fue premiado con una carretilla de vísceras que acabaron en el estómago del mensajero.
Pero la puesta en práctica real no fue tan brillante. En su primera misión, tratando de cruzar las líneas enemigas disfrazado, Tarrare levantó sospechas y fue arrestado cerca de Landau in der Pfalz, una localidad fronteriza de Renania-Palatinado. A pesar de la paliza que le propinaron no hallaron nada, obviamente, pero tras un encierro de veinticuatro horas sin comer no pudo más y confesó. Lo llevaron a una letrina y así recuperaron la caja pero resultó que el astuto Beahurnais no había escrito ninguna información en el papel; era otra prueba.
También se dijo que Tarrare se comió el papel -y las heces- antes de que los prusianos pudieran coger la caja. El caso es que todo aquello le llevó a estar con la soga al cuello, pero al final se libró de la horca y le soltaron. De regreso al hospital francés para recuperarse de los golpes, solicitó al doctor Didier que intentara curarle su afección para evitar nuevas misiones de ese tipo. El médico probó un sinfín de tratamientos, desde tabaco (que entonces se creía que tenía propiedades curativas) a láudano, pasando por una dieta a base de vino y huevos pasados por agua.
Nada resultó; de hecho, el apetito agudo que sufría le llevaba a escaparse a revolver en los montones de basura que generaba el hospital o a pelear con perros callejeros por trozos de carroña. Su paroxismo hizo que llegara a extremos como quitar las vendas de los soldados heridos para beber su sangre mientras dormían o ser sorprendido cuando intentaba entrar en la morgue con intenciones bastante evidentes. Cuando un bebé del barrio desapareció misteriosamente se dio por terminada su estancia allí; no se probó que él fuese el responsable pero nadie quiso arriesgarse y le echaron.
De igual manera que nunca más se supo de Domerz después de que una comisión médica británica estudiase su caso sin llegar a ninguna conclusión (la fragata Hoche había sido capturada por la Royal Navy), salvo una referencia hecha en 1852 por el escritor Charles Dickens en el artículo A great idea (publicado en su revista Household Words), también se desconoce que fue de Tarrare durante los cuatro años posteriores. Sólo consta que en 1798 se reclamó la presencia del doctor Didier en el Hospital de Versalles y cuando acudió se encontró a su antiguo paciente agonizando.
Según dijo éste, estaba tan mal porque hacía tiempo que se había tragado un tenedor; sin embargo Didier supo diagnosticar que la verdadera razón era la tuberculosis. Tarrare murió al cabo de un mes y el cuerpo empezó a descomponerse rápidamente, pero uno de los médicos le practicó una autopsia que reveló una grave infección interna; no encontró el cubierto pero sí unos órganos digestivos de tamaño descomunal, desde el esófago al estómago, pasando por hígado y vesícula biliar, quizá por tragarse cosas enteras. Una rareza natural
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Historias para no dormir, ¿te atreves?...
TerrorEres capaz de no asustarte en la noche al leer etas historia, o solo las lees de día para distraerte, o acaso crees en los que en ellas se encuentra, lo mas oscuro y retorcido de ellas, que te ponen los pelos de la nuca de punta, por que no pasar un...