ANTÍTESIS.
No, no fui lanzado por el acantilado para caer en la actual aflicción. Nadie me empujó hacia lo que ocurrió, o de eso me quería convencer. Por el contrario, el desgraciado sin corazón era yo. Dicho de forma cruda, así era, lastimé con egoísmo para obtener el bienestar.
Necesitaba con todas mis fuerzas lograr obtener la calma con mi persona. La levedad que aparentaba ser llevadera, mas se equivocaban, cuando existió la levedad en mi vida, estaba sufriendo. Aun así, debo recalcar la gran contradicción que manejaba, porque continuaba para el bien —supuestamente— de ambos. Para hallar la felicidad junto a la pareja deseada desde que supe el sentimiento existía.
Fue peculiar, la sensación que inundó el pecho cuando él desapareció unas extensas horas de mi vida. Me dejaba por días luchando con la ausencia y anhelo de su ser, lo deseaba cada vez más. Pero, las desapariciones se volvían constantes, como si se tratara de una estación vacía repleta de inseguridades y que a la vez tomaba confianza conmigo mismo, adaptándome al desacompañamiento. Creí ser incapaz de muchas cosas, equivocado estuve.
En el momento donde me di cuenta el sufrimiento superaba —lento pero progresivo— la dicha, fue que suspendí una parte de mí, una parte que perdonaba todo y lo dejaba como si no fuera de relevancia, como si no afectara la relación. Me negué a aceptarlo, ansiaba, con vehemencia, continuar. Lo hice.
Otro mes repleto de desapariciones. Crepúsculos donde no sabía qué era de su vida ni por un mensaje de texto. Las horas transcurrían igual que mis lágrimas, había momentos donde pasaba rápido y otros donde era insoportable. Llegué a contar los minutos para volver a verte. Clamar por el reencuentro esperado a causa de la necesidad.
Extrañar, sí que era una palabra de excesivo significado. La repetía de forma incesante hacia ti, con indirectas decía que me hacías falta en ciertas circunstancias, pero que entendía los tiempos que llevaba la vida de cada uno. Sonreía, genuino, y besaba tus labios o regresábamos a la conversación anterior. Qué error, allí no debí callar.
Minimizar las acciones que hieren, desde un principio como ser humano que razonaba y se regía por la moral, sabía cuán malo era no darles el peso que merecían. En un comienzo pasó desapercibido, ignoré que dolía, disfrazándolo con indiferencia. Indiferencia fingida que se transmutó a un miedo.
Sí, miedo. Quizá pavor, porque lo lesivo podría acabar en deterioro. Deterioro que vociferaba extenuación y dejaba lo sucedido a la deriva de las decisiones pasajeras y que podían causar lamentos eternos. O no. Era tan relativo.
Mientras tanto, la relación permanecía en su supuesto «auge», en días donde nos veíamos de manera constante, cruzaba por cada sentido la plenitud. El alma que se regocijaba de los instantes dulces. Aunque solo eso eran, instantes. Fuiste pasajero, una luz que se endenció tan rápido como se apagó.