Capítulo 3

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Bob miró su reloj y luego a Camila.

—Tenemos una hora antes de clase. ¿Quieres tomar un café conmigo en el Starbucks de State Street?

Ella se mordió el labio, miró de reojo a Lauren y asintió.

—¿Podríamos tomarlo mejor en la cafetería? Tengo que recoger algo de la biblioteca antes de clase.

Lauren estuvo a punto de soltar una carcajada. Desde luego que tenía que recoger algo… A su guardaespaldas.

—No les importará si los acompaño, ¿verdad? —les preguntó—. Me vendría bien un café.

La boca de Camila se curvó en otra deslumbrante sonrisa.

—Claro que no nos importa. Pero tendrás que dejar que te invite yo. Es lo menos que puedo hacer después de chocarme contigo en el patio.

—Fuiste tú la que acabó en el suelo. Creo que invito yo.

Bob sacudió la cabeza.

—Pague quien pague, vámonos ya. Necesito urgentemente mi dosis de cafeína.

—¿Anoche te quedaste estudiando hasta tarde? —le preguntó Camila.

—Más o menos…

Camila lo golpeó amistosamente en el brazo.

—Qué malo eres… ¿Quién fue esta vez? ¿La chica de la hermandad con un novio en cada facultad, o la gimnasta?

—Ya no sigo viendo a la gimnasta. Su entrenador la amenazó con echarla del equipo si se le ocurría volver a trasnochar y presentarse a los entrenamientos medio dormida.

Así que Bob era un mujeriego… y Camila lo sabía. La pregunta era: ¿estaría planeando añadir a Camila a su lista de conquistas?
No si Lauren podía evitarlo. Su familia había contratado los servicios de su agencia para velar por la seguridad de Camila, y eso era lo que ella iba a hacer. Iba a protegerla en todos los frentes. Lo que ella y aquel casanova hicieran cuando Lauren
acabara su misión ya no sería asunto suyo.
Por más que aquel pensamiento le provocara un nudo en la garganta.
La cafetería de estudiantes no estaba tan mal. Tenían hasta una cafetera
expreso. A Lauren no le gustaba mucho el café, pero debía de ser bastante bueno a juzgar por los murmullos de placer que emitió Camila al tomar el primer sorbo. Al final acabó imponiéndose ella a la hora de pagar, como no podía ser menos.
No estaba acostumbrada a perder… en nada.

—¿Vas a ir esta noche a la manifestación por el medioambiente? —le preguntó Bob a Camila mientras se recostaba en la silla y seguía con la mirada a una estudiante llena de curvas.

—No estoy segura, pero lo intentaré.
—Corre el rumor de que las juventudes republicanas van a intentar reventar el acto.

—Si lo hacen, estarán atentando contra la mitad de sus miembros. El
medioambiente no es una lucha partidista. Hay conservadores en ambos lados.

—Si tú lo dices…

—Sabes que tengo razón.

—¿Estudias Ciencias Políticas? —le preguntó Lauren. Ya sabía la respuesta, pero quería que ella le contara algo de sí misma. Tenía que comprobar hasta dónde podía ser sincera.

—Los dos estudiamos Ciencias Políticas —respondió Bob por ella—. Pero Camila es independiente. No se identifica con ningún partido político.

Camila se limitó a encogerse de hombros, pero no dijo la verdadera razón por la que no apoyaba a ningún partido. Era ciudadana de Marwan, no de Estados Unidos.

—Nada le gustaría más a mi padre que me afiliara a las juventudes
republicanas, lo cual no pienso hacer jamás —dijo Bob. Su sonrisa de satisfacción dejaba claro por qué se inclinaba políticamente hacia la izquierda.

Camila suspiró y sacudió la cabeza.

—Seguro que vas a los mítines por tu carácter reaccionario y rebelde.

—¿No me dijiste una vez que habías decidido estudiar Ciencias Políticas
porque tu padre te prohibió hacerlo? —replicó él.

—Es algo más complicado, pero fue el rechazo que manifestó a mi interés por el tema lo que me motivó a estudiar esta carrera. Sin embargo, las reacciones que me provocan estos estudios no son más que el resultado de mis convicciones personales.
Mis ideas son distintas a las de mi familia, pero no porque quiera enfrentarme a mi padre, a quien dudo mucho que le importe, sino porque las ideas políticas de mi
familia tuvieron un impacto muy negativo en mi vida.

—¿En qué sentido? —preguntó Bob.

Camila sacudió la cabeza y cambió de tema. Al parecer, Bob no era un amigo lo bastante íntimo como para confesarle que era la hija de un rey árabe.

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A lo largo de la semana siguiente Lauren descubrió que ninguna de las amistades de Camila conocía la verdad sobre ella. De hecho, aunque casi siempre estaba acompañada por muchas personas, no tenía a nadie que pudiera considerarse un
amigo íntimo. Al menos la información que Lauren había recibido sobre ella era cierta
en ese aspecto… aunque fuera errónea en casi todo lo demás.
Fuera como fuera, aquel informe no lo había preparado para la creciente
atracción que existía entre ellas. Lauren había creído que podría utilizar aquella química compartida para estar cerca de ella, pero no tardó en descubrir que suponía un obstáculo más que una ventaja en su trabajo.
¿Cómo podía protegerla si bastaba el reflejo del sol en sus cabellos castaños para distraerla? La fascinación por su cabello surgió la primera vez que la vio con el pelo suelto. Una larga cortina de seda castaña que le llegaba hasta la cintura. ¿Sería tan
suave como parecía?
No podía reprimirse a la hora de tocarlo. Y a Camila no parecía importarle. Rehuía el contacto físico con los demás, limitándolo a abrazos cortos y brazos enganchados
incluso con sus amigas, pero en cambio parecía estar buscando continuamente las manos de Lauren… Y aunque esta se guardaba mucho de tocarla como quisiera, los dedos le escocían por el deseo insatisfecho de acariciar las exuberantes curvas que
ocultaba su ropa.
No se podía decir que vistiera de un modo particularmente sexy ni provocativo, pero sus movimientos irradiaban una sensualidad natural de la que ella ni siquiera
debía de ser consciente.
Como en ese mismo momento, sentada frente a ella en el Starbucks que su amigo Bob había mencionado días antes. La manera en que inclinaba la cabeza mientras le
hablaba realzaba la esbelta línea del cuello y atraía la mirada de Lauren a los pechos que se adivinaban bajo la camiseta de algodón. Estaba segura de que no llevaba sujetador, porque sus pezones se habían endurecido visiblemente en los últimos
minutos. A Lauren se le hacía la boca agua imaginándose el sabor de aquella piel desnuda.

—¿Lauren? —la llamó en voz baja y vacilante.

Esta levantó la mirada de sus pechos a su cara y sintió cómo se ponía colorada.
¿Cuándo fue la última vez que se había ruborizado ante una chica? Tenía veintisiete años, era rica y había triunfado en la vida por sus propios méritos. Hacía mucho que
había dejado atrás la timidez juvenil, en caso de que alguna vez hubiera sido tímida.

—¿Sí?

—Me… umm… preguntaba si querrías…

—¿Sí?

Lina se mordió el labio y guardó silencio unos segundos. Tenía un aspecto encantador.

La princesa y la guardaespaldas (Camren)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora