Efímero; Toruka.
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«Sé que fue efímero, perdóname por ello. Pero, a pesar de todo, siempre te quise, hasta el final».
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La lúgubre habitación conservaba su ambiente de plena parsimonia, siquiera un estruendo se oía. Alrededor un individuo de melena desordenada, mantenía los luceros abiertos cuales brillaban en la oscuridad, se movía de un lado a otro, intentando conciliar el sueño, aun así, el insomnio se hallaba ganando la batalla.
Hacía calor, mucho calor. El verano había llegado junto a las clases que hacía días atrás finalizaron. Para el joven fue un gran alivio, el estrés de cada examen con el nerviosismo de si podría pasarlo o no le carcomía la cabeza. Se alegraba que aquello por el momento haya acabado. La escuela siempre lo dejaba exhausto, al igual que el club de golf, acababa tirado en su cama, abrazando a su almohada, en los sueños más insondables.
Pero, al parecer dormir estaba siendo un trabajo difícil. Las agujas del reloj marcaban las dos y treinta de la madrugada, para alguien responsable como él que se hallaba dormitando a partir de las once de la noche, era sin dudas un gran problema.
Además, el clima no le ayudaba para nada. Los rulos se pegaban a su frente, el pijama se sentía pegajoso y los pies continuaban inquietos moviéndose sin parar.
No entendía el motivo de su insomnio.
Escéptico, era un escéptico.
Desvelarse. Eso venía desde hace unos días, para ser exactos comenzó al acabar la escuela. El último día fue bastante estremecedor para él; convocaron a todos los alumnos de la institución en el salón más grande, el director anunció la lamentable noticia de que uno de los estudiantes se había suicidado.
Yamashita Toru, su mejor amigo.
El suceso pegó fuerte contra su pecho, las lágrimas no aparecieron en ningún instante. Quedó tan conmocionado que no tuvo reacción alguna.
Al día siguiente tuvo problemas para comer, problemas para salir de su habitación, problemas para hablar y ahora, problemas para dormir.
No podía creerlo. ¿Cómo? ¿Por qué?
Toru, era un muchacho que le agradaba demasiado. No por nada lo quería tanto. El carisma y actitudes divertidas que poseía le contagiaban la sonrisa del rubio. Le admiraba, para él era como la persona perfecta; sabía cómo actuar en cada situación, qué decir, cuando reír, e inclusive en qué momento llorar. Fue su compañero de travesuras, el amigo al que podía confiar cualquier secreto que no saldría de su boca. No sólo lo admiraba, también lo apreciaba, tanto que una vez de un modo inconsciente se lo dijo.
Amaba al rubio, de verdad.
Recordarle era pensar en los cabellos dorados lacios, la fina nariz, los delicados labios, la sonrisa que le acompañaba en todo momento, a un lado de ella se encontraba un lunar con el que tenía obsesión. La palabra belleza se posaba en su mente al observarle. Varias veces se declaró un exagerado, pero lo cierto es que lo sentía así.
Era una necesidad llamarlo cada tarde para pasarlo juntos, aunque aquello terminó al enterarse de lo sucedido. Justo ese día quería marcar su número, preguntar por qué faltó.