5. Not Charlie

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—Lo siento. 

—¿Qué haces aquí? —dije haciéndome a un lado para dejarle pasar. 

Ni siquiera recordaba su nombre, pero sabía que era el chico ese de la clase de la tía Helen. 

—Mi padre ha tenido un accidente —inspeccionó la sala rápidamente, como si fuese a encontrarle allí mismo—. ¿Dónde está?  

—El Sr. Robertson se encuentra descansando en la enfermería —le contestó la anciana mujer, pendiente de nuestra conversación—. Es justo ahí —le señaló el hueco del pasillo junto a la larga mesa, donde claramente se veía una puerta con un letrero que decía "Enfermería". 

—Gracias —el chico me dedicó una débil sonrisa y caminó hasta donde le había indicado la anciana. 

Volví a tirar de la puerta por segunda vez, pero ahora consiguiendo salir. 

A eso se debía que me resultase tan familiar el Sr. Robertson, ¡eran parientes! Ambos tenían los mismos ojos y los mismos labios, a excepción de que su hijo tenía un piercing en este. Si mi tía se enterase de que el hijo de mi profesor es el mismo que le preguntó por mí estaba claro que haría lo posible para unirme con el chico. La escusa perfecta para decir eso de "es el destino". En mi opinión el destino no existe, solo existe el mundo, que es muy pequeño por lo que se ve. 

Saqué de mi bolsillo la llave del candado de mi bicicleta y lo introduje en la ranura de este. La muy maldita no giraba, ni a la izquierda ni a la derecha, ni siquiera ejerciendo más presión y fuerza de lo normal. Comencé a traquetear con el candado de forma brusca hasta que la llave saltó de mis manos y fue a parar bastante cerca de  la alcantarilla junto a la acera. Me agaché a tiempo para agarrarla antes de que algún estúpido con prisas le diera una patada y se cayera. 

—Nina —una voz me llamó a mis espaldas, obligándome a darme la vuelta—. Eh... hola —Charlie (había recordado su nombre) se rascó la nuca con nerviosismo. 

—Hola —contesté cortamente—. ¿Necesitas algo? 

—Sí. Bueno... ¿Podrías acompañarnos hasta el hospital? Verás, hace poco que nos mudamos a la ciudad y aún no conocemos bien esto. 

Mi mirada se deslizó justo detrás de su hombro. Su coche tenía la puerta abierta y desde aquí podía ver al Sr. Robertson medio tumbado en el asiento trasero. La Sra. Jenks (otra de las enfermeras) volvía de camino a la oficina principal empujando una silla de ruedas, que seguro había usado para transportar al pobre profesor hasta el vehículo. Volví a fijarme en mi bicicleta. ¿Cómo se supone que volvería después hasta aquí? ¿Andando? El hospital no quedaba para nada cerca de aquí, y menos si venías a pie. 

—Yo... 

—Te traeré de vuelta luego —añadió, leyendo mi mente. Lo pensé un par de segundos; era por el bien de su padre, pero aún así...—, lo prometo. No voy a violarte ni nada de eso. 

El chico sonrió de medio lado y desvié momentáneamente la mirada a mis manos, que seguían sujetando la llave del candado. Volví a posar mis ojos en los suyos, de un azul que me resultó incluso hipnotizador. 

—Claro. 

El camino hasta allí fue incómodo. Muy incómodo. Más incómodo que cuando tuve que dormir compartiendo celda con el loco rollizo y borracho que hablaba consigo mismo.  

Quise dejar de pensar en eso cuando se me vino encima todo lo que pasó cuando la tía Helen me llevó a casa ese día. Estaba dispuesta a entrar conmigo pero no la dejé. Bastante mal se iba a poner la cosa para que ella también estuviese metida en mis problemas. Mi madre no dejó de gritarme en toda la tarde, incluso después de que le explicase la situación, ella seguía pensando que era una irresponsable y que no pensaba con la cabeza. También dejó bastante claro que no quería verme jamás con nadie como aquel chico, frase que repitió unas cinco veces, añadiendo "nunca traen nada bueno consigo y son una mala influencia". 

Please, remember {PAUSADA}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora