Capítulo 1

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Camila Cabello se detuvo al borde del puente y cerró los ojos mientras buscaba su centro de equilibrio.
Los cálidos rayos de sol y una suave brisa acariciaban su piel. Era un día muy hermoso para estar viva. Soltó la barandilla y nada se interpuso entre ella y el salto al vacío… Quince metros de caída libre hasta las rápidas aguas del río.
La adrenalina la recorrió por dentro al pensar en lo que estaba a punto de hacer.
Su respiración se aceleró y el sudor le empapó las sienes y las palmas de las manos.
Apretó y aflojó los puños varias veces mientras intentaba relajar su respiración.
Unas voces detrás de ella rompieron la paz que estaba intentando lograr. Abrió los ojos y miró por encima del hombro.
Lauren Jauregui…
La última persona a la que esperaba ver en aquellos momentos. La última persona a la que quería volver a ver. Ni siquiera después de morir. Dios no podría ser tan cruel para juntarlas en el mismo rincón del Cielo.
Pero si no había más remedio, que así fuera. Lauren estaba allí y sólo tardaría unos segundos en convencer a los hombres que la sujetaban para que le dejaran ir a por ella.
Volvió a mirar al frente, extendió los brazos como las alas de un águila y se precipitó al vacío al tiempo que el grito de Lauren resonaba en las paredes rocosas del barranco.
Y mientras caía en picado como un ave rapaz lanzándose sobre su presa, los últimos ocho años de su vida pasaron a toda velocidad por su cabeza, como una
película a cámara rápida de su relación con Lauren Jauregui.

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Flashback

Camila corría por el patio en dirección al University Center. Llegaba tarde a la reunión, pero no había podido evitarlo. Una vez más, se había visto obligada a darle
esquinazo a su guardaespaldas, quien estaba leyendo un libro sobre el Antiguo Egipto en la planta baja de la biblioteca, convencido de que Camila estaba en un grupo de trabajo en una de las salas del segundo piso. Si el pobre supiera cuántas horas
pasaba en la biblioteca mientras ella estaba en cualquier otro sitio, los dos se verían en serios problemas.
Era un hombre muy fácil de engañar. Demasiado fácil para el ego de Camila. Para el, las excelentes notas de Camila avalaban las muchas horas de estudio. Camila estudiaba, sí,
pero no tanto como el creía, ni muchísimo menos. Al igual que el padre de Camila y que muchos otros hombres de su país, su guardaespaldas no creía que una mujer pudiera conseguir unas notas semejantes sin emplearse a fondo en la tarea. Todos los miembros de su equipo de seguridad pensaban igual.
Cuando ella descubrió las ventajas de aquel rasgo, originalmente tan irritante, dio gracias por que su padre hubiera insistido en asignarle guardaespaldas de su país natal.
Camila vivía en Estados Unidos desde que tenía seis años, y desde siempre le había molestado la actitud de sus guardaespaldas. Hasta que entró en la universidad y descubrió lo fácil que era conseguir un poco de libertad con la mentira del estudio.
Sonrió al pensarlo. La vida tal vez no fuera perfecta, pero sí era muy divertida.
La sonrisa se transformó en una mueca de dolor al chocar contra una roca vestida de mujer. El impacto la hizo tambalearse y caer sobre su trasero en la hierba.

—Uf…

—¿Estás bien? —le preguntó la roca. Tenía una voz tan poderosa como su físico.

Aturdida tanto por el golpe como por aquella voz, Camila levantó la mirada y recorrió casi dos metros de musculatura hasta que sus ojos se encontraron. Los de la mujer eran verdes, oscuros y enigmáticos, aunque en aquel momento su expresión no podía ser más clara.
Estaban brillando de preocupación. Por ella…
Camila recuperó la sonrisa y alargó la mano.

—Sí, muy bien, gracias. ¿Me ayudas a levantarme?

La mujer también sonrió.

—Por supuesto —dijo, y extendió el brazo hasta que sus manos entraron en contacto.

Camila habría jurado que algo estallaba en su interior nada más sentir su tacto.
Sus deslumbrados sentidos percibieron que la boca de la mujer seguía curvada en una media sonrisa, y se preguntó qué aspecto tendría con una sonrisa total. Mejor no
averiguarlo, porque no seguramente no sobreviviría.

—¿Seguro que estás bien? —le preguntó ella. Su preocupación parecía sincera, y Camila no podría estar más encantada de que así fuese.

—Segurísimo.

—¿No necesitas ayuda para mantenerte de pie?

—No —¿de verdad parecía que necesitaba ayuda?

—Entonces, ¿por qué no me sueltas la mano? Y no es que a mí me moleste el contacto físico… —un tono de simpática ironía acompañaba sus palabras.

—Supongo que… sí, tienes razón —dijo camila, pero su cuerpo no le hizo el menor caso.

Esta se echó a reír.

—Me llamo Lauren Jauregui.

Camila tragó saliva. Por si su sonrisa no fuera lo bastante peligrosa, su risa le provocaba un estremecimiento por todo el cuerpo. Y aunque hubiera sobrevivido a un primer encuentro, no estaba segura de poder resistir mentalmente mucho tiempo.
Aquella mujer podía causarle estragos de todo tipo, incluidos los racionales.

—¿Y tú te llamas…?

—Oh, Camila Cabello —nunca usaba su nombre completo: Karla Camila Cabello Estrabao.

—Encantada de conocerte, Camila —dijo Lauren, apartándola con delicadeza.

Camila tuvo que reprimir el impulso de echarse hacia delante para recuperar el contacto. ¿En eso consistía la atracción física por una persona? De ser así, se alegraba de haber pasado su adolescencia en un colegio para chicas. A diferencia de sus compañeras de clase, nunca había tenido la oportunidad de pasar los recreos con chicos de su misma edad, gracias a la estrecha vigilancia a la que la sometía su familia.
En el año y medio que llevaba en la universidad había abrazado a un par de chicos, pero ninguno la había afectado tan poderosamente como Lauren Jauregui.
Siempre había querido saber cómo sería besar a una persona, pero sólo a un nivel puramente teórico. Ahora, en cambio, quería conocer la realidad palpable. Deseaba besar a Lauren Jauregui.
El deseo era tan fuerte que los labios se le torcieron involuntariamente. Los ojos verdes de Lauren brillaron de complicidad, como si pudiera percibir aquel deseo tan extraño que la acuciaba a…
El reloj de la torre la devolvió bruscamente al presente.

—Maldita sea. Llego tarde. Espero no haber perdido la oportunidad de
apuntarme a la excursión en kayak —aún no sabía cómo iba a despistar a su guardaespaldas y a su familia durante todo un fin de semana, pero estaba decidida a hacer ese viaje.

—¿Kayak? —repitió lauren en tono sorprendido.

—Es una de mis aficiones favoritas, aunque no la practique tanto como me gustaría —echó a andar rápidamente hacia el University Center.

—¿Cuándo aprendiste? —le preguntó Lauren, caminando a su lado.

—Cuando estaba en el instituto —alguna ventaja tenía que haber en ser la hija de un rey de Oriente Medio.

Al principio se había sentido sola y abandonada, cuando la apartaron de todo cuanto conocía. Pero a medida que se hacía mayor, empezó a darse cuenta de que el poco interés que mostraban sus padres en ella le beneficiaba realmente. Eran tan
conservadores y tradicionales que su influencia llegaba hasta sus parientes afincados en Estados Unidos, con los que enviaron a Camila cuando sólo tenía seis años.
Pero con sus parientes americanos podía disfrutar de más libertad de la que jamás hubiera tenido en casa. Y así lo comprobó cuando la enviaron a un internado en séptimo grado. El exclusivo colegio para chicas no se parecía en nada a los típicos institutos norteamericanos, pero aun así Camila podía hacer cosas que nunca podría
hacer si viviera con su familia. Cosas como remar en kayak.

—Creía que la excursión en kayak duraba tres días…

—Y así es. ¿Vas a ir tú también? —le preguntó Camila, incapaz de ocultar una expresión esperanzada mientras miraba a los ojos a aquella mujer alta, fuerte y Blanca.
Experimentó el mismo aluvión de adrenalina que le recorría las venas cuando competía en una carrera. La atracción física no se parecía a nada de lo que hubiera imaginado. Era una sensación tan excitante y peligrosa como la de remar en kayak por aguas bravas. O tal vez más aún.

La princesa y la guardaespaldas (Camren)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora