Prefacio

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Cerré los ojos fuertemente en medio de todo este caos intentando encajar la información acumulada. Estaba segura de que nunca en mi vida me había sentido de esa manera, y no era a causa del dolor insoportable que sentía cada célula de mi cuerpo en esos momentos. De repente era como si acabara de despertarme de un sueño para darme cuenta de que vivía en una pesadilla. Un terrible miedo en mi interior se apoderó de mí, como si fuese un juguete nuevo al que acababan de sacar de la tienda, comprado por un niño diabólico que me sacaría los ojos y los usaría para jugar a las canicas. Deseaba con todas mis fuerzas no ser yo la que estuviera en esta situación, que alguien ocupase mi lugar. Hubiera preferido morir antes que enfrentarme a todo esto.

Lo peor de todo era que no podía saber si todas estas personas a mi alrededor a las que Bill había dejado entrar estaban diciendo la verdad. No había forma de confirmar sus palabras y yo no tenía vía de escape hacia el infierno al que había nombrado como “realidad”. Tan solo debía dejarme llevar y preguntarme con exactitud en quién debía confiar. Estaba haciendo daño a esta gente y con solo mirarlos podía sentir su dolor como cuchillas desgarrándome la piel. Mi corazón parecía estar latiendo en mi cerebro y seguía sintiendo un extraño vacío, del que no podía descifrar su procedencia. Volví a abrir los ojos y me di cuenta de que al fin las lágrimas habían resbalado por mis mejillas.

Bajé la mirada mientras jugueteaba con el borde de las sábanas y tragué saliva antes de hablar.

—Necesito estar sola.

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