Capítulo 16

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Maratón 1/3

Camila seguía usando el mismo champú y el mismo jabón que cuando se conocieron. Su fragancia era inconfundible. Lauren oía los chapoteos mientras se lavaba y tuvo que refrenarse para no desnudarse y unirse a ella en la ducha. No esperaba que su cuerpo reaccionara así al verla cuando accedió a ocuparse personalmente del caso.
El padre de Camila estaba fuera de sí por la desaparición de su hija. En un gesto sin precedentes, el monarca se había presentado en la oficina de Lauren. Lo acompañaba su asesor de seguridad, pero fue él quien habló con Lauren y prácticamente llegó a suplicarle que encontrara a su hija.
A Lauren le conmovió ver a un hombre tan poderoso y orgulloso llegando a tal extremo de humildad, pero tenía que admitir que no fue ésa la única razón por la que decidió buscar a Camila. No se había olvidado de las semanas que pasó vigilándola, y
seguía despertándose en mitad de la noche con el recuerdo de su fragancia
envolviéndola como un manto que casi podía tocar.
Tenía que encontrarla y devolverla a su familia para que se casara con el
playboy. Tal vez no entendiera por qué el rey Alejandro Cabello Marwan había concertado su matrimonio con alguien que siempre estaba protagonizando los escándalos más
sonados, pero su trabajo no era criticar las decisiones de sus clientes.
Había aceptado un encargo y su única misión era llevarlo a cabo.
Y tal vez tuviera la oportunidad de mantener la conversación que Camila le había negado la última noche que se vieron. Le debía a Camila una disculpa, e incluso una
explicación, aunque si pudiera volver atrás no cambiaría lo que había hecho. No había tenido elección. El lugar que Camila ocupaba en la familia real de Marwan hacía
imposible cualquier otra realidad.
Sin embargo, sí habría sido más sincera con ella después del primer beso, en vez de confiar en un autocontrol que había resultado ser más frágil de lo que pensaba.

También le habría explicado que la atracción que sentía por ella era verdadera, y que, aunque no pudieran tener un futuro en común, sí le gustaría al menos despedirse amistosamente. Pero había estado tan furiosa consigo misma por no
poder controlar su deseo que la había pagado con ella.
Y ahora volvía a cometer el mismo error. Se había quedado de piedra al ver cómo besaba a aquel mequetrefe, y había expresado su enojo por medio de un desdén que ni siquiera sentía.
Llevaría a cabo la misión encomendada, pero ¿de verdad era tan horrible que una mujer del siglo XXI quisiera elegir a su futuro marido? ¿Aunque fuera una
princesa?
El ruido de la cortina de la ducha le hizo levantar la cabeza. Le había prohibido a Camila que cerrase la puerta, aunque era improbable que se escapase por el estrecho ventanuco del baño, y se asomó por la rendija aun sabiendo que no vería nada. Camila estaría secándose y vistiéndose detrás de la puerta.
Pero no había contado con el espejo del lavabo. La puerta abierta había
impedido que el cristal se empañara, de modo que ofrecía una imagen perfecta de Camila secándose su delicioso cuerpo. Lauren sabía que debería apartar la mirada, pero
no podía evitarlo. Era preciosa. Su piel relucía por la humedad en aquellos lugares por donde aún no había pasado la toalla, y el agua goteaba de sus cabellos y se
deslizaba por sus pechos hasta sus pezones perlados.
Quería entrar allí y lamerle hasta la última gota de su cuerpo, y llegó a avanzar un par de pasos antes de detenerse. Tensó todos sus músculos y permaneció quieta y rígida, absolutamente fascinada mientras veía cómo seguía secándose. Entonces Camila se dio la vuelta y se dobló por la cintura, exponiendo su trasero en forma de corazón y la sombra de su sexo.

Lauren gimió.

—¿Decías algo, Lauren?

—Eh… no —si no se movía rápido, ella lo sorprendería mirándola como una
adolescente que contemplaba por primera vez el cuerpo de una mujer desnuda.
Apretó los dientes, cerró los ojos y se obligó a dar unos cuantos pasos hacia
donde creía que estaba la cama. Volvió a abrir los ojos cuando tocó el colchón con la espinilla y se sentó, percatándose entonces del lugar tan poco recomendable que había elegido para esperar.
No iba a arrojarla en la cama cuando saliera del cuarto de baño. No iba a
poseerla como si la vida le fuera en ello… No iba a hacerlo.
Camila se vistió rápidamente, pero la ropa no podía protegerla de las sensaciones que le había despertado Lauren. Tampoco la ducha la había ayudado. Al contrario; el agua caliente había actuado como un potente catalizador de las emociones
largamente reprimidas.
Aquello no podía estar pasando. Había salido con varios hombres desde que se graduó en la universidad. Hombres dignos de su afecto y su deseo. Y no había
sentido nada por ninguno de ellos.
Y entonces Lauren Jauregui volvía a su vida y en cuestión de segundos su
cuerpo volvía a reaccionar como si nunca se hubieran separado. Como si nunca la hubiera traicionado.
Lauren la había usado en una ocasión, y ella no estaba dispuesta a
enamorarse de ella otra vez. Pero lo que sentía en ese momento no tenía nada que ver con el amor. Era deseo físico, nada más. No quedaban restos del amor que una vez sintió por ella. Lo único que había amado era una mentira.
Podría recordarse aquella verdad crucial cuantas veces quisiera, pero no le serviría para apagar el fuego que la consumía por dentro. Lo que demostraba que la atracción era únicamente sexual. Sus sentimientos más profundos no podían reaccionar de aquella manera a la presencia de Lauren.
Ojalá su cuerpo fuera tan sabio como su corazón… Se recogió el pelo en una
coleta. Apenas podían verse las mechas con el pelo mojado, pero cuando estaba seco los tonos  castaños se mezclaban con el negro natural de sus cabellos.
Su madre lo odiaba. A su tía le encantaba, y a Camila le gustaba lo bastante para retocarse las raíces cada seis semanas.

La princesa y la guardaespaldas (Camren)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora