Capítulo 4
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El color apenas regresa a su rostro, después de haberse lavado el rostro por un largo tiempo.
Ese chisme empezaba a hartarle. Los chismes siempre le hastiaron, pero ir a un bar con su novia a divertirse y escuchar de un par de tipos mal vestidos que un traficante con pasado de pandillas con problemas de drogas y alcohol, de nombre Choi Minho, estaba libre, le dejan sin sueño por las noches.
- Los chicos dicen que él volverá a lo suyo – decía uno de esos tipos que vestían un saco de cuero viejo, con pinta de vago, mientras se lavaba las manos.
- Pero no queda nadie de su grupo – rebatía el más bajo y regordete, quien se secaba las manos con un pedazo de papel.
- Puede que sea cierto – decía riendo socarrón – hasta lo vieron trabajando como mesero.
- Qué ridículo. Y yo que creí que volvería a lo suyo.
Ve cómo ambos reían de forma burlona mientras se disponían a salir de los lavabos.
Debe ser broma.
Piensa al verse tan cerca de gente que comentaba tanto sobre ese incidente que, al parecer, nadie olvidaba. Incluso después de tanto tiempo, casi diez años habían pasado y la gente aún parecía revivir con facilidad el temor con el que vivían en esos tiempos llenos de inseguridad en las calles.
¿Debía preocuparse?
Se cuestionaba mientras salía de los lavabos. Quería creer que no, y que haberse alejado por completo de todo ello sí había funcionado en realidad.
Quería creerlo y quería tener fe en ello, mientras pintaba una sonrisa en sus labios, para no preocupar a su novia que le miraba contenta desde su mesa, y sonríe un poco más al ver que ya había pedido un par de cervezas.
- ¿Estás bien? – pregunta ella tomándole la temperatura inmediatamente con sus manos.
- Sí, es sólo el trabajo que me tiene algo estresado.
Se sonríen y a Kristal parece bastarle esa explicación, porque no quería una nueva pelea, no una más entre las tantas que tuvieron esos últimos meses.
- Al fin tenemos algo de tiempo sólo para nosotros dos – acaricia su barbilla haciéndole sonreír.
- Haré que esta noche duermas como un tronco.
Eso le hace sonreír, ya que ella jamás perdía la esperanza de que al menos pudiera quedarse en su departamento una noche. Pero cómo decirle que aquella almohada que tanto celaba era un perro de felpa, el último regalo de cumpleaños que había recibido de su madre.
Cómo decirle, sin tener que sentirse un niño mimado o peor aún, sin tener que sentirse ridículo y avergonzado de dejarse ver como el pequeño perdido que pedía algo de calor. Cómo revelarse si tenía miedo de que lo critique. ¿Cómo?
- Jamás me ganarás – le reta y ella hace un mohín hermoso con sus labios.
Era que él tenía el poder de hacer que cayera dormida, tan profundamente que no se daba cuenta de que se fue por la amanecida, hasta que la alarma sonaba para despertarla y anunciarle que era hora de ir a trabajar. Después de todo era su asistente.
- Esta noche podría ser diferente – decía ella poniéndose de pie – bailemos.
Su reto le agrada, tanto que se toma su copa de cerveza y cuando quiere aceptar el celular moviéndose en los bolsillos de su pantalón le distraen. Rápidamente saca el aparato y, aunque el número no estaba registrado entre sus contactos, sabe de quién se trata.