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En el viejo sofá de un gran castillo reposaba un muchacho sumergido en el silencio del lugar. Silencio. Él ya estaba demasiado acostumbrado a éste que era parte de su vida, era parte de sí mismo.

-Ah! Malditos mosquitos!  -se quejó agitando sus manos para ahuyentar a los molestos insectos que se habían colado en su piel ligeramente bronceada. De cierto modo le habían hecho un favor al fastidiarlo  cuando ya había dormido mucho.

Aquel chico no tenía una vida normal como la de cualquier otro. No tenía amigos, ni padres, ni tampoco un hogar. Ese castillo olvidado en las profundidades del bosque sólo era su refugio, su refugio de la sociedad,  del dolor, de su pasado.  Y así había estado sobreviviendo por algunos años hasta que cumplió 19.

Pero a pesar de su notable soledad había algo que lo hacía feliz. Plantar flores.

Él creía que las flores no eran superficiales, pues crecían sin importar la apariencia de quien las cultivara, más bien depende de la amabilidad con la que se las trata. Se mostraban hermosas ante cualquiera, aunque algunos tuvieran intenciones de arrancarlas. Todo lo contrario de las personas, que eran seres que despreciaba, a pesar de ser uno de ellos.

Aún tallando sus ojos rasgados se reincorporó en el sofá ya desgastado, finalizando su siesta,  y al dirigir su mirada al antiguo reloj ubicado en la pared se percató de la hora. 6 de la tarde.

-Me quedé dormido -suspiró despeinando su cabello color carmesí. Se levantó inmediatamente y estirándose, se dirigió con pasos lentos al jardín del enorme castillo, el mismo que estaba cubierto de filosas espinas que protegían con recelo el exterior de este.

-lo lamento tanto, debí regarlas antes -susurró en cuclillas mientras repartía agua a unas hermosas rosas azules. Tocó suavemente sus pétalos, con cuidado de no hacerles daño. Una sonrisa rectangular se formó en sus labios al admirar su belleza. La que el pensaba que le hacía falta.

Una expresión triste se pudo apreciar en su rostro al pensar eso, desvaneciendo su sonrisa, y mirando al vacío, posó una mano en sus facciones. Recorriendo la cicatriz que iba desde el pómulo izquierdo hasta la comisura de sus labios. Su pecho dolió con los escasos recuerdos de su niñez. La escena que mostraba cómo se produjo aquella y otras marcas se apoderaron de sus pensamientos. O más bien de cómo se lo produjeron.

"Bastardo"

"Esa cicatriz es espantosa, TÚ eres espantoso"

"Lárgate de aquí, sólo traes mala suerte"

"Jamás te has preguntado por qué estás solo? Mírate, eres basura"

"Eres igual a tu padre, no debí haberte tenido...No eres mi hijo"

Algunas voces retumbaron en su cabeza como la primera vez, provocando que un nudo se le formara en la garganta y que en sus ojos comenzaran a aparecer cristalinas lágrimas. Se daba asco.

-Lo sé, soy espantoso -rió amargamente sin siquiera preocuparse por secar las lagrimas que se deslizaban por sus mejillas. Después de todo no había nadie que pudiera verlo, estaba solo, como siempre.

Dirigió nuevamente su atención a las plantas frente a él, suspirando.

-Lo siento mucho, yo...se supone que, debo cuidarlas y me quedé dormido, además estoy llorando por tonterías. Soy...soy muy patético, verdad? -sonrió tristemente volviendo a regar las flores. Já, como si fueran a responder.- las compensaré.

Respiró profundamente y cerró sus ojos, logrando serenarse de cierta manera.

Su voz profunda y suave fue lo único que se escuchó en el amplio sitio, además del sonido del viento que mecía las copas de los árboles. Su canto estaba tan cargado de sentimiento que seguramente podría conmover a alguien. Y es que cuando cantaba se olvidaba del mundo, de sí mismo. Sólo cantaba para sus flores, para que crecieran más hermosas,  aunque al crecer éstas poco a poco se irían marchitando con el tiempo. Pero era el ciclo de la vida y debía respetarlo, aún cuando esto signifique dejar morir su alegría. Una fugaz alegría. Después de todo, las flores también lo abandonaban, como todos lo hicieron alguna vez.

Lonely Garden ➵ VkookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora