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Lunes, 13 de agosto

Primer día de clases.

Esas cuatro jodidas palabras lo habían seguido durante toda la noche. No durmió. Tampoco estaba emocionado por llegar y ver caras nuevas y viejas en ese edificio al que muchos llaman escuela y él preferiría llamarlo "centro de tortura para jóvenes". Su padre esta vez no lo presionó con la puntualidad. Después del incidente de la ropa el día de la matrícula... Bueno, sobran las palabras que explican la vergüenza de un joven y su padre.

Su padre insistió en llevarlo en su primer día de clases, siempre repetía las mismas palabras al adolescente que quería ir solo a la escuela, ya fuera caminando o en su vieja bicicleta en la que apenas cabía y tenía poco caucho en los neumáticos.

—En estos días, los padres debemos asegurar a nuestros hijos. Cuando son niños no les puede pasar nada pero ahora, a tu edad, es cuando toman los malos pasos, Keith —dijo seriamente mirando al frente mientras conducía.

A veces quería entender esa parte de su padre y porqué se le asomaba un rayo de nostalgia y tristeza en los ojos cada vez que le decía eso. No era la primera vez que lo hacía, siempre se lo repetía desde que se mudaron de su casa a buscar algo mejor —si, aquel pequeño apartamento con un mejor sueldo—, siempre se lo decía de camino a su nueva escuela. Era algo que no conocía en su padre, tal vez la única cosa que no sabía de él y tal vez una que le creaba el cosquilleo de curiosidad pero al mismo tiempo sabía que no debía preguntar. Eran esas cosas peligrosas de la vida. Como el refrán: "La curiosidad mató al gato". Él se sentía un gato a salvo sin enterarse de más. La curiosidad nunca debía matarlo como a aquellos pobres gatos que habían caído en muchas trampas tontas y tentativas. Quizás el refrán tenía que ver algo con las palabras de su padre, aunque tampoco quería darle muchas vueltas y terminar teniendo eso en mente. Las cosas eran mejores si las dejaban como estaban y Keith lo sabía bien. Sería un buen y normal día de clases, volvería a su casa maldiciendo las tareas, las haría a regañadientes, comería lo que preparara su padre, se relajaría con un baño y dormiría para estar preparado para su próximo día.

—Como digas —contestó mirando por la ventana.

Pocos autos salían aunque apresurados, un bus escolar se detenía en una casa, estudiantes entraban corriendo. Era solo un día normal en Retrouvailles, como antes.

El auto se detuvo frente a la escuela y Keith tomó tan fuerte como pudo su mochila mientras se soltaba el cinturón y habría la puerta apresurado. Cuando bajó, puso su mochila en su hombro y le asintió a su padre en forma de despedida antes de cerrar la puerta tras de sí. Los estudiantes estaban por todos lados, no eran muchos comparados a la escuela en la que estuvo durante tres años, pero para el tamaño de Retrouvailles había mucha gente. Jóvenes llegaban, caminaban por los pasillos a cualquier parte mientras esperaban que comenzaran las clases. Caminó sin rumbo fijo, ya sabía cuál era su salón de clases, recordaba dónde estaban todos los salones de clases. Eran solo principios de agosto, el calor no era demasiado, Retrouvailles era el tipo de lugar que, a pesar que se notaban los cambios de estaciones, siempre tenía un ambiente húmedo. Lluvioso no era, pero si había humedad. Antes era un poco más soleado, pero todos se habían convertido en triste humedad y así el clima cambió.

—¡Cuidado, mira por dónde caminas! —gritó un tipo al cual Keith no prestó mucha atención luego de chocar con él su hombro. En todos lados era así.

Sintió a la gente murmurar su nombre, saborear los rumores, reír de un chico que había dejado de encajar tres años atrás cuando se fue. Sintió la presión en el aire golpeándolo y presionando suavemente, parecían puños cubiertos en almohadas gigantes de algodón y plumas.

You get me so high... ☺︎ [Klance]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora